En algunos de mis cursos recuerdo el eslogan con el que, en una ocasión, se promocionó una cadena de hamburgueserías: "Come como un hombre, hombre". Este tipo de mensajes, tan presentes en nuestro día a día, recurre a un concepto de masculinidad -al machote, al hombre de virilidad desmedida- que nos ha hecho mucho mal.
Pero no es fácil abandonarlo, porque, aunque existen otros modelos de masculinidad, este concepto se ha convertido en hegemónico y se encuentra muy enraizado. A veces doy cursos para empresas privadas y los asistentes se sorprenden cuando les explico la relación entre el concepto clásico de masculinidad y los riesgos laborales.
Es cierto que muchos accidentes se deben a unas condiciones de trabajo deplorables, pero hay otros que podrían evitarse si no asumiésemos riesgos innecesarios, si no nos hiciésemos los valientes o si no confiásemos en exceso en nuestras posibilidades.
Me encuentro con una reacción semejante cuando explico la relación entre los accidentes de tráfico y el concepto tradicional de masculinidad: los hombres muchas veces se sienten reafirmados con una conducción agresiva, y esa es precisamente la causa de muchos accidentes.
Por lo general, después de haberlo debatido, los asistentes a mis cursos reconocen que los hombres, casi de manera automática, generamos mucha presión para que los demás no se desvíen de ese concepto de masculinidad.
Para eso, los hombres nos valemos de herramientas como llamar "maricón" o "mujer" (¡como si fueran insultos!) a quienes cuestionan el rol tradicional de los hombres.
Los cursos en los que participo forman parte de un programa que se llama Gizonduz ("haciéndose hombre", en euskera) y que organiza Emakunde, el Instituto Vasco de la Mujer. Desde 2009, el año en que comenzamos, hemos impartido 450 cursos presenciales -también los hay online- y hemos llegado a unas 11.000 personas.
Nuestro público es muy heterogéneo: hemos ofrecido cursos gratuitos para empresas privadas, pero también para trabajadores públicos e incluso en las prisiones. Este último caso, el de las prisiones, me parece especialmente interesante.
¿Por qué casi todas las personas que se encuentran en prisión son hombres? Esta realidad tiene varias explicaciones, pero una de ellas apunta a que la educación patriarcal dispone que los hombres adopten conductas más violentas y arriesgadas, lo que en ocasiones nos predispone a acabar entre rejas.
Es quizás el ejemplo más claro de que si los hombres viviésemos la masculinidad de otra manera, podríamos llevar una vida más plena.
La desigualdad
Pero no nos llevemos a engaño: las principales víctimas del concepto tradicional de masculinidad no son los hombres, sino las mujeres. En nuestros cursos revisamos cómo la masculinidad hegemónica sirve para prolongar la desigualdad que sufren las mujeres.
Al principio, en mis cursos, algunos hombres afirman que, salvo ciertos casos graves, como la violencia física contra las mujeres, ya hemos alcanzado un nivel de igualdad más que aceptable.
Sin embargo, conforme avanza el debate -nuestros cursos son muy participativos- salen a la luz muchas realidades que, debajo del discurso igualitario, esconden abusos más sutiles.
Por ejemplo, algunos oyentes suelen pasar por alto que, aunque en teoría la mujer pueda acceder a todos los puestos de trabajo, la realidad es que los puestos directivos siguen copados por hombres y que las labores de crianza siguen recayendo sobre las espaldas de las mujeres.
Del mismo modo, aseguran no haber reparado mucho en que los modelos más posesivos de masculinidad hacen que muchas mujeres sufran conductas hostiles y acoso sexual.
Son dos ejemplos, pero la lista es casi interminable. Y, aunque probablemente sea algo muy obvio para las mujeres que lean este artículo, los hombres no nos lo hemos cuestionado lo suficiente. Muchos hombres responden con un rechazo casi instintivo cuando se les incluye en el grupo de los privilegiados y los opresores.
En los cursos, entonces, pasamos a hablar sobre aquello que podemos hacer los hombres para no ser cómplices de estas desigualdades.
Desde mi punto de vista, hay dos pasos a seguir. El primero, prestar mucha atención para identificar qué privilegios poseemos por el mero hecho de ser hombres. El segundo, hacer todo lo que esté en nuestra mano para renunciar a ellos.
Disponemos de muchas herramientas para conseguirlo. Por ejemplo, manifestarse públicamente y participar en campañas contra la violencia hacia las mujeres o a favor de la paternidad positiva. Y, por otro lado, herramientas que se encuentran en una esfera más íntima, como plantar cara a las generalizaciones sobre hombres y mujeres o poner freno a los rumores.
Últimamente insistimos mucho en que los hombres no debemos participar en la difusión de informaciones falsas, como aquella que dice que la mayoría de denuncias por violencia machista son falsas. A fuerza de repetirlas, muchos hombres las han confundido con la verdad.
A la hora de plantear modelos de masculinidad alternativa, los hombres que trabajamos por la igualdad debemos evitar que los nuevos modelos sean exclusivamente heterosexuales, que se centren exclusivamente en el cuidado de sus hijos y que se limiten a renegar de los machotes. No sería bueno, en estos tiempos de debate sobre géneros, imponer un nuevo modelo rígido. Deberíamos avanzar en la idea de la diversidad de identidades de sexuales y de género.
Las mujeres fueron las primeras en cuestionar la masculinidad tradicional. Y creo que los hombres debemos sumarnos a esa tarea y a su propuesta de cambio social.
Yo entré en contacto con el feminismo desde bien joven, hace ya unos treinta años, a través de las organizaciones políticas y culturales con las que colaboraba. Hacia los años noventa surgieron los primeros grupos organizados de hombres que se propusieron difundir los valores feministas entre los demás hombres. Y, más o menos desde aquella época, he participado en diversas iniciativas hasta acabar en Gizonduz.
A algunos hombres les han llamado "traidores" por defender posturas feministas -Miguel Lorente lo ha contado en alguna ocasión-. Por mi parte, mi entorno ha sido respetuoso, y tan solo me han acusado de estar mintiendo o manipulando en algún curso de forma puntual. Pero han sido pocas.
Incluso ahí opera el machismo: los hombres tenemos que soportar menos amenazas y comentarios que las mujeres cuando expresamos las mismas opiniones.
Los grupos de hombres tan solo somos una pata -pequeña, pero a mi juicio necesaria- de la lucha feminista. Pero es necesario que los hombres seamos más conscientes de nuestros privilegios. Porque en el momento en que los hombres dejemos de tenerlos, todos habremos ganado.
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