Experimento extraordinario en ciudades del siglo XXI: ¿Te atreverías a hablar con ellos?

Esa gente a la que no prestas atención esconde historias dignas de ser escuchadas

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¿Con cuántas personas te cruzas cada vez que sales a comprar el pan?

En mi caso, hay algunas que parecen estar siempre ahí: un anciano vestido con tonos ocres que podría ser un cantante mexicano de boleros, un hombre que sale a pasear con guisa de instructor antiguo de educación física (solo le falta el silbato y un balón medicinal) y una mujer arrugada que invariablemente fuma a las puertas de su negocio, como si fuera una estatua en el pórtico de una catedral.

Estoy seguro de que muchos de vosotros, día tras día, os cruzáis con algunas personas clásicas en vuestro barrio. ¿Os imagináis si algún día, en vez de verlos como figurantes, los elevásemos al papel de protagonistas? ¿Que intercambiásemos nuestras opiniones sobre las calles que compartimos? ¿Que nos regalásemos nuestros mejores recuerdos?

Eso es, más o menos, lo que pretendíamos los participantes en el proyecto Narrar Madrid Retiro -del laboratorio ciudadano Experimenta Distrito- cuando diseñamos una oficina móvil para la recogida de testimonios orales. Bueno, hablar de "oficina móvil" quizás sea pretencioso, porque al final nos salió un carrito de supermercado tuneado. Pero, a efectos prácticos, nos sirvió igual para movernos por el barrio y para que la gente nos contara sus historias.

La oficina móvil, echando a rodar. David Ramos

Al principio, al acercanos con toda la parafernalia, los vecinos solían disculparse:

-No, si yo no tengo nada interesante que contar...

Pero, una vez que se descorchaba la confianza, brotaban historias fabulosas.

Entre mis favoritas, se encuentra la de un anciano a quien, tras haber enviudado hace once años, sus hijos habían traído del pueblo a la ciudad.

-¿Qué es lo que más te gusta del barrio? -le preguntamos.

-Se lo voy a decir claramente, porque no puedo detenerlo... -empezó a responder.

Tras ese pomposo preámbulo, nos contestó que lo que más le gustaba era una "compañera" asturiana, también viuda, con la que había trabado amistad.

A través del relato de una señora supimos que, durante la posguerra, cuando los trenes de mercancías se aproximaban a la estación de Atocha, los estraperlistas se situaban a los lados de las vías para recoger los paquetes que les lanzaban sus compinches desde los vagones. De ahí que el estraperlo gozase de muy buena salud en el barrio.

Por un lado, su testimonio ilustraba de qué manera la ubicación de un barrio determina tanto su carácter como las actividades que en él se llevan a cabo. Por otro, me pareció significativo que la señora, al referirse a algunas personas del barrio, aún subrayara que "eran de la parte contraria". Se refería, por supuesto, a los dos bandos de la Guerra Civil.

Las ciudades hipervitaminadas

Si os paráis a pensarlo, en los últimos tiempos se han serenado los delirios de grandeza de nuestras ciudades. Nuestros políticos ya no sueñan con arquitectos estrella, ya no persiguen la gloria olímpica, ya no quieren dejar su impronta en el skyline ciudadano.

Y tengo la impresión de que, ahora que nuestras autoridades no compiten por fotografiarse en la inauguración de un nuevo mamotreto, de repente, han empezado a escucharse discursos más a escala humana sobre nuestras ciudades.

Me vienen a la cabeza, por ejemplo, el proyecto Fotovoz Villaverde, en el que los vecinos de los barrios de San Cristóbal y Los Rosales, dos de los más castigados de Madrid, fotografiaron durante cuatro meses su "entorno alimenticio" y protagonizaron posteriormente una exposición en el centro de la ciudad. O la preciosa obra de teatro Historias de Usera, en la que actores y vecinos llevaban al escenario episodios y leyendas del distrito madrileño.

En resumen, atravesamos una buena época para escucharnos.

Gracias a nuestra oficina móvil llegamos hasta un hombre que, apostado a la salida de una iglesia, nos contó unas historias sobre las que Pérez-Reverte soñaría con construir una saga: en su juventud había sido atracador de bancos -nos mostró las cicatrices que probaban su pasado pendenciero- y había convivido con muchos de los personajes que nunca faltan en las conversaciones sobre la época quinqui.

Unos jóvenes actores que descansaban junto a una fuente compartieron con nosotros una historia rocambolesca: de madrugada, ensayaban en su salón una escena de la película Vicky Cristina Barcelona, cuando, de repente, varias patrullas de policía interrumpieron la representación.

Una vecina las había llamado creyendo que se trataba de un episodio de violencia doméstica. En vez de eso, afortunadamente, los agentes solo se encontraron con dos actores en plena acción y con un atrezzo de andar por casa: la persona que hacía de Scarlett Johansson se había puesto una camiseta amarilla por peluca y empuñaba una berenjena en lugar de una pistola.

Testimonio tras testimonio, se reforzaba la famosa frase de Caetano Veloso: "De cerca nadie es normal".

El último paso de nuestro proyecto consistió en la construcción de un mapa del distrito que, salpicado por una decena de altavoces e instalado en una de las zonas más bulliciosas de la zona, devolvió a los vecinos, durante unas horas, las historias que nos habían regalado en los días previos.

El panel con las historias. Cristina Alonso

La suma de estos relatos dibujaba una mitología alternativa del barrio y permitió que aflorase una historia cercana, doméstica, apasionante. Prestar a estos discursos minúsculos la atención que se merecen reforzó nuestra creencia en que la historia de Madrid no solo se reduce a las conmemoraciones del 2 de mayo o a la posibilidad de visitar la tumba de Cervantes, sino que cada ciudadano es portador de un pedazo de historia.

Iain Sinclair, estudioso de Londres y gran enemigo de sobredimensionar la historia, critica la capa de caramelo que las autoridades derraman sobre el pasado de las ciudades ("el patrimonio", lo llama) y de qué manera sus habitantes quedan excluidos sistemáticamente en la construcción del relato ciudadano.

"El patrimonio reemplaza a los recuerdos que deberían legarse, de forma anecdótica, afectuosa, de generación en generación, mediante el testimonio oral", escribe en La ciudad de las desapariciones.

En Madrid nos quedamos sin Juegos Olímpicos, pero hay otras 3.165.883 maneras distintas de hacer historia: una por cada habitante.

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