“Ahora mismo. En el Mediterráneo Central”. No hacían falta más palabras porque la imagen era tan fuerte que se explicaba por sí misma. Una balsa con cuerpos de migrantes que intentaban llegar a Europa. Migrantes que habían muerto por el camino. Unos encima de otros.
El fotoperiodista Santi Palacios (Madrid, 1985) está acostumbrado a fotografiar el horror. Y esta es una instantánea que horroriza y que no pasa desapercibida entre las demás. Algunos estaban medio desnudos. Después supimos que en la embarcación, que viajaba a la deriva, había 167 supervivientes. Trece personas fallecieron y entre ellas había dos mujeres embarazadas. En declaraciones a la Cadena Ser, Santi Palacios describía escenas desoladoras: cuatro niños huérfanos porque su madre, que también viajaba en la embarcación, había muerto. Mujeres en estado de shock que habían sido víctimas de violencia sexual. "Ha sido muy duro. Lamentablemente ocurre con cierta frecuencia, pero lo que es lamentable es el estado de las mujeres", decía el fotógrafo.
Palacios, que en 2016 fue galardonado con el Premio Nacional de Fotoperiodismo, fotografió toda la escena y la secuencia en la que los voluntarios de la ONG catalana Proactiva Open Arms llegaban a la lancha neumática. Y eligió una foto para publicarla en sus redes sociales el pasado martes. Desde sus cuentas se compartió miles de veces.
Durísima foto de @SantiPalacios
— Jordi Évole (@jordievole) 25 de julio de 2017
Pero es lo que sigue pasando en el Mediterráneo.
Es demoledor.
Es la gran vergüenza de nuestro tiempo. https://t.co/Y1LppryB7V
Durante unas horas, la fotografía desapareció de los muros Facebook de aquellos que las compartieron, sin ser avisados. Tampoco fueron avisados horas después, cuando la fotografía volvió a aparecer. La empresa solo ha explicado que "la imagen se borró por error y ha sido reestablecida" y ha pedido disculpas. No ha aclarado si fue algo automático o si respondió a la denuncia de otros usuarios, pero en ocasiones anteriores en las que ha pasado algo similar, la red social ha remitido a sus normas de publicación. Ocurrió, por ejemplo, cuando eliminaron la famosa fotografía de la niña del napalm, tomada durante la Guerra de Vietnam. Estas condiciones, en su apartado sobre “violencia y contenido gráfico” establecen:
“Facebook lleva tiempo siendo un espacio donde las personas pueden compartir sus experiencias y concientizar sobre temas importantes. En ocasiones, esas experiencias y cuestiones incluyen violencia e imágenes gráficas que generan preocupación o interés público, por ejemplo, contenido relacionado con violaciones de los derechos humanos o atentados terroristas. En muchos casos, cuando la gente comparte ese tipo de contenido, lo hace para reprobarlo o concientizar acerca de su existencia. Eliminamos las imágenes gráficas cuando se comparten para producir un efecto sádico o para fomentar o exaltar la violencia.
Cuando las personas comparten algo en Facebook, esperamos que lo hagan con responsabilidad y que, entre otras cosas, elijan con cuidado quién puede ver el contenido. También pedimos que se advierta al público sobre lo que va a ver si contiene violencia explícita”.
Demasiado explícitas, demasiado reales
El debate sobre si es necesario hacer, ver y publicar imágenes explícitas, especialmente de niños, surge periódicamente. Un caso reciente fue sobre la conveniencia o no de mostrar la imagen de Aylan, el niño que apareció ahogado en una playa de Turquía en septiembre de 2015. Antes, esa responsabilidad caía sobre los medios de comunicación, pero ese filtro quedó obsoleto con las redes sociales. En el caso de Aylan, la prensa se dividió, pero la imagen del niño tendido bocabajo en la arena acabó dando la vuelta al mundo.
Unos meses después, cuando se difundió de manera masiva por redes un vídeo con imágenes de niños que sufrían la hambruna en la ciudad siria de Madaya, en Verne preguntamos a las ONG si consideraban útil compartir esas imágenes. En general, coincidían en que su labor no es difundir esas imágenes, pero que su publicación en redes sociales ayuda a crear presión social y a poner el foco de atención sobre casos concretos. Aunque eso no se traduzca en consecuencias inmediatas. "Vivimos a golpe de inmediatez. El caso de Aylan conmocionó durante dos días y luego murieron otros muchos niños cuya historia no ha afectado a la gente. ¿Qué compromiso político despertó esa imagen? Las soluciones políticas reales no llegaron", decía Amaia Esparza, directora de comunicación de Médicos sin Fronteras España.
En el reportaje ¿De qué sirve la foto de un niño muerto?, el fotoperiodista Samuel Aranda, que ganó un premio Ortega y Gasset por una foto de una refugiada abrazada a su bebé en la isla de Lesbos, defendía el valor de estas imágenes. Y recordaba una fotografía suya de una niña enferma de ébola en Sierra Leona publicada en The New York Times. "Esa imagen provocó que Estados Unidos enviase medicamentos que esperaban en el país desde hace meses”, señaló.
La fotografía de Santi Palacios que desapareció (y reapareció) de Facebook es solo una de toda una secuencia de lo que ocurre, como él decía, "ahora mismo. En el Mediterráneo Central". Aquí reproducimos otras. Avisamos a los lectores que son imágenes duras y explícitas. Y reales.
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