Era el año 1967. Dolores Loly García, de 17 años, ganaba la San Silvestre Vallecana. Su marido, Javier Álvarez, quedó segundo. A él le dieron 15.000 pesetas por participar. A ella, por ganar, le dieron un picardías rojo y una cubertería. "Me moría de vergüenza por el picardías", cuenta la atleta a Verne. "Pensaba: Dios, ¿cómo voy a ponerme esto?". Faltaban todavía 14 años para que la San Silvestre fuera mixta. Hasta 1981, las mujeres participaban en su propia –y actualmente, casi desconocida– carrera, con un recorrido mucho más corto.
La creencia popular es que en las primeras ediciones de la San Silvestre no corrían mujeres. En La Sansil, el libro oficial de la prueba, se reivindica su participación desde los años 60: "Vamos a dejar claro un aspecto que ha generado algunas dudas entre el público general y algún medio de comunicación. La primera mujer que ganó la San Silvestre Vallecana no fue Grete Waitz". Waitz fue la vencedora en el 81, cuando las carreras masculina y femenina se fusionaron. Antes hubo otra decena de ganadoras, aunque en Wikipedia, por ejemplo, siguen sin aparecer. La primera de ellas fue María Luisa Ares en 1964.
La cuarta de estas vencedoras desconocidas fue Loly García, que ostenta el récord oficioso de San Silvestre más rápida: ganó su carrera, la de 1967, en 51 segundos. "Por aquella época las mujeres corríamos muy poca distancia en todas las pruebas", cuenta la atleta, que tiene ahora 67 años. La veterana no recuerda demasiado del recorrido de la competición, pero sí la corredora que ganó la edición posterior: Dolores Loly Oromendia, vencedora en 1968. "Era solo una calle, una recta que se hacía ida y vuelta", cuenta a Verne.
En aquella recta, de unos 400-600 metros, según la edición, corrían cerca de una veintena de mujeres. "No creo que nunca fuéramos más de 30", cuenta Oromendia, de 72 años. "El atletismo femenino era un mundillo muy pequeño. De hecho, mi principal rival era también mi compañera de equipo".
A pesar de que a nivel mediático su prueba quedaba eclipsada por la masculina, no era así en cuanto a público. "Cuando competía, me concentraba muchísimo y no me fijaba casi en nada, pero era imposible no atender a los ánimos y a la gente en Vallecas", recuerda Oromendia. García coincide: "Nos animaban a muerte. Era una especie de burbuja comparado con cómo era entrenar".
Ambas hablan del contraste entre aquella competición y su día a día como atletas. "Entrenar era otra historia", recuerda Oromendia, que cuenta que su padre la acompañaba a los entrenamientos largos en la Casa de Campo, y que en el estadio donde practicaba (el desaparecido Vallehermoso) no había vestuario femenino, y tenían que esperar a que terminaran los chicos para cambiarse. Las dos ganadoras hablan de los silbidos de los hombres. "Yo me ponía roja, incluso entrenando de chándal largo me silbaban", dice Oromendia.
En la San Silvestre todo eso cambiaba. Incluso yendo de corto. Las dos atletas recuerdan cómo era la ropa de competición, que poco se parece a la de los runners actuales. "Corríamos con zapatillas normales y corrientes, nada de deportivas. Y de corto, pero muy discretas", dice García. "Para aquella San Silvestre -1967-, recuerdo que Javier (su marido, que años después fue olímpico en Munich) fue a París y me trajo un pantalón muy cortito y elástico, y aquello fue la sensación".
'Loly García', entrenando con Javier Álvarez, su marido. Cortesía de Vida Atlética de Galicia
El reclamo de las primeras San Silvestres: la cena
Antonio Sabugueiro, creador de la San Silvestre, cuenta en su libro Historia de la San Silvestre Vallecana que Javier Álvarez, el marido de Loly García, fue el primero en recibir dinero por participar. Antes –e incluso cuando los corredores de más nivel ya recibían prima de participación–, el reclamo para que los deportistas acudieran no era dinero, sino comida. Al finalizar la carrera, todos los corredores y sus familiares estaban invitados a celebrar la Nochevieja.
"La entrega de premios era una cena con corredores y familiares, una gran fiesta", recuerda Loly García. En aquellos años, los ganadores recibían regalos que ponían negocios colaboradores, y algunos se rifaban entre los asistentes con condiciones surrealistas. Sabugueiro cuenta en su libro que uno de estos colaboradores "destinaba unos cuantos zapatos para rifarlos entre las mujeres asistentes, poniendo como condición a las afortunadas que tenían que probárselos y luego brindar con ellos, llenos de cava".
Loly Oromendia volvió a correr la San Silvestre en 1971 y fue segunda. Su tocaya nunca volvió a participar. Si alguna volviera a Vallecas una Nochevieja, encontraría la carrera muy cambiada: casi 50 años después de sus victorias, las participantes de la San Silvestre han pasado de menos de 30 a más de 10.000. Ya no hay fiesta después de la carrera, pero la propia carrera es una fiesta. Los ganadores y las ganadoras no reciben premios en metálico, pero eso tampoco está tan mal. Al menos, no tienen que volver a casa cargando con una cubertería.
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