Basilio García fue durante doce años la "escoba" –el corredor que va último en una carrera, recoge el marcaje y se asegura que no haya lesionados ni rezagados– del Maratón Alpino Madrileño (MAM), una carrera que recorre las montañas de Guadarrama, entre Madrid y Segovia. Tuvo que dejarlo tras la edición de 2008: al año siguiente sufrió un ictus apopléjico, que le provocó un coma y le dejó parcialmente paralizado. Nueve años después de su última participación, ha vuelto a ascender a la cima más alta del MAM, Peñalara, con ayuda de sus amigos y una silla adaptada.
García y sus compañeros ascendieron Peñalara, la montaña más alta de Guadarrama (2.428 metros), este 10 de octubre, aunque la aventura se gestó unas semanas antes. "Entrenando con un amigo comentamos que era una pena que Basilio no volviera a subir", cuenta a Verne Miguel Caselles, uno los organizadores del reto. "Esa misma tarde, tomando unas cervezas, comenzamos a darle forma a la idea".
"Para mí fue una sorpresa", cuenta García, segoviano de 65 años, por teléfono a Verne. "Primero se lo comentaron a mis hijos, que alucinaron. Decían: '¿Cómo vais a subir a mi padre ahí arriba?". Los amigos del corredor-escoba ya lo tenían todo pensado: lo harían con una joëlette, una silla todoterreno prestada por la Fundación Española de Montañismo y Deporte Adaptado (FEMAD). También dos médicos de esta fundación se unieron al equipo, así como los dos hijos de García.
La subida fue mejor de lo esperado. "Días antes hicimos una prueba hasta 1.900 metros, y calculamos que tardaríamos unas cinco horas en subir", recuerda García, "y finalmente fueron tres". Aunque tampoco fue sencillo: "No me he dado cuenta de la cantidad de piedras que tiene Peñalara hasta que no he subido con una silla", cuenta su acompañante. "Había ratos que Basilio decía: 'Cabrones, que me matáis".
A pie hasta la cima
A 400 metros de hacer cumbre, Basilio García decidió que quería intentarlo a pie. "En llano puedo hacer un kilómetro en unos 15 minutos, pero en montaña es distinto", cuenta el segoviano. Con ayuda de los médicos de la FEMAD, que le indicaban el mejor trazado, y un bastón direccional –un palo alargado al que van sujetas varias personas–, logró llegar a la cima por sí mismo. "Arriba nos comimos el bocata y abrimos una botella de champán, y para abajo. Fue espectacular".
Tras salir del coma que le provocó un ictus en marzo de 2009, Basilio recuerda que pidió a su familia que le llevaran a la pista de atletismo. "La primera vez que intenté dar una vuelta (400 metros) tras salir del hospital tardé 30 minutos", cuenta. "Desde entonces voy todos los días que puedo, y ahora ya tardo menos de cinco". En 2012, tres años después del ictus, completó lo que bautizó como "el maratón más lento del mundo": tardó 21 días en terminar los 42 kilómetros de un maratón, haciendo dos kilómetros diarios.
Cuando terminó aquel maratón, su hermano, hostelero, lo esperó en meta con unos judiones de La Granja, plato típico segoviano. Esta vez, al bajar de Peñalara, le habían preparado una comida sorpresa. "Al llegar me dijeron, en broma, que la próxima tenemos que subir al Mulhacén", cuenta García. "Yo me apunto a un bombardeo, la próxima voy donde haga falta. Como si dicen de subir al Kilimanjaro".
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