Siempre que agarraba el mando del televisor, Antonio Quiles deslizaba el pulgar en busca de canales deportivos. Los partidos de fútbol de otros tiempos le llevaban a sus años de juventud, cuando jugaba en el Elche Ilicitano Club de Fútbol. Hasta que su nieto Lluís pensó que el abuelo necesitaba añadir algo de variedad a sus tardes y le recomendó el canal Viajar. Antonio encendió la tele y ahí estaba París. Cuando vio a su nieto, le dijo entusiasmado: “Me encanta París”. Y eso que no había estado.
Lluís creyó que un hombre capaz de emocionarse así con lo que no ha podido conocer en casi un siglo de vida merecía viajar. Pensó, también, que se iría con él. Así que empezó a buscar vuelos. Era 2016 y su abuelo aún no sabía que pronto empezaría a conocer el mundo gracias a su nieto, que tenía dos billetes de avión hacia Milán. Lluís no preguntó, pero no fue necesario. “Yo estoy dispuesto a todo”, cuenta a Verne Antonio entre carcajadas.
Desde entonces, han conocido juntos Francia e Italia y siguen planeando viajes. Dice Antonio, mientras ojea el álbum de fotos de Italia que le ha regalado su nieto, que el siguiente destino será Inglaterra.
Cuando abre y cierra la puerta, Antonio, tan alto, desprende una energía de otra época. Se sienta en el sofá y, solo cuando está quieto, su cuerpo manda la señal, confía y muestra su verdadera edad: 97. “Tengo una energía que ni yo me la creo. Pero solo se me nota si estoy de pie y en movimiento. Si me siento ya es otra cosa. Es que he hecho mucho deporte, ¿sabes?”, dice Antonio tras volver a sentarse en el sofá de su salón.
Cuando viaja, contagiado por la juventud de su nieto, huye de la comodidad y el lujo. Aunque siempre buscan alojamiento en lugares céntricos porque ambos son conscientes de que el cuerpo de Antonio, hoy fuerte, cualquier día podría fallar. Una vez llegan a una ciudad, Antonio se cuelga la mochila y se dedica a recorrerla a pie. En Italia comenzó a conectar trenes para desplazarse a otros lugares. Él y su nieto llegaron a Milán, de ahí fueron a Roma y pasaron por Florencia y Venecia. “Me gustó Italia. Había que correr mucho, pero es bonito, sobre todo Venecia. Ahora, es más bonito París”, dice Antonio.
El segundo viaje que hicieron juntos, meses después, fue a París. Aunque Antonio siempre tuvo familia en Francia, no vio la oportunidad de salir de España porque eran ellos los que le visitaban. Cuando al fin conoció París, con 96 años, subió a la Torre Eiffel, recorrió las calles de la cuidad y visitó los lugares más emblemáticos, aquellos que había visto a través del televisor. Y no le decepcionó: “París es bonito, pero me gustaría más vivir en Italia porque es más distinto: París me pareció de un estilo más español”.
Ahora que su nieto prepara el álbum de fotos de París, él recuerda aquel viaje con cariño: “En un autobús descapotable estuvimos dando vueltas y con interfonos iban explicando por dónde íbamos, dando vueltas por todo”.
Lo que más le sorprendió de aquel viaje no fue el destino, sino el regreso. “Me gustó sobre todo el viaje en avión, eso fue envidiable. A mí me pareció que se paró. Que digo: ¿Pero cómo es posible que se pare el avión en el aire? Se ve que estaban esperando que aparcara otro avión”, recuerda.
Al abuelo, lo único que le preocupa en sus viajes es la gastronomía porque, asegura entre risas, él es “muy de cuchara”. Aunque no siempre encuentra lo que busca, hace un esfuerzo por conocer lo más típico del lugar. “En Roma, cuando vi todo eso dije: “madre mía”. Había probado la pizza antes, y comí, pero que no me va a mí, que soy de cuchara. A la camarera le pregunté: ¿Pero qué hay de sopa? Me dijo que sí, que había una sopa de cebolla. Madre mía: toda la sopa de cebolla, de col, de calabaza...”, recuerda entre risas.
En realidad, aclara, no es él quien hace las preguntas cuando viaja con su nieto, sino Lluís: “Lo paso muy bien con mi nieto de viaje porque él es el que habla y es el que lo sabe todo. Yo no sé nada”.
Dice Lluís que lo mejor de viajar con él es “su ingenuidad”. Al nieto le encanta la capacidad de asombro del abuelo, cómo disfruta de cada momento, al descubrir todo aquello que solo había visto en películas. Para él, viajar con su abuelo se ha convertido en un modo diferente de reencontrarse con los lugares que conoció en el pasado: “Hay quienes dicen que no debes volver al sitio en el que has sido feliz, pero es que con tu abuelo cambia todo. Hay una reinterpretación”.
Diarios de viaje
“Ahora es que me ha dado por hacer libros de mis viajes”, comenta Antonio ufano. Con “hacer libros” se refiere a escribir sus viajes en libretas, pedir a su vecino que los mecanografíe, reunir fotos, dar orden a todo ese material, llevarlo a encuadernar y ponerle título. Como una versión analógica de un blog de viajes con acceso restringido.
El tomo que reposa sobre la mesa, abierto a la altura de una excursión familiar escrita e ilustrada se titula Las vacaciones. Empieza así: “Mis vacaciones las empecé yo de pequeño con mis padres que me llevaban en un carro y un caballo”.
La afición por los campings, que le llevó a recorrer España en familia, no tardó en llegar: “Un día el menor de mis hijos, Hipólito, nos dijo ¿papá, por qué no os vais de camping? Yo compré otro coche, un Seat 127, y una tienda de campaña y nos fuimos a probar”, escribe.
Cuando empezó a viajar a otros países con su nieto, dejó de alojarse en campings. “He conocido toda España de camping, menos Girona. Y me gustaba a mí entonces más que el hotel, siendo joven. Ahora veo que es mucho mejor el hotel, dónde va a parar”, recuerda ahora en su casa, cuando acude a sus notas de viaje.
Viaje a la guerra
Antonio estruja la memoria en silencio. Pronto se apresura a contar lo que de verdad le interesa: “¿Sabes que también estuve en la guerra? No había ido aún a ningún sitio y me llevaron a la guerra, a los 17”, dice en su casa de Elche.
Quizá porque es la parte de su vida que explica el resto, cuenta anécdotas de la guerra como si fueran viajes. Recuerda, por ejemplo, aquel tren que salió “en dirección contraria” y, en vez de llevarle a Elche, lo dejó en un campo de concentración.
O aquel compañero que inventó un soborno para irse de permiso y a él le sirvió de inspiración para hacer lo mismo: regalar unas botas a un capitán para que le dejara ir a Elche. O cómo, al llegar a casa hambriento, enfermó de tanto comer y no pudo regresar al frente a tiempo. Quisieron fusilarle por ello. Es su forma de incidir en que aquí sigue un hombre al que otro hombre quiso matar y que 80 años después aún planea viajar.
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