La generación millennial abarca a los nacidos entre 1980 y 2000, año arriba, año abajo. Un español nacido en 1990 empezó a oír hablar del caso Gürtel en 2009, cuando tenía 19 años. Este jueves 24 de mayo, nueve años después, el PP ha sido condenado como beneficiario de un “sistema de corrupción institucional”. Ese nacido en 1990 ahora tiene 28 años. Lleva casi un tercio de su vida viendo cómo se relacionan los conceptos PP y Gürtel. ¿Puede eso marcar su visión de la política?
Durante casi una década, los papeles de Bárcenas, el SMS de Rajoy “Luis, sé fuerte”, los trajes de Camps o los regalos al exmarido de Ana Mato han ocupado telediarios y portadas de periódicos. Gürtel es solo uno de los casos de corrupción del PP. Y otros partidos, como PSOE y Convergència, también tienen los suyos. La socióloga de la Universidad Autónoma de Barcelona y editora de Politikon Berta Barbet cree que el contexto en el que los jóvenes adoptan sus primeras ideas políticas se “arrastra” durante toda la vida. “La dimensión mediática y política de Gürtel ha sido tan potente como para que toda una generación piense que el PP está lleno de gente corrupta”, indica Barbet a Verne vía telefónica.
En opinión de esta experta, es “complicado” que una parte de los millennials lleguen a disociar PP y corrupción. El consultor político Antoni Gutiérrez-Rubí, que atiende a Verne por teléfono, coincide con Barbet: “Este tipo de etiquetas de fondo se convierten en algo muy rocoso en los electores. Las primeras opiniones políticas quedan muy estigmatizadas”.
Gürtel no es el único caso de corrupción protagonizado por el partido de Mariano Rajoy, pero sí es el más mediático y el que más atención ha recibido en los últimos años. Esto no es casual: dirigentes muy destacados del PP se han visto involucrados en la investigación de una u otra forma. El propio presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, declaró como testigo en 2017. La sentencia conocida esta semana cuestiona la “credibilidad” de aquel testimonio, en el que negó conocer la existencia de una caja b en el PP que ha quedado probada.
“Política y corrupción, un pareado”
Un proceso judicial de tales características y con una exposición mediática tan duradera, en opinión de Gutiérrez-Rubí, puede hacer que “política y corrupción sean un pareado, que se relacione a todo el sistema con estas prácticas. La sentencia señala al PP, pero muchas personas lo identifican como algo sistémico”. Este experto ve dos posibles consecuencias de esta relación de ideas: la desafección por toda la política y la banalización de la corrupción.
El diputado de Unidos Podemos Íñigo Errejón, nacido en 1983, también apunta a esas dos consecuencias, ambas muy negativas para la democracia. Lo hace en una conversación con Verne en la redacción de EL PAÍS: “Que mi generación y las que vienen detrás hayamos crecido viendo un goteo de casos de corrupción tiene dos efectos negativos: primero, normalizar la corrupción, que pensemos que España es así. El nivel de tolerancia va subiendo y algo tiene que ser muy escandaloso para que nos sorprenda; segundo, perder nuestra la confianza en las instituciones y la autoestima como país. Nos lastra la moral colectiva”. Puedes ver la reflexión completa de Errejón en este vídeo.
El partido de Errejón es uno de los resultados de la desafección a la que hace referencia, que empezó a tomar cuerpo político y social con el 15-M, en 2011. El diputado sí ve un aspecto positivo en que toda una generación haya crecido viendo tanta corrupción política en televisión: “Convenció a mucha gente de que estamos ante un problema estructural, de raíz”.
¿La corrupción ha despertado una mayor conciencia política en las nuevas generaciones? Los expertos no lo tienen claro. El informe Millennial Dialogue Spain, elaborado por la Foundation for European Progressive Studies (FEPS) y presentado en 2017, asegura que el 51% de los nacidos entre 1980 y 2000 está nada o poco interesado en la política. Además, el 47% opina que su generación se siente menos atraída por esos asuntos que las de sus padres y abuelos. Las “deshonestidad” de los políticos es, según los autores del informe, el principal motivo que les aleja de la política.
El Barómetro 2017 del Centro Reina Sofía de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción indica que el 64 % de las personas de entre 15 y 29 años no confía en los partidos. Y solo el 47% considera útil el voto. Según explica EL PAÍS en este artículo, tradicionalmente, a los jóvenes siempre les ha interesado menos la política que a los más adultos, pero “en España eso cambió hace unos años: desde 2014, aquellos que tenían entre 18 y 24 años igualaron, e incluso superaron, el interés por los asuntos políticos de la media nacional”. Ahí se establece la ruptura con los partidos tradicionales.
La corrupción “embarra” toda la política
El hecho de que otros partidos con responsabilidades de gobierno, como el PSOE o Convergència, también hayan protagonizado casos de corrupción aviva tanto la desafección por el sistema como la banalización del delito. “Desde antes del 15-M, muchos jóvenes hacen una asociación entre la vieja política y los casos de corrupción, ya sea por el PP de Madrid y Valencia como por el PSOE en Andalucía”, dice a Verne por teléfono la catedrática en Sociología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) María Luz Morán.
Otra diputada millennial, la socialista Isabel Rodríguez -nacida en 1981-, lamenta que la corrupción “embarre” a toda la clase política. Habla con Verne por teléfono. “Lo veo al hablar con mis amigos. Es muy doloroso lo dañada que está la credibilidad de la política y de las instituciones”. Y continúa: “A este país le costó mucho recuperar su libertad. Nuestra generación no tiene más remedio que luchar para que los jóvenes crean en las instituciones. Por el futuro de este país, tenemos que volver a creer en la política”.
La corrupción, obviamente, no es el único elemento que condiciona la visión política de los jóvenes. Según Morán es un ingrediente más “en el cóctel de la generación de la crisis, una crisis económica, social y política; hay otros factores: la sensación de que las élites no responde a sus necesidades, la quiebra de sus expectativas de futuro…”. El alto paro juvenil, los salarios bajos o las dificultades para emanciparse distancian a los jóvenes de la clase política dirigente.
Como explica Metroscopia en este artículo, con datos de enero de 2017, los jóvenes dan la espalda al bipartidismo clásico, que lleva gobernando España desde 1982: “Del 52% de jóvenes -de 18 a 34 años- que entre 2004 y 2010 se inclinaban por PP y PSOE, se ha pasado al 26% entre 2011 y 2017. Ciudadanos y, sobre todo, Podemos canalizan de manera más efectiva las aspiraciones de las nuevas generaciones casi al mismo nivel que entonces lo hacían los partidos tradicionales -logran un 45% del voto joven-”.
Morán cree que los partidos clásicos pueden ganarse el afecto de los jóvenes, pero, a priori, como explicábamos al principio del artículo, parece bastante complicado. Apunta a gestos como el de la vicesecretaria de Estudios y Programas del PP, Andrea Levy, como una forma de acercarse a ese objetivo. El viernes 25 de mayo, Levy, nacida en 1984, dijo que a su partido le tocaba disculparse tras la sentencia de Gürtel. El presidente del Gobierno, en cambio, ha dicho que su partido ha perdido perdón muchas veces.
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