Para bellum

Lo de las armas en Estados Unidos nunca ha sido ni medio normal

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Imagen de 'La chaqueta metálica', de Stanley Kubrick
Imagen de 'La chaqueta metálica', de Stanley Kubrick

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Estas últimas semanas se ha hablado mucho de armas. Como cada vez que ocurre una desgracia de estas características en Estados Unidos, sale a relucir nuestra incapacidad europea para entender que en el país de las oportunidades un chaval de 18 años no pueda beber alcohol pero pueda comprarse un arma automática. A pesar de todas las películas que veamos sobre el tema —Bowling for Columbine, Elephant, Beautiful Boy o Tenemos que hablar de Kevin, por mencionar un puñado de títulos— no conseguimos entender su obsesión por el “derecho” a poseer armamento de guerra.

Y ahora, a clase de Latín

De hecho, como comentaba la periodista y referente en Twitter, Dori Toribio, el debate en el país ni siquiera gira en torno a la prohibición, sino a la mera restricción en su compra. De ahí que cuando el presidente Trump habla de armar a los profesores como medida preventiva para evitar tiroteos en las escuelas, una se pregunta si los alumnos no acabarán yendo a clase como Ripley al final de Aliens.

Lo cierto es que lo de las armas en Estados Unidos nunca ha sido ni medio normal, empezando por el hecho de que la parte de su constitución que permite la posesión de armas estaba pensada para defenderse de los ingleses a mediados del siglo XVIII y pasando por los fabricantes de armas, que eran casi todos personajes de aúpa. De ellos, uno de los menos afortunados a nivel comercial fue John Deringer. Este caballero inventó el famoso derringer y no es casualidad que al nombre del arma le falte una erre, ya que el bueno de John no se supo cubrir bien las espaldas a la hora de patentarla y sus competidores copiaron su diseño descaradamente añadieron una letra a su apellido para burlar los derechos de autor. Atiende el recochineo.

A diferencia de John, Django te mete un balazo entre las cejas con su derringer si deletreas mal su nombre

Problemas de patentes —entre otros muchos— también tuvo Samuel Colt, que comercializó el primer revolver, arma absolutamente revolucionaria para la época por ser la primera arma de fuego corta semiautomática, es decir, capaz de disparar varios tiros seguidos sin tener que recargar el arma tras cada disparo.

Colt, que era poco menos que un tirano con sus trabajadores y tenía una relación algo tormentosa con el alcohol, prohibía estrictamente que los obreros que trabajaban en sus fábricas propusieran cambios en sus diseños, de manera que cuando uno de sus trabajadores le contó que se le había ocurrido agujerear totalmente el tambor para poder cargar la pistola desde atrás (lo cual era evidentemente mucho más práctico), Colt lo puso de patitas en la calle. Poco después, este trabajador firmaría un contrato con la competencia mientras Colt se tiraba de los pelos.

Algo menos estrecha de miras era la mujer de Samuel, Elisabeth, que no solo dirigió la empresa tras la muerte de su marido, sino que organizó la I Convención de Sufragistas de Connecticut en 1869.

¡A las armas!

Historias curiosas hay muchas, como la de que David Marshall Williams, personaje que se libró de cumplir 30 años de cárcel y trabajos forzados por matar a un sheriff debido a que precisamente estando en prisión perfeccionó el diseño de la Carabina M1, una de las armas más populares durante la II Guerra Mundial.

Spielberg te contaba en 'Salvar al soldado Ryan' como entraron a Omaha por las bravas con una jartá de carabinas

No obstante, si yo tuviera que elegir una sería sin lugar a dudas la de Sarah Winchester, que enviudó de William Winchester y heredó más de 20 millones de dólares, suma que para el año 1881 era una barbaridad de dinero. Los Winchester habían amasado tal cantidad de panoja fabricando y vendiendo armas, siendo la estrella de su catálogo el famoso rifle de repetición Winchester.

El origen de la fortuna Winchester no hacía muy feliz a Sarah, a la que le remordía la conciencia al pensar en la cantidad de muertos que sus armas habían provocado. Para conjurar estos espíritus furiosos que la atormentaban, le dio por construirse una gigantesca mansión diseñada por ella misma. La casa, que no tenía ni pies ni cabeza —había pasillos y puertas que no daban a ninguna parte, pasadizos secretos y baños falsos— además de ser muy complicada de limpiar, acabó por convertirse en toda una atracción turística.

Si esta historia te interesa, estás de suerte, porque el 9 de marzo, se estrena en España Winchester, en la que siempre estupenda Hellen Mirren interpreta a la excéntrica Sarah.

Quizá sentir remordimientos por ser un mercader de la muerte sea la excepción a la norma y sean mayoría los que justifican la necesidad de producir y vender armas. No en vano, la parabellum, arma corta muy popular en Europa a principios del siglo XX, tomaba su nombre de la máxima latina si vis pacem, para bellum: si quieres paz, prepárate para la guerra. Seguramente Vegecio tendría sus razones para acuñar esta frase, pero como sugería esta semana Amy Poehler a los amigos de la Asociación Nacional del Rifle, fuck off.

“Hola, por favor, retirad esta publicación. Preferiría que no usaseis un gif de una serie en la que he trabajado ('Parks and Recreation') para promocionar vuestro ideario pro matanzas. Además, aunque Amy [Poehler] no tiene cuenta de Twitter, me ha escrito el siguiente mensaje: '¿Podrías tuitear por mí a la NRA y decirles que se vayan a tomar por culo?'”

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