¿Y si todos los fines de semana tuviesen tres días?

Y eso, como mínimo

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Ron Swanson vuelve a trabajar ('Parks and Recreation')
Ron Swanson vuelve a trabajar ('Parks and Recreation')

Siempre que se acaba un fin de semana de tres días pensamos lo mismo: ojalá fueran todos así. Cuatro días trabajando, como mucho, y tres días descansando.

A pesar de que esto a algunos les sonará a herejía (¡con la que está cayendo!) lo cierto es que no solo es posible, sino que muchos lo consideran también recomendable, tanto para los trabajadores como para las empresas.

Más productividad y más ahorro

En 2008, el Estado de Utah ofreció una semana de cuatro días laborables a los empleados públicos, manteniendo el total de 40 horas semanales. Participaron unas 18.000 personas (de los 25.000 trabajadores) y casi dos tercios de los participantes aseguraron que su productividad había aumentado. Además de eso, “las menores horas extra y la reducción en los costes de absentismo ahorraron al Estado cuatro millones de dólares y redujeron las emisiones de carbono en 400.000 toneladas métricas ese año”, escribe Douglas Rushkoff en su libro Throwing Rocks at the Google Bus, en el que explica cómo las empresas tecnológicas se han puesto al servicio de un crecimiento económico insostenible y en el que propone nuevos modelos de organización y distribución.

El 80% de los participantes en la prueba de Utah pidieron que se mantuviera el horario, “citando beneficios en sus relaciones personales y familiares, y en su bienestar personal”, escribe Rushkoff. Sin embargo, en 2011 se canceló esta iniciativa por disputas políticas y no por problemas con los trabajadores o con los ciudadanos.

Algunas empresas privadas también han querido aprovechar los beneficios de estas iniciativas: “Treehouse, una startup de educación online, adoptó una semana de cuatro días de trabajo y crece un 120% cada año”, añade Rushkoff. Y en este caso se trata de 32 horas semanales.

El consejero delegado de la empresa, Ryan Carson, explicaba en Inc que la gente trabaja más duro sabiendo que la semana acaba pronto. Su objetivo es asegurarse de que alcanzan sus objetivos y poder irse tranquilos a casa el jueves por la tarde. “Si eres un vago, no vas a sobrevivir en Treehouse”, añade Carson, quien de paso se carga la imagen del emprendedor que trabaja 16 horas al día: “Creo que es una chorrada. Muchos emprendedores quieren trabajar todo el día porque les hace sentirse importantes. Pero no tienen que hacerlo”.

Algo parecido pasa en Basecamp, una empresa que ha lanzado, precisamente, una plataforma de gestión de tareas. Sus empleados trabajan 32 horas semanales entre mayo y octubre. Algunos se cogen el viernes libre, pero se pueden repartir esas horas como quieran.

Su consejero delegado, Jonathan Fried, escribía en The New York Times que “se hace un mejor trabajo en cuatro días que en cinco. Cuando tienes menos tiempo para trabajar, pierdes menos tiempo. (...) Tiendes a centrarte en lo importante”.

El hecho de que las empresas se vean beneficiadas por un recorte de las horas de trabajo no deberían sorprendernos. En Science of Us se cita a la directora de la revista Harvard Business Review, Sarah Green Carmichael, que recordó que “en el siglo XIX, cuando los sindicatos obligaron a los dueños de las fábricas a limitar la jornada laboral a 10 (y después ocho) horas, la dirección se sorprendió al descubrir que la producción se incrementó… Y que disminuyó el número de errores caros y de accidentes”.

Una forma de atraer a los mejores

En Treehouse aseguran que muchos de sus empleados tenían ofertas de Facebook y Twitter, pero decidieron que un fin de semana de tres días merecía la pena. Es decir, mientras los cinco días y las 40 horas sean el estándar, algunas empresas pueden atraer a empleados ofreciendo mejores condiciones más allá del sueldo.

Esto no sirve solo para atraer trabajadores, sino también para retenerlos. Es el objetivo de la marca de ropa japonesa Uniqlo: los empleados de algunas de sus tiendas trabajan cuatro días a la semana desde el año pasado; eso sí, manteniendo el total en 40 horas. La empresa quiere que sus trabajadores se queden con ellos durante más años (y, de paso, contrarrestar las informaciones negativas acerca de las condiciones en las fábricas de sus proveedores chinos).

Menos contaminación

Los países y regiones en los que se ha reducido la jornada de trabajo también han visto cómo se reducía su huella de carbono, tal y como veíamos en el caso de Utah. Según Rushkoff, si trabajamos un día menos a la semana, “tenemos tiempo para hacer las cosas más lentamente, como ir al trabajo caminando”, lo que produce menos contaminación. Y si los viernes (o los lunes) no vamos a trabajar, es muy posible que ese día que no necesitemos coger el coche o el autobús, como añade Scientific American, que también recuerda que habría menos atascos y, por tanto, perderíamos menos tiempo detrás del volante.

Incluso nos encontraríamos mejor

Otra ventaja, añade Rushkoff, es que “se reducirían tanto las horas extra como la sobrecarga de trabajo, y ambas cosas están estadísticamente vinculadas con enfermedades mentales y cáncer”.

Y no solo eso: Science of Us cita un metaestudio publicado en la revista científica The Lancet, según el cual quienes trabajan 55 horas semanales tienen un riesgo de sufrir un derrame cerebral un 33% superior a quienes trabajan menos de 40 horas semanales. Su riesgo de desarrollar enfermedades coronarias es un 13% superior.

También dormiríamos más: según el mismo medio, quienes trabajan menos de 40 horas duermen más y además concilian el sueño con más facilidad que quienes trabajan más de 55.

Al final se trata de recordar que las 40 horas no son un imperativo genético: hoy en día y gracias a la tecnología podríamos trabajar menos. Menos incluso de cuatro días o 32 horas a la semana, como propone Anna Coote, responsable de política social en el think tank New Economics. Según cita el New Yorker, Coote apuesta por una semana de 21 horas. Ese sería el estándar, aunque cada cual podría decidir si quiere trabajar más o menos

Coote explica que esta medida ayudaría a combatir “el exceso de trabajo, el desempleo, el consumismo, las elevadas emisiones de carbono, el bajo nivel de bienestar, las desigualdades y la falta de tiempo para vivir de una forma sostenible, preocuparse por los demás y simplemente disfrutar de la vida”.

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