M. recibió una llamada desesperada de su hija: "Ahí viene, ahí viene". La llamada se cortó en ese instante, así que M. se dirigió a casa de su hija. Al llegar se encontró con una ambulancia y el revuelo de los vecinos. "¿Qué ha pasado?", preguntó M., temiéndose lo peor. "El hombre ha matado a la mujer", respondió una vecina. La mujer era la hija de M. El hombre era el marido y asesino de su hija.
Ya han pasado algunos años desde aquello y M. reconoce, en conversación telefónica, que no ha vuelto a ser feliz. "A veces siento algo parecido, como en los cumpleaños de mis nietos. Pero no es la felicidad de antes". Desde que su yerno asesinó a su hija, M. no ha encontrado descanso.
Al principio, no lo encontró por las dimensiones del duelo. "Ni siquiera pude ir a su funeral", nos cuenta. "Yo le decía a mi psicóloga que haría lo necesario para reunirme con ella, que iría hasta el mismísimo infierno. Yo no aceptaba su muerte", explica.
El tiempo, que no le curó ninguna herida, trajo la primera Navidad sin su hija, y a M. no le entraba en la cabeza la posibilidad de celebrarla. Pero su psicóloga le insistió en una idea: "Piensa en tus nietos, hazlo por ellos, ellos necesitan normalidad".
Y así es como logró asomar la cabeza. M. se hizo cargo de sus nietos y se desvivió por que tuvieran una vida normal, pese a que uno de ellos incluso vio el asesinato de su madre. "Espero estar educándolos bien, solo quiero que mi hija se sienta orgullosa de mí", dice.
Pero, a veces, la sociedad impone su propia condena a las víctimas, aunque solo sean niños. Los compañeros de colegio empezar a señalar con el dedo a los nietos de M. Porque su padre estaba en la cárcel, porque su madre había sido asesinada. Ante cualquier problema escolar, culpaban a sus nietos, especialmente al mayor. La psicóloga del colegio se sinceró delante de M.: "Lo mejor será que los cambies de colegio, porque esto aquí ya no tiene solución".
M. plantó cara a los padres de otros alumnos, pero no tuvo más remedio que seguir el consejo de la psicóloga. "Ahora todos los padres quieren que sus hijos sean como el mismísimo Obama, y no están dispuestos a que sus hijos se rebajen a hablar con gente que ha sufrido tanto como mis nietos. Es muy triste". Entonces inscribió a sus nietos en un colegio concertado.
Año tras año, M. se ha levantado a las seis de la mañana para ocupar su puesto de trabajo. Y tanta persistencia para ganar unos 1.000 euros raspados, que apenas le dan para mantener a la familia. Los niños también cobran una pensión de orfandad, aunque es la mínima porque su madre, al morir tan joven, apenas había cotizado. Por eso se siente tan agradecida al sistema de becas Soledad Cazorla, que provee a la familia con unos 2.000 euros anuales por niño. "Si no fuera por ese dinero, no podríamos mantenernos", reconoce.
Además de la Fundación Mujeres, que está detrás de las becas Soledad Cazorla, M. insiste en que dejemos por escrito su agradecimiento a otras asociaciones, como Afavir o Themis, que le han asesorado durante su doloroso camino. Alrededor de 40 menores pierden a sus madres cada año asesinadas por sus parejas.
Son asociaciones que honran aquello que escribió Svetlana Alexiévich, la Premio Nóbel que tan bien describió el dolor de las mujeres: "El hombre no debe verse desde la perspectiva del Estado, sino desde la perspectiva de quién es para su madre, para su mujer. Para su hijo. ¿Cómo recuperar la perspectiva normal?".
"Desde que murió mi hija -reconoce M.- no he vuelto a conciliar el sueño". Lleva diez años tomando pastillas para dormir y mantener alejado el sentimiento de culpa que le asalta muchas noches. "¿Por qué no hice más para separar a mi hija de su marido?", se sigue preguntando en la duermevela.
En este artículo faltan algunos detalles, que se han omitido deliberadamente: el nombre verdadero de M., su fotografía, las referencias geográficas y temporales, el número de nietos a su cuidado... Hemos ocultado estos detalles por petición expresa de M. Llegará el día en que el asesino de su hija saldrá de la cárcel y hará lo posible por recuperar a sus hijos. "Lo sé, ya me han dicho que esa es su intención. Yo ya no puedo vivir sin miedo".
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