A no ser que hayas estado metido en un agujero durante los últimos diez días, o que seas un asceta que vive en una cabaña en mitad del monte mascando su ira hacia el declive de la civilización occidental, a lo Unabomber (en cuyo caso, no creo que estés leyendo esto) es muy posible que hayas oído el trap de Velaskes al menos una vez. Desde su publicación el 25 de noviembre, el vídeo -obra de Christian Flores para Playground- no ha parado de dar vueltas por todas partes, propiciando sesudos análisis de carácter histórico, de corte feminista, la muy obligada crítica a lo poco que saben los millennials sobre cualquier tema y lo más importante, memes por doquier.
Como cualquier petardazo gordo de Internet, tampoco ha faltado el correspondiente “sois muy pesados, callaos ya con la cancioncita”. El vídeo ha pasado, al fin y al cabo, por todos los estadios por los que pasa cualquier obra de carácter artístico. El propio Velázquez reflexionaba en el cuadro que no se conocería como Las Meninas hasta 1843 sobre la naturaleza del arte y el papel del creador.
Tampoco era la primera vez. Al fondo de la estancia, hay colgados dos lienzos sobre el triunfo de la creación artística, Apolo vencedor de Pan de Jordaens y Palas Atenea y Aracne de Rubens, el cuadro que Velázquez había reinterpretado en Las Hilanderas, obra que todo el mundo pensaba que era eso, un cuadro sobre señoras cosiendo. No sería hasta mediados del siglo XX cuando Diego Angulo Iñiguez diría “oye, a lo mejor esto no es una escena puramente costumbrista. A lo mejor es otra cosa”.
Según relata Ovidio, Aracne, una joven libia, era tan buena tejiendo que empezaron a decir que era mejor que la propia Atenea, diosa de la sabiduría y la artesanía. Aracne, al verse comparada con alguien de tanto talento no lo negó, así que Atenea se pilló un rebote impresionante. La diosa se disfrazó de anciana y retó a Aracne a un duelo de tejer (al igual que en Blancanieves, la moraleja es que no subestimes nunca a las viejas). La joven Aracne perdió y Atenea la convirtió en araña porque como todo el mundo sabe los dioses son siempre muy mesurados con sus castigos. Pero la cosa tiene todavía más miga. Al fondo, aparece un tapiz casi terminado que representa el rapto de Europa, otro mito recogido en Las Metamorfosis. El caso es que Rubens, que ya aparece como referencia en Las Meninas, pintó esta escena copiando El rapto de Europa de Tiziano. El arte y su influencia son, al fin y al cabo, infinitos.
Hace justo un año, El Prado ofrecía Metapintura, una exposición que invitaba a reflexionar sobre la colección como algo vivo. Mucho antes, en los años 70 Umberto Eco le volaba la cabeza a gran parte de los estudiosos de semiótica postulando que el lector influye tanto como el creador en la propia obra. Una obra literaria, afirmaba Eco, no supone un ente estático y lanzado sin más al mundo, sino que su razón de ser es la interpretación que se lleva a cabo en la cabeza del lector. La obra no es algo muerto, sino vivo y mutable en la mente de cada receptor, que es libre para entender lo que quiera e, incluso, para convertirse a su vez en creador a partir del mismo caldo primigenio.
Algo parecido hacía ya Velázquez Las Meninas. El espacio pictórico se rompe y se proyecta hacia el espectador, que no puede permanecer impasible y pasar la mirada de largo. Velazquez te mira a la puñetera cara desde su propio cuadro y te obliga a preguntarte qué está pasando ahí, ¿están posando los reyes o solo son testigos de la escena? ¿Y qué hace ahí ese perro? ¿Por qué me está observando toda esa gente? Velázquez te agarra la cara y dice “mira, mira joder ¿no lo estás viendo? En el cuadro se está pintando otro cuadro”.
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