Verano de 1983. El Gobierno acaba de aprobar la ley por la que los españoles tienen el derecho irrenunciable a 30 días de vacaciones al año y sale a la venta el Frigo pie a 30 pesetas (0,18 euros al cambio fijo de un euro, 166,386 pesetas). Un piso de 106 metros en Madrid vale seis millones de pesetas, unos 36.100 euros. No está mal, viniendo de tener una semana de asueto con el dictador Franco y de comer cortes de helado con galleta. El sueldo medio es de 1.400.000 pesetas al año (8.414 euros), aunque era más habitual cobrar menos de un millón, 70.000 pesetas mensuales (5.890 euros).
Verano de 2017. Las vacaciones son las mismas y el Frigo pie vale un euro en kiosko. Sería un 455% más caro (cinco veces y pico más) en términos absolutos, aunque el IPC general ha subido un 250% desde entonces (el triple y pico), según el Instituto Nacional de Estadística. El salario medio supera los 23.106 euros (174% más) y el sueldo mediano, el más representativo del país, ronda los 19.466 euros (230% más respecto al millón de pesetas).
Cuando publicamos en Verne Así inventamos el Frigo pie, el Drácula, el Calippo y el Twister, hubo lectores a quienes les llamó la atención cómo han subido los precios de los helados. La inflación, pese al impacto que tiene en nuestras vidas, es un concepto desconocido.
Así que vamos a intentar explicar si somos más ricos que antes a través de algo tan cotidiano como fueron los carteles de helados de nuestra infancia. “El recuerdo de lo que 'antes' se adquiría por poco dinero, comparado con lo que cuesta 'ahora', forma parte de todas las nostalgias”, decía el escritor y economista José Luis Sampedro.
¿Vale todo ocho veces más que en 1977?
“La elevación del nivel general de precios” es detestada por casi todo el mundo: erosiona los ahorros de asalariados y pensionistas mientras reduce los beneficios de los empresarios. Por eso, guardar el dinero bajo el colchón durante años tiene el mismo sentido que encender un puro con un billete.
Cuando Frigo lanzó en 1977 el popular Drácula, este helado valía 12 pesetas (7 céntimos de euro) en kiosko y ahora cuesta un euro, un 1.328% más. Según el INE, la inflación general ha subido un 732% entre 1977 y 2017. ¿Esta cifra es real?
Son datos oficiales, pero los hábitos de consumo de hoy son radicalmente diferentes. El INE calcula la inflación con una ponderación de los productos que, según sus encuestas, compran los españoles. En aquella época valoraba cosas que casi nadie compra hoy, como tela para coser en casa o brandy. Al llegar el euro, el INE rehizo su sistema con los 484 artículos que creía más representativos y desde entonces los ha ido actualizando.
En 2006 incluyó la homeopatía y la cirugía estética, en 2011 llegaron las tabletas y en 2016, las cápsulas de café y el streaming de pelis y canciones. Hasta el año pasado no se incluyeron los juegos de azar (Tragaperras, Quiniela, Primitiva...), una ausencia “por razones metodológicas” difícil de explicar siendo un sector que mueve 30.000 millones de euros.
Por otra parte, es difícil comparar con el pasado sin tener en cuenta el impacto que tienen hoy internet y la expansión de las cadenas de supermercados. Si antes era complicado comprar los helados fuera de kiosko, hoy podemos encargar con un par de clicks que nos traigan a casa varios paquetes de Frigo pie y Drácula a 0,48 euros cada unidad, menos de la mitad de su precio actual en un kiosko y muchísimo menos que en primera línea de la playa. Según la situación, estamos dispuestos a pagar más por el mismo producto.
“No pongas precios abusivos. Si son justos, venderás más y fidelizarás”, advierte Nestlé a sus vendedores. La competencia es hoy mucho mayor que hace años, e internet ha roto muchas barreras, como se ha podido ver en otros sectores como el taxi o las aerolíneas. Ejemplo: en plena expo de 1992 se anunciaban vuelos París-Sevilla por 130.000 pesetas (781 euros). Ajustada la inflación, hoy costaría unos 1.468 euros.
Menos hogares pobres...
El Negrito, que se lanzó a 55 pesetas en 1983, valía 70 un año después (27% más). Todavía era la época de la inflación a dos dígitos en España, que lograría ser “controlada” a partir de la segunda mitad de los ochenta. Ejemplo de ello es el Frigo pie, que en 1984, un año después de su lanzamiento, pasó de 30 a 40 pesetas (33%), pero en 1990 “apenas” valía 50 (25% más en cinco años).
¿Éramos más pobres en aquella época? El primer estudio serio sobre la miseria lo hizo Cáritas el año que Frigo lanzó Corazón. El informe Pobreza y marginación levantó una gran polémica al afirmar que uno de cada cinco españoles vivía como podía en esta situación.
Aquella encuesta consideraba pobres al 20% de los hogares urbanos porque ganaban 519.000 pesetas (3.119 euros) o menos al año, la mitad del ingreso medio de una familia de aquella época. En 2016, el umbral de la pobreza para un hogar con dos hijos se situó en 17.238 euros. Esto supone que el listón se ha elevado casi seis veces (452%) desde entonces.
No obstante, hay que contextualizar este gran salto. Primero, la incorporación de la mujer al mercado laboral, de 3,2 millones de trabajadoras en 1983 a 10,5 millones en 2017. Segundo, el incremento de las pensiones: la mínima era de 25.450 pesetas (153 euros) al mes en 1984, frente a los 637 euros de 2017.
Tercero, el cambio demográfico: el prototipo de hogar tenía 3,5 miembros entonces, cifra que se ha reducido hasta 2,5 en 2017. Antes había más niños, ahora hay más pensionistas. Y cuarto, el endeudamiento encabezado por el ‘ladrillo’.
... pero más endeudados
Desde los 90, los sueldos parecen haber ido relativamente a la zaga de la inflación. El Magnum almendrado valía 140 pesetas (0,84 euros) en 1992. Subió a 160 pesetas (0,96 euros) dos años después y hoy se puede encontrar por 1,80 euros, el doble de caro que hace 20 años en términos absolutos. Mientras, el sueldo medio ha pasado de 190.365 pesetas (1.144 euros) en 1994 a 1.829 euros en 2017, un 60% más. Sin embargo, la inflación habría subido un 71,2% en este periodo, lo que supone teóricamente haber perdido poder adquisitivo.
No obstante, el verdadero palo ha sido el endeudamiento. Según el Banco de España, el metro cuadrado de vivienda nueva ronda hoy los 1.781 euros de media en España frente a los 262 euros de 1983 y los 743 euros de 1990. ¿Cómo se ha pagado esto? Con deuda. Si los préstamos equivalían al 35% de la renta bruta disponible de los hogares en 1983, este porcentaje se situó en el 102% en 2016, aunque tocó techo en el 135% del clímax del ‘boom’ inmobiliario, en 2008.
¿Por qué los helados ya no se encarecen un 20% al año?
En España, la inflación ha atravesado varias épocas. Desde el final de la dictadura franquista hasta mediados de los 80, los precios subían a dos dígitos cada año (entre 10% y 30%); desde los 80 hasta la entrada en el euro en 2002, se logró moderar en torno al 5%. Con el euro, el BCE tiene el objetivo de situarla en torno al 2% para mantener el crecimiento sin arrasar el poder adquisitivo.
Cuando Frigo lanzó el Drácula en 1977, la inflación subía más de un 26%. Por ello, sindicatos y partidos acordaron en los Pactos de la Moncloa “moderar” la subida salarial a un máximo del 22%. Por su parte, el sueldo mínimo de 254.212 pesetas anuales (1.528 euros), se incrementaría “sólo” un 7,7%, como tituló EL PAÍS entonces. De aquello ya no queda ni la tilde diacrítica.
Aquellos años estuvieron marcados por la superinflación y el paro. El Super almendrado pasó de 20 a 45 pesetas entre 1977 y 1983 (125% más); mientras que el Drácula se disparó de 12 a 20 (66%).
Aquella época la protagonizó un profundo cambio ideológico internacional que dura hasta hoy. En los 70, durante la revolución de los carteles de los helados, el pensamiento económico occidental cambiaba del keynesianismo al monetarismo, del intervencionismo estatal a la desregulación de los mercados.
El keynesianismo, triunfante de la Gran Depresión de 1929, aboga por que el Estado gaste más durante las recesiones para cubrir el agujero en la demanda. Sin embargo, sus recetas no funcionaron frente a la estanflación de los setenta: desempleo y precios descontrolados.
En aquel momento, se creía a pies juntillas en la curva de Phillips (1958), que establece grosso modo una correlación directa entre paro y precios: si hay más parados, los salarios bajan y, por ende, los costes y precios. Si el Estado se pone a construir obras, habrá menos paro y se reactivará la economía.
Todo aquello no funcionaba y el liberal Milton Friedman explicó años antes por qué: atribuyendo a los mercados una racionalidad plena, dijo que la curva de Phillips no servía a largo plazo porque aquella inflación era fomentada artificialmente. Empresarios y trabajadores exigían más precios y sueldos pensando en el futuro.
Por lo tanto, Milton apuntó al control de la moneda en circulación como prioridad absoluta para reconducir la inflación. Ganó el Nobel y de paso recuperó, junto con los Reagan y Tatcher, la defensa a ultranza del libre mercado. Desde entonces se ha desregularizado la economía; precios y crecimiento se han 'domado'; y el endeudamiento se ha disparado.
¡2,5 euros un helado! ¿Me están estafando?
Los economistas heterodoxos suelen decir que el único culpable es el propio sistema capitalista porque cada uno juega el papel que le ha tocado: el fabricante de helados buscará más beneficios, el empleado del kiosko querrá mejor sueldo y el Estado, que hace de mediador, hará caso a la multinacional porque tiene más medios (“El complejo industrial-militar”, que denunciaba Eisenhower).
El dueño del kiosko de helados se adapta así a las circunstancias. Si sus trabajadores exigen más salarios, sube los precios; si los precios de otras cosas suben, sube sus precios; si su kiosko es el único de la playa, sube los precios.
No obstante, otros economistas destacan las ventajas del libre mercado. Paolo Sylos Labini apunta a la globalización como un factor clave en la moderación del IPC: la deslocalización industrial y la reducción de aranceles permitió comerciar más barato y ampliar la oferta de productos. Sin los moldes de una empresa italiana, el Frigo dedo no habría existido.
¿Recuerdas todas las marcas de helados de cuando eras pequeño? Hoy existe un quasimonopolio de gigantes como Nestlé, Unilever y Kraft Food, y esta última casi compra la segunda hace unos meses.
¿Y por qué esta obsesión por la inflación? Jacques Attali, oráculo económico de Emmanuel Macron y François Mitterrand, clamó en 2008 contra el uso del IPC para recortar la deuda: “Causa la ruina de los más pobres, y en particular de los pensionistas”.
Los jubilados están entre los más expuestos a la inflación. Cuando salió a la venta el Frigurón (25 pesetas, 15 céntimos de euro), el Gobierno socialista apretó el cinturón introduciendo por primera vez un tope máximo para las pensiones. Tres décadas después, el Gobierno del PP hizo otra reforma utilizando la inflación para recortar las nóminas de los jubilados sin bajarlas directamente: desvinculó su actualización automática del IPC (aquí tienes una calculadora de pensiones para ver cómo afecta). Si seguimos a este ritmo de IPC y subidas salariales, un Magnum almendrado de 2 euros de hoy rondaría aproximadamente los 3,5 euros dentro de 20 años en términos absolutos.
Otros economistas, como el heterodoxo Ha-Joon Chang, apunta a causas menos humanistas para contener los precios: “Se insiste en controlar la inflación porque muchos activos financieros tienen tasas de rentabilidad nominales”. Es decir, para que los acreedores (bancos y fondos de inversión) no pierdan beneficios.
Si echamos la vista atrás, podemos pensar que los helados de cinco duros eran baratos. Lo vemos con la perspectiva de cuatro décadas que parecen haber volado en un instante. Sin embargo, ese mismo helado se encarecía a 40 pesetas al año siguiente. Si comparamos la cesta de la compra y los niveles de pobreza de aquellos años con los de hoy, ha habido mejora, aunque no tan grande como pudiera pensarse. Antes era mucho más fácil comprar una vivienda sin hipotecarse de por vida, pero las pensiones eran muchísimo más bajas, viajar fuera del país era un gran lujo y no teníamos tantos productos al alcance. Que cada uno valore si el cambio ha sido a mejor.
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