Creías que ibas por el buen camino. Habías decidido a qué querías dedicarte, e incluso puede que lo hubieras conseguido. Habías cultivado amistades y tratado de establecer relaciones estables. Creías que tenías las cosas claras. Y, de repente, llega la frustración, la angustia y la inseguridad. Estás desilusionado y tienes nostalgia por la vida que llevabas en secundaria. Sientes que a los demás les va mejor que a ti y te entra el miedo al fracaso laboral y sentimental. Y no entiendes por qué te pasa a ti, que habías hecho todo bien. Tranquilo, no eres un bicho raro, estás atravesando la crisis de los 25, de los veintitantos, o como se denomina oficialmente, la crisis del cuarto de vida.
El término lo acuñaron por primera vez la psicóloga estadounidense Abby Wilner y la periodista Alexandra Robbins en su libro Crisis del cuarto de vida: Los desafíos únicos de la vida durante los veinte, en 2001. Las autoras trataron de explicar las diferencias fundamentales de esta crisis con respecto a otra, la que ocurre en la mediana edad: “Cuando llegas a los 40 y 50, el pánico es causado por demasiada estabilidad, demasiada previsibilidad, demasiada seguridad. Sin embargo, en la crisis del cuarto de vida ocurre lo contrario: no hay estabilidad, no hay previsibilidad, no hay certezas. El resultado: entras en un ciclo donde dudas mucho de ti mismo”, explicaban en el libro.
Una década después de la publicación de Wilner y Robbins, las investigaciones acerca de esta crisis vital siguen siendo escasas. El doctor en Psicología de la Universidad de Greenwich (Londres) Oliver Robinson presentó en 2011 las conclusiones de un estudio con 1.100 jóvenes menores de 30 años: el 86% admitía sentirse presionado para tener éxito en las relaciones, en el trabajo y en la situación económica. Robinson aseguró que esta investigación era la primera en ahondar en la crisis del cuarto de vida desde “un ángulo sólido y empírico que no estaba basado en la especulación”.
La falta de información se ha convertido en uno de los problemas de esta crisis. “A diferencia de la crisis de la mediana edad, la crisis del cuarto de vida no ha sido ampliamente reconocida. Faltan expertos para ayudarnos”, apuntaba Damian Barr en su libro Recomponte: una guía para sobrevivir a tu crisis del cuarto de vida.
¿Por qué nos ocurre esta crisis?
“Hay determinadas edades en las que uno hace una recapitulación vital. Compara cómo le hubiera gustado que fuera su vida y cómo realmente ha sido. Enfrenta expectativas con realidad. Pasa a los 40 y 50, pero también hay una recapitulación especial a los 25”, explica María José Díaz Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Si la diferencia entre lo que se espera y lo que se tiene es muy grande, las probabilidades de sufrir la crisis del cuarto de vida aumentan.
En esta valoración de nuestra realidad entran en juego varios factores: situación personal, laboral y económica. “La realidad es que nuestra década de los 20 ya no es como era la de nuestros padres. Ahora mismo, tener veintitantos es algo que asusta: tener que luchar contra millones de otros graduados para encontrar tu primer trabajo, tratar de conseguir el dinero para pagar el préstamo de la universidad o intentar ahorrar para independizarte y tener tu primera casa mientras intentas encontrar tiempo para avanzar con tus relaciones personales”, describe Barr, miembro de la Real Sociedad de Artes de Gran Bretaña.
En su libro Unfollow: vive la vida en tus propios términos, la psicóloga y profesora canadiense Linda Papadopoulos refleja una conversación que mantuvo con uno de sus alumnos: “Se supone que tienes que ser joven y despreocupado y estar pasándotelo bien. Pero todo el tiempo estás pensando: ‘No estás haciendo lo que creías que ibas a estar haciendo en este punto’. Estás constantemente focalizado en lo que todavía no has logrado en vez de disfrutar realmente de ser joven”.
¿Le pasa esta crisis a todos los jóvenes? ¿Cuándo empieza y cuándo termina?
El concepto de juventud es amplio y abarca edades desde los 15 hasta pasados los 30 años, por lo que es muy difícil establecer pautas de comportamiento fijas. Sin embargo, la profesora de Psicología de la Universitat de València Inmaculada Montoya señala que en esta crisis sí se puede establecer una diferenciación básica. “Se trata de una crisis de momento de cambio, por lo que se produce con más probabilidad en los jóvenes que han estudiado en la universidad y al acabarla se enfrentan a la inestabilidad y a la presión social de tener que encontrar un trabajo”, explica Montoya, experta en personalidad y evaluación psicológica.
La edad en la que puede suceder oscila entre esos años: desde los 21 hasta los 29, según cuánto se haya alargado la formación. “El ingreso al mundo laboral se ha convertido en algo traumático. Cuando se termina la universidad después de cuatro años, la mayoría de los jóvenes no se sienten preparados y tampoco hay trabajo para todos. En prácticamente ningún caso se les ofrece un contrato estable, esto lleva a que la mayoría estén asustados ante el futuro”, razona Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra.
Sobre la duración, algunos expertos establecen una media de dos años. Pero depende mucho de la persona. “Es una crisis que está muy vinculada con la madurez y hay dos maneras de reaccionar ante ella: angustiarse o reaccionar. Ver la situación como una losa o como un reto. Aquellos que tienen un nivel más bajo de madurez emocional tienen más posibilidades de hundirse”, describe Gerardo Castillo, profesor de la facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra.
¿Es diferente para los jóvenes españoles por la situación del país?
Lamentablemente, sí. Aunque este concepto de crisis del cuarto de vida es extensible a los jóvenes de muchas partes del mundo, España es un caso especial debido a la larga crisis económica que ha atravesado el país. “Aquí se ha retrasado mucho la entrada al rol adulto, principalmente por la tasa de desempleo juvenil. Eso ha provocado que el hogar independiente y la autonomía económica tarden mucho en llegar”, considera la catedrática Díaz Aguado.
¿Tiene solución?
La buena noticia, según detalló Robinson en los resultados que encontró en los 1.100 jóvenes que entrevistó, es que el 80% de aquellos que sufrieron la crisis la ven ahora como una experiencia catalizadora y la recuerdan de una manera positiva. Este experto señala que incluso puede reducir el riesgo de sufrir una crisis de mediana edad después.
La psicóloga Inmaculada Montoya coincide también con esta interpretación: “Estas crisis evolutivas no son negativas, sino momentos en los que nos planteamos qué tenemos y qué queremos tener. Son momentos de replanteamiento. De pararse y pensar hacia dónde nos queremos dirigir. Son una oportunidad de recuperar el aliento y coger fuerza. Después de haber vivido esta situación de desamparo e inestabilidad, salimos siendo personas diferentes”.
Consejos para afrontar la crisis del cuarto de vida
Aunque hay calma después de la crisis del cuarto de vida, los expertos ofrecen recomendaciones para que la travesía sea más fácil de llevar. “Un buen planteamiento para tratar de superarla es tener la sensación de que tú estás tomando las decisiones, que tienes las riendas. Si se cae en la sensación de que las cosas pasan sin que tú puedas hacer nada, de que no tienes opciones, puedes caer en la apatía y el desánimo”, considera Inmaculada Montoya, profesora de Psicología de la Universitat de València.
En esta misma línea se mueve Gerardo Castillo, profesor de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra. “Depende de ti y de tu actitud salir de la crisis. Se tiene que intentar ver como un reto. Puedes tratar de llegar al autoempleo, buscar un trabajo temporal para estar ocupado y ganar algún dinerillo, irte al extranjero o pedir un crédito para hacer realidad algún proyecto”.
“Hay que recordarles a los jóvenes que todo depende de ellos, que nadie les va a construir el futuro. Que tienen que tener la fortaleza de luchar por conseguir sus sueños, aunque sea difícil”, afirma también María José Díaz Aguado, catedrática de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidad Complutense.
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