Esta semana surgía la polémica al descubrirse que las calles de Madrid habían sido escenario de algunas secuencias de cine porno, rodadas en 2015. Se ha llegado a plantear si sus responsables habían incurrido en un delito. En otras partes del mundo, la artista Milo Moiré vive una situación así de forma habitual. Pasea desnuda en museos y en el transporte público, pinta cuadros con su vagina e invita a transeúntes a que toquen sus genitales en pleno centro de Londres.
Las propuestas de la suiza de 33 años, llegan a todos a través de las redes sociales. También vende sus grabaciones sin censura en internet. Con ellas, asegura, busca la igualdad de género a partir de "algo tan natural" como la desnudez. "La línea entre arte y porno siempre ha sido muy difusa", reconoce ella misma a Verne, sin sentirse ofendida por aquellos que consideran sus performances grabadas como un mero negocio sexual.
¿Es consciente de que prescindiremos de sus imágenes más explícitas a la hora de ilustrar esta entrevista?, cuestionamos a Moiré, quien se define así misma con un juego de palabras: "artivista" (artista + activista). Algunos de sus vídeos publicados en YouTube superan los 8 millones de visitas.
"Hay un doble estándar en los periódicos. Muestran imágenes llenas de violencia, pero tienen problemas con la desnudez. Un humano desnudo en una sociedad vestida representa intimidad, algo que en estos tiempos vivimos con extrañeza. Quizá debamos reflexionar sobre nuestra idea de lo que es perverso", responde a Verne través del correo electrónico.
Formada en Psicología, Moiré desea "llevar la desnudez a nuestro día a día", explica en su página web, donde recopila las propuestas artísticas que le han hecho famosa y le han llevado varias veces a las dependencias policiales de algunas ciudades europeas.
La primera vez ocurrió en París. Allí decidió ofrecer autorretratos desnudos a los turistas que paseaban frente al Trocadero. Asegura que su paso por los calabozos no forma parte de un truco publicitario. "Acabar en la cárcel nunca estuvo en mis planes. Es una experiencia horrible que no deseo a nadie", se defiende. Estas performances suponen para ella una intensa preparación porque, asegura, "el azar es una parte importante de ellas; es lo que les da cierta relevancia dramática".
El año pasado trasladó a Trafalgar Square (Londres) su acción artística que más repercusión mediática ha obtenido hasta el momento y que también le hizo visitar una comisaría británica. Se titula Mirror Box y en ella invita a transeúntes mayores de edad de varias ciudades del mundo a que le toquen sus pechos y genitales.
En el interior de la caja se encuentra una cámara que registra el momento en que las manos de los invitados entran en contacto con ella. La suiza edita vídeos con cada una de sus propuestas, aunque comparte una versión censurada en Internet para cumplir con los requisitos de las redes sociales. Las grabaciones sin censura pueden adquirirse en su página web, pagando entre 5 y 8 euros por vídeo.
Explica que sus acciones callejeras le sirven para integrarse con la audiencia: "No se trata de comunicar algo al público, sino de crearlo juntos. Uso mi cuerpo como un instrumento, una herramienta con la que desprenderse de los patrones sociales y empujar a quien me mira a que se cuestione todos los convencionalismos en los que cree. Quiero que abran su mente". Es la misma razón, dice, por la que vende sus vídeos más explícitos a través de su web.
Sus propuestas, en realidad, no se diferencian mucho de las que décadas antes idearon la llamada abuela de la performance, Marina Abramović, y su pareja Ulay. Admite el referente. "Fue una de sus obras Rhythm 0 (1974) la que hizo que me decidiera a no trabajar como psicóloga para seguir mi pasión artística. Su trabajo exuda energía y su presencia física es enormemente poderosa", asegura Milo Moiré.
En esa performance, Abramović permaneció inmóvil durante seis horas e invitó a la audiencia a que hiciera cualquier cosa que le apeteciese usando alguno de los 72 objetos que había colocado en una mesa. Uno de los participantes llegó a apuntarle con una pistola cargada y otros le provocaron heridas.
La vertiente más sexual de las creaciones de Milo Moiré se mira en el espejo de Carolee Schneemann, una pionera que a partir de los 60 hizo del cuerpo femenino una forma de protesta artística ante el maltrato que su género ha recibido a lo largo de la historia. "Ella destrozaba tabúes. El uso radical de su propio cuerpo reclamaba igualdad y daba voz a las mujeres", defiende Moiré, quien acaba de ofrecer una conferencia TED explicando su punto de vista creativo.
¿Acaso el cuadro El origen del mundo, de Gustave Courbet, no pasó décadas escondido por considerarse pornográfico?", argumenta la artista sobre una de las obras estrella del Museo D'Orsay de París. Una pintura que también se ha encontrado con la censura de Facebook.
Otras provocaciones en nombre del arte
Pintura vaginal. La primera propuesta de Milo Moiré, PlopEgg, se presentó frente al edificio de la feria Art Cologne, y se ha repetido en varias ocasiones. En ella, expulsa huevos llenos de pintura desde el interior de su vagina hacia un lienzo hecho con reseñas de críticos de arte. Lo denomina "el nacimiento de un cuadro".
Calendario erótico. La artista, instalada en Alemania, posó para su pareja, el fotógrafo Peter Palm, en un calendario titulado The twelve muses (Las doce musas) con ciertas referencias al lenguaje expresivo de Helmut Newton. Lo vende en internet.
Desnuda en el museo. Para The naked life paseó por un museo de Münster (Alemania) admirando los cuadros de desnudos expuestos en la pinacoteca con un bebé en brazos. Su propia desnudez y la del niño que le acompañaba se hermanaba con la de las obras.
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