"Solo unos pocos privilegiados conocen hasta qué punto Fernando, sentado en una silla, es capaz de convertir una charla en algo más que una charla”, decían Luis Alegre y David Trueba de Fernando Fernán Gómez, sobre quien rodaron un documental en forma de conversación (La silla de Fernando). Cuando murió, un 21 de noviembre de hace 9 años, un teatro de Madrid cambió su nombre para honrar su talento. En vida también intentamos rendirle tributo de todas las formas posibles (Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Premio Nacional de Teatro y también de Cinematografía, Medalla de Oro de la Academia de Cine, el sillón B de la RAE y récord de Premios Goya).
Actor, cineasta y escritor, aseguraba no sentirse identificado con el adjetivo de polifacético que tan menudo le acompañaba. También decía que, durante los años del franquismo, prefirió definirse como hombre del espectáculo. Quería evitar el peligro asociado al término intelectual, que estaba tal mal visto en ese momento -“era casi un insulto”-.
Estas nueve frases son solo algunas de las muchas que nos regaló en sus entrevistas y que le han sobrevivido igual que algunas de sus obras, como El viaje a ninguna parte (1985) o Las bicicletas son para el verano (1984). Con sus opiniones, se mostraba descreído y algo misántropo pero, a pesar de lo que ha cambiado el mundo en este tiempo, estas reflexiones serían igual de válidas si se hubieran pronunciado hoy mismo.
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