Las excusas y autopromesas (o autoengaños) que me llevaron hasta un gimnasio low cost son las mismas que desde hace años se me ocurren cada mes de septiembre y de enero. Con una diferencia: el cargo de conciencia por pagar y no ir duele menos. O eso espero, porque solo llevo un mes de entrenamiento.
Mi relación con los gimnasios caros o de precios asequibles, los que existían antes de la etiqueta low cost, es larga y por supuesto interrumpida. Por eso cuando entré por primera vez en Altafit, una de esas cadenas con mensualidades a algo más de 20 euros, nada me llamó especialmente la atención de primeras. Muchas personas en ropa deportiva (el street style también ha llegado a estos recintos). Ese olor característico resultado de la mezcla de productos de limpieza lo suficientemente agresivos como para acabar con las sustancias químicas segregadas por la congregación de muchos seres humanos en movimiento. Máquinas de entrenamiento y salas de clases.
Cuando superas la primera impresión aparecen las particularidades.
1. Este gimnasio ocupa los antiguos cines Cristal en Madrid. La distribución y la estructura del edificio es la misma. Cada espacio mantiene las filas en altura donde estaban las butacas. Ahora, sin embargo, hay muchas elípticas, cintas de correr y bicicletas y todas muy juntas. Es decir, entreno en escalera. Y aunque intenten despistarme proyectando en las pantallas la televisión en directo, la realidad es que no puedo dejar de mirar a los de un peldaño más abajo. ¿Me espiarán los de arriba?, ¿se darán cuenta de las trampas que hago con el contador de tiempo?
2. La música suena muy alto. En este aspecto no noto diferencia, sospecho que unos cuantos djs de extrarradio de unas cuantas ciudades ganan un sobresueldo gracias a estos establecimientos. Para los que gustan de esta música, en el blog del gimnasio, además de consejos deportivos cuelgan listas de canciones en su perfil Altafiteros de Spotify.
3. No hay aire acondicionado o no se nota por la cantidad de personas que decidimos ejercitarnos a partir de las ocho de la tarde. Si sumo música alta y calor extremo se me ocurren varias teorías, pero la única publicable es que es una estrategia para que la circulación de socios sea rápida.
4. La clase de zumba se llama aerodanza y vailalo. Spinning tiene el nombre de ciclo. Lo sé porque cuando me acerco a un instructor con el horario en la mano y unas cuantas dudas, me mira con las cejas gachas, suelta media sonrisa y casi con un suspiro me dice: "Es lo mismo".
5. Ciclo puede ser virtual o real. Dependiendo del día y la hora, la clase de bicicleta la da una persona o un vídeo. He probado ambas y físicamente me dolió más cuando tuve delante a un profesor de carne y hueso. No logro entender la razón, pero a estas clases acuden muchas más personas que a las virtuales, unas 100.
Por cada fila hay cinco bicis, mi codo roza con el de la chica que tengo al lado. Entra el monitor y ocupa su posición debajo de la pantalla de cine. A su lado, un carrito similar al que usan las azafatas para repartir la comida en los aviones. No es para el agua, es su control de mandos. La clase no está pregrabada, pero ha desarrollado la habilidad de pedalear, subir y bajar la música, alentar a las masas y jugar con las luces. A ratos siento que estoy en una sesión de la Fabric: de repente la única luz es la de las filas de asientos (las que antaño guiaban a los espectadores que llegaban tarde), llega el subidón y las luces parpadan provocando un efecto cámara lenta hasta que se ilumina toda la sala. Nuestros ácidos y psicotrópicos son las endorfinas y el sudor que me nubla la vista por el efecto sauna que se produce. La droga que nos permite terminar la clase.
Las virtuales se proyectan en la pantalla de cine. He asistido a cuatro en el mes que llevo. No he contado más de cinco asistentes. Esta clase se parece menos a una discoteca y más a un videojuego. Además del profesor, sobre la lona aparece una línea de tiempo, un contador y la rutina en forma de montaña. La iluminación es fija, no es susceptible de provocar un ataque epiléptico. El instructor da al play y nos deja solos. Lo que sigue son 45 minutos de pedaleo y en este caso Queen. Los dos profesores que aparecen en pantalla han preparado una sesión basada en los discos de la banda británica. No sé si fue la intimidad de la clase, las endorfinas o We will rock you, pero esos dos fornidos hombres consiguieron que casi una hora después acabara golpeándome el pecho y levantando los brazos como ellos.
6. Para entrar en clase hay que hacer fila. En este gimnasio se establece la ley del más rápido. Somos muchos y las clases, aunque preparadas para acoger a la masa, tienen aforo limitado. Mientras espero para entrar observo técnicas propias de las fans de One Direction en la entrada del estadio Vicente Calderón: unos se guardan el sitio a los otros. La cola crece y se acerca el instructor con las llaves de la sala. Pasa por nuestro lado, nos mira, algunos agachamos la cabeza. Me invade un sentimiento similar a cuando espero a embarcar con Ryanair. No lleva la maldita caja para pesarme la maleta, no tengo nada que esconder, pero no puedo evitar esquivar la mirada. ¿Qué pasa si te quedas fuera? Aún no he experimentado esa sensación.
7. Este gimnasio es además sede oficial de Hammer Strength. La primera vez que vi la sala de máquinas coronada por este escudo (parecido al emblema de Gladiadores americanos) no entendía la diferencia con otras similares que había visto en otros gimnasios. Se repite ese microcosmos con reglas propias: pequeños grupos, no más de tres personas, de una mayoría de hombres ejercita todos sus abultados músculos. Casi no hablan, pero se entienden. El tiempo de permanencia en cada aparato es largo, no pueden hacer muchas repeticiones debido al peso que levantan. Aún así, las normas no escritas establecen que tras terminar un ejercicio, la siguiente máquina estará disponible para ese grupo o individuo.
La particularidad en este caso es el equipo con el que trabajan. Según salgo del gimnasio, enciendo el móvil y googleo las palabras Hammer Strength: Gary Jones creó a finales de los ochenta unas versátiles máquinas que usan deportistas de élite y amateurs como yo (cuando me atreva a entrar en ese espacio). Altafit Cuatro Caminos parece tener la suerte de ser una de las dos únicas sedes en España.
8. El vestuario es igual al del común de los gimnasios. A veces hay que esperar un poco más de lo habitual para conseguir una taquilla. Por lo demás, mujeres más o menos púdicas que se duchan y se cambian en un espacio diáfano.
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