En español, no hay palabra para tanto chorizo

¿Cuántas palabras para "robar" hay en nuestra lengua?

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Curro Jiménez, nuestro Robin Hood (más o menos)
Curro Jiménez, nuestro Robin Hood (más o menos)

Si un marciano recién aterrizado tuviera que juzgar a los hablantes del español a partir de nuestras palabras pensaría que aquí... se roba mucho. Son decenas las palabras que existen, o han existido, para este delictivo acto. La frase genérica podría ser “Los ladrones roban”, pero el tipo de robo y sus circunstancias van modelando al ladrón para enriquecerlo con todo tipo de nombres particulares según qué, cómo, cuándo y con quién se roba.

Si observamos el cómo, el vocabulario se multiplica para dar nombre a todas las profesiones posibles. El ladrón que abre un agujero en el suelo es un butronero; el que usa la ganzúa es un percador y el que señala con una mano en una tienda mientras que con la otra se guarda algo en el bolsillo es un bajamano. Farabusteador es el que roba rápidamente y motochorro, en el español rioplatense, es el que roba y huye en moto. Quien engaña al vender o cambiar es un trapaza y al tironero se lo puede llamar tambien turlerín. El que aprovecha que la puerta de la casa está abierta es un caletero, y el que se beneficia de la distracción ajena, un descuidero.

Si miramos a qué se está robando, la palabra “ratero” nombra al que roba cosas que valen poco. El que le quita las ovejas a otro es un lobatón; gomarrero es el que se lleva las gallinas, y quien sustrae metal o piedras de una mina es un cangallero. El que robaba a las caballerías que circulaban por los caminos era un almiforero y el primer sentido que tuvo la palabra “sacrílego” era el de ladrón de objetos sagrados. Quien roba una billetera es un carterista y quien hurtaba una bolsa con dinero era un cicatero, aunque hoy para nosotros esta palabra significa que alguien te racanea lo que te mereces (chicatero es su preciosa variante, por influencia de “robar cosas chicas”). Si robas a un ladrón tienes cien años de perdón, dice el refrán, pero además tienes una palabra que te da nombre: “belitrero".

Si nos fijamos en el cuándo, murcigallero y murciglero son los que hurtan a los que duermen; y si atendemos al con quién, la cuadrilla delictiva se nos llena de nombres muy curiosos. El que vigilaba mientras otro robaba era antes llamado el lince. Ahora quien avisa es el aguador, pues grita “¡agua!”. Los criados que ayudaban al ladrón eran el alatés (o el azorero, si este se encargaba de llevar lo robado). Al final de la cadena, el perista aprovecha los objetos robados para comerciar.

¿De dónde han salido tantas palabras? Muchas de ellas son latinas (por ejemplo, la principal, latro, de donde viene ladrón). Otras vinieron de las lenguas germánicas: los mercenarios germanos que entraban a Roma trajeron la raíz de la que sale la palabra castellana “robar”, que empezó a convivir con “hurtar” (del furtare latino). Otras voces las tomamos de las lenguas vecinas: por ejemplo, “hampa” vino del francés. Muchas son del italiano: “bandido” era, además del amante de Bosé, la palabra para llamar a los forajidos, no usada en español antes del siglo XVI. También llegaron de Italia por la misma época “desfalco” y “estafar”, que en origen significaba sacar el pie fuera del estribo al montar a caballo y quedarse en falso, como aquel que siente que ha metido su dinero donde no debía. Del euskera vinieron “ganzo” y “ganzúa”, variantes de “gancho”. Y hay muchas recientes del caló, como “mangar” o “choro” (de ahí hemos sacado “chorar, chorizo o chorizar”).

La jerga de los delincuentes tuvo incluso un nombre para sí: era la germanía (o jerigonza o jacarandina), el lenguaje usado por los maleantes en la época más picaresca de nuestra cultura, los siglos XVI y XVII. Para hacer crípticos sus mensajes, los ladrones utilizaban en su vocabulario palabras especiales, que les servían de ocultamiento. Claro que no todos los ladrones acechan y se esconden: algunos se pasean por oficinas. Con mucha gracia, el título de la serie de los 90 Los ladrones van a la oficina jugaba con un equívoco: La oficina era el bar donde se reunía una cuadrilla de ladrones:

Hacían de ladrones Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez, Manuel Alexandre, Paco Rabal; el comisario era Agustín González. Grandes actores de la escena española del siglo XX para interpretar un papel que Winona Ryder hizo en la vida real. Se confesó cleptómana, palabra que da nombre a la obsesión por robar; su origen es griego, como lo fue el primer ladrón mitológico, Caco, que comía cabezas humanas y robó los bueyes a Hércules.

Con mayor o menor uso, las palabras para la delincuencia se registran en los diccionarios del español de ayer y de hoy. ¿Es en este caso la lengua causa o efecto de la realidad? Obviamente, nuestro marciano recién aterrizado no debería pensar que el tener tal cantidad de palabras nos hace ladrones, ya que la lengua no hace a la conducta y tener muchas palabras para nombrar al ladrón y sus circunstancias no nos convierte en más propensos a robar. Ahora bien ¿tener tantas palabras es un efecto de cierta tendencia a sisar lo que no es de uno? Pues tampoco. De hecho, observando el panorama nacional últimamente, lo que a una le da por pensar es que en español no hay palabra para tanto chorizo.

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