El pistoletazo de salida de las fiestas mayores de los pueblos es cosa del pregonero. Políticos, deportistas, escritores, cantantes o famosos de la tele se convierten en estas fechas en maestros de la oratoria encargados de dar, desde los balcones mayores, la bienvenida al cachondeo. Se enfrentan a una audiencia exigente que espera un discurso digno de ellos y del pueblo al que representan, y no es nada fácil acertar. Es más, YouTube dice que lo que es fácil es errar en el intento y llevarse una buena cacerolada.
En Verne, recopilamos las ocho cosas que un buen pregonero debe tener en cuenta a la hora de soltar un discurso, a través del análisis y puntuación de pregones que ya son clásicos de la red. Allá van:
1. Pregonar de tú a tú
Lo de tener en cuenta a los que están ahí abajo escuchando y hacerles protagonistas parece de cajón, pero no todos los pregoneros lo ponen en práctica. Por eso, un buen pregonero debe hablar como esos jefes que dicen “nosotros” y no los que utilizan la primera persona del singular. Recordar los años en los que uno estaba escuchando el pregón y no dándolo despierta aplausos. También utilizar esas palabras que nunca entrarán en la RAE, pero que todos saben lo que significan. Vamos, ser tan cercano como lo fue Dani Rovira en el pregón que dio en las fiestas de Málaga, mucho antes de que aprendiera euskera.
Puntuación: 7
No se lleva el sobresaliente porque a ratos le pone un ímpetu que suena como a enfadado.
2. Moderar los ¡Viva!
Siguiendo con la línea de hacer partícipe al pueblo, pedir a voces un buen "¡Viva!" parece un acierto. Si se utiliza como colofón, levanta los ánimos, seguro. Pero que sea eso, un colofón, y no el arranque del discurso porque entonces de ahí ya va todo para abajo, que pocas cosas consiguen una respuesta tan masiva como un buen viva. Además, es importante medir el número de veces que se solicita y no caer en la repetición que al final provoque una sobredosis. Ni siquiera para silenciar una pitada, como la que le cayó a la extelevisiva Rosa Benito en el pregón de las fiestas de Torrejón. Tampoco le funcionó muy bien eso de hablar del cariño que le tenía el pueblo, ni la satisfacción que sentía por estar ahí. El protagonista de las fiestas es el pueblo, no el pregonero… Ah, y tampoco necesitan que les repasen la agenda cultural.
Puntuación: 0 1
Se ha ganado un punto porque lo de la pitada da un poco de pena.
3. Cuidado con ser un ídolo de adolescentes
La cosa se puede despendolar tanto que los gritos acaben por ensordecer el pregón y que alguna hasta casi se te ahogue. Eso fue lo que le pasó a Mario Casas en su tierra, A Coruña, mientras intentaba soltar las seis páginas de guion que el pobre se había preparado. Baja el volumen antes de reproducir el vídeo, y NUNCA lo veas con los cascos puestos.
Puntuación: 5
Imposible escuchar lo que dijo, pero se merece el aprobado por no haberse marchado.
4. Graduar la extensión del pregón
Cuando se suelta un discurso, uno de los mayores temores es el de aburrir a la audiencia. Parece lógico que si se alarga demasiado la charla, hay muchas más posibilidades de que la intensidad de los aplausos entre frase y frase baje. El público está dispuesto a escuchar el tiempo que haga falta si lo que se dice lo merece. Por eso, lo que nunca parece un acierto es quedarse corto. Salir al balcón y soltar tres frases, una de ellas sobre su trabajo, fue lo que hizo el actor Hugo Silva en el pregón de las fiestas de Leganés. La excepción de la regla que dice que menos es más.
Puntuación: 3, un punto por cada frase que dice
5. Asegurarse de que se controla el idioma
Las fiestas son un momento para reivindicar lo propio, y siempre es de agradecer que el pregonero utilice el lenguaje o dialecto del público al que se dirige. El problema viene cuando el anunciador sólo es un invitado que no se maneja más que en su propio idioma. Una opción es conseguir a un buen traductor y ensayarlo, como en El discurso del Rey, pero probablemente el resultado despierte lo contrario de lo esperado: impersonalidad. Por eso, para los forasteros parece que suena mejor utilizar el lenguaje foráneo sólo en la parte de los saludos, la despedida y el cierre. Así se evitan errores y construcción de neologismos tipo “caloret”.
Puntuación: Bajonet
6. Evitar meterse en jardines
En las peores ocasiones, al pregonero le toca asomarse al balcón en un momento en el que el pueblo no está para fiestas. Llegan entonces las malas caras, las protestas y las temidas pitadas. Son contadas las veces que un pregón que arranca con ese mal rollo lo hace por una polémica dirigida al pregonero. Normalmente, el pueblo le quiere tirar los tomates a los de los trajes. El caso es que, ante ese momento tenso, el pregonero tiene dos opciones: una es cumplir con su papel neutro, hablar de las fiestas y aguantar el tipo; la otra es liarla parda y convertir el pregón en una pelea de bar. Como Loles León en las fiestas de su barrio, La Barceloneta.
Puntuación: 7, es que tiene mucha gracia su tono de voz
7. Tener recursos
Hay que llevar el discurso preparado de casa. Ensayarlo antes delante de una audiencia objetiva también es una buena idea, aunque al final siempre hay una parte que queda abierta a la improvisación. Si en medio del discurso uno se da cuenta de que enumerando las delicias gastronómicas consigue aplausos flojos, pero hablando de las mozos y las mozas se gana ovaciones, por ahí es por donde tiene que ir. Lo mejor para un pregonero es que sea capaz de adoptar varias voces, probarlas y quedarse con la que más le funcione. Y el ideal, esto que hizo Carlos Latre en las fiestas de Cartagena:
Puntuación: 8, por original y único.
8. Darle comedia a la cosa
Hay que tener en cuenta que el humor en cada pueblo es único. Lo mejor para un orador chistoso es saber personalizar y reírse, sobre todo, de sí mismo. Chistes que despierten una imagen al escucharse, bien. Chistes en los que se reconocen episodios vergonzosos del pregonero en fiestas pasadas, muy bien. Descubrir que debajo de la ropa llevas un traje regional, superbién. Ser Joaquín Reyes, vamos.
Puntuación: un 10 como una casa de grande.
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