A menudo creemos que la mejor forma de tomar una decisión es ser lo más racionales que podamos: hacer una lista de pros y contras, sopesarlos detenidamente, no dejar que las emociones se crucen en este proceso. En realidad, si solo usáramos la razón, seríamos incapaces de decidirnos.
Este es uno de los temas que se trata en El cerebro y las emociones, de Tifiana Cotrufo y Jesús Ureña Bares. El libro explica qué son las emociones y por qué cumplen una tarea esencial en nuestro día a día, incluyendo en la toma de decisiones. Es el segundo volumen de la colección Neurociencia y psicología que publica EL PAÍS y que está disponible cada domingo con el periódico.
La experiencia de Tammy Myers, narrada en el libro, ilustra la importancia de las emociones. Esta joven ingeniera sufrió un accidente de moto que afectó a su corteza orbitofrontal, justo por encima de las cuencas oculares, que es la región del cerebro que analiza las emociones. La lesión “la dejó en un estado de indecisión permanente". Myers puede describir todos los pros y contras de una decisión que deba tomar. El problema no es de lógica, sino que su cerebro no sabe leer las señales de su cuerpo. Es decir, su corazón no se acelerará, no se alterarán las hormonas ni se abrirán las glándulas sudoríparas.
Como añade Eagleman en El cerebro: nuestra historia, la creencia de que el cerebro pilota nuestro cuerpo desde arriba es equivocada: “El cerebro está en comunicación constante con el cuerpo. Las señales físicas del cuerpo le dan un resumen rápido de lo que está ocurriendo y qué se puede hacer”. Muchas situaciones implican demasiados detalles para llegar a una decisión por lógica -añade Eagleman-. Para guiar el proceso, necesitamos estos resúmenes condensados”.
Por ejemplo, cuando un perro nos ladra, no nos detenemos a examinar la situación detenidamente, sino que aumenta de modo automático nuestro ritmo cardiaco, se nos tensan los músculos, se nos dilatan las pupilas… Todo esto sirve para que el cerebro sepa si estamos a salvo o no y pueda tomar la decisión correspondiente. “Por lo general, los marcadores son más sutiles, pero están igualmente presentes en todas nuestras decisiones.
El marcador somático
Se han hecho muchos experimentos que confirman la importancia de las emociones en las decisiones. Cotrufo y Ureña Bares mencionan uno de Antonio Damásio, neurólogo que ya explicaba esta teoría en su libro El error de Descartes. Según Damásio, cuando tenemos que tomar decisiones, “las sensaciones y los sentimientos provocan cambios fisiológicos en el organismo (...) que marcan como buenos, malos o neutrales los resultados previstos de una acción”. Es decir, nuestras decisiones vienen condicionadas por un “marcador somático”, que a menudo actúa de forma inconsciente. Este marcador permite agilizar el proceso de toma de decisiones, “al integrar y recapitular los deseos, impulsos instintivos y las experiencias pasadas de la persona”. Es decir, lo que por lo común llamamos “corazonadas”.
En uno de estos experimentos, Damásio y su equipo presentaron cuatro barajas a los participantes. Dos de las barajas ofrecían premios y penalizaciones en metálico muy elevadas, mientras que las otras dos eran más conservadoras. Cuando el número de jugadas era elevado, los participantes tendían a ver el patrón y a preferir las barajas seguras, a pesar de que las ganancias eran menores, para acabar con beneficios. Los pacientes con lesiones frontales no optaban por las cartas con poco beneficio y poca penalización, sino que preferían las barajas de riesgo, a pesar de que acaban sufriendo pérdidas. En opinión de Damasio, el marcador somático de estas personas no les avisaba del riesgo. Además, la lesión prefrontal también “impediría la construcción del escenario a largo plazo de las consecuencias”.
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