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La semana pasada se cumplieron 120 años del nacimiento de Bram Stoker. Siempre me ha fascinado la idea de que, al contrario que otros autores del género relativamente contemporáneos a él (siendo laxos) como Mary Shelley, Poe o Louis Stevenson, Stoker tuvo una vida sencilla y sin apenas sobresaltos. Casi aburrida. Bram Stoker era lo que podríamos llamar una persona normal. Estudió Matemáticas y no solo terminó la carrera sin entregarse a lo que Baudelaire llamaba los paraísos artificiales (básicamente, ponerse tibio a drogaína) sino que se graduó con honores. A continuación, se hizo con un puestito trabajando para la administración pública en el Castillo de Dublín. Todo antes de los treinta. Bien jugado, Bram.
Lo siguiente está claro: CASARSE. El bueno de Bram acabó aparcando con Florence Balcombe, ex de otro insigne irlandés, Oscar Wilde, el duque blanco primigenio. Me imagino que después de una relación amorosa con Oscar Wilde lo que te apetece es una cosa así tranquilita, un funcionario.
Los Stoker se mudaron entonces a Londres, donde Bram se dedicó al teatro. Pero a nada divertido: le llevaba los negocios a Henry Irving, actor-manager (actores que se convertían en gestores de un teatro) del Lyceum Theatre en el West End londinense. Aquí es donde encontramos algo de chicha en la vida de Bram Stoker, ya que mucho se ha hablado de la relación estrecha y con el tiempo tormentosa que mantuvo con Irving. Coincidiría en este sentido Stoker con Horace Walpole, autor de El castillo de Otranto, la que se considera la primera novela gótica. Walpole, que nunca se casó, ha sido considerado por unos probablemente homosexual, por otros dentro del espectro ACE, pero en cualquier caso definitivamente queer.
Si Stoker era o no gay y cuánto influiría este hecho en su obra cumbre queda sujeto a numerosos estudios e interpretaciones. Lo que está claro es que Bram, a pesar de su vida aparentemente corriente, concibió una de las novelas que más ha marcado la cultura popular en los últimos ciento veinte años. Y es que Drácula es la principal responsable (con perdón del cuento de Polidori) de que los vampiros pasaran de ser monstruos de la tradición oral a una de las cosas más cool que existen. Casi siempre.
Una de las facetas más sobresalientes de la novela es la manera en la que trata muchos temas tangenciales a lo outsider y el rechazo social, refiriéndose constantemente al miedo al otro, a lo diferente. Es muy posible que eso es lo que nos siga atrayendo de la historia. Drácula, al fin y al cabo, no deja de ser una alegoría sobre las consecuencias de salirse de la norma, el deseo y lo prohibido.
Puede que el cuarentón y ordinario Bram se plasmara a sí mismo en la figura de Jonathan Harker, un joven licenciado en Derecho que acaba de ascender de junior en Deloitte y al que encasquetan un asunto relacionado con la venta de unos bienes raíces donde Cristo perdió la chancla. Es casi imposible no leer el comienzo de la novela, el viaje de Jonathan a Transilvania contado en primera persona, y no interpretarlo como una comedia casi involuntaria, con esos lugareños que le gritan cosas como “el diablo”, “bruja”, “infierno” y “aléjate del vampiro, tontaco” y ese Jonathan que lo que piensa es “hay que ver qué curiosa es la gente en el continente”.
Hace veinticinco años que Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford Coppola (y también de Winona Ryder), supo captar esa reivindicación de la identidad presente en la obra de Stoker, convirtiendo a Vlad en el héroe trágico de la historia e interés romántico de Mina, la prometida de Jonathan. Porque nadie quiere que el héroe sea un abogado que se dedica a hacer gestiones con el registro de la propiedad. Todo el mundo quiere que sea el que ha atravesado océanos de tiempo para encontrarte. Por eso es Vlad y no el estirado Jonathan el que pervive en el imaginario colectivo.
Hablando de héroes, aunque normalmente cierro con algún tipo de conclusión, esta semana no puedo evitar despedirme recordando a uno de los mejores vampiros que han existido.
No todos los héroes llevan capa pero este sí, por la gloria de tu madre.
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