Equilibrio y sensibilidad: así es ser una persona altamente sensible

Entre un 15% y un 20% de la población comparte este rasgo

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Antonio Alcón dio hace unos años con un artículo sobre las personas altamente sensibles con el que se sintió identificado y que le llevó a investigar más sobre el asunto. Estas personas perciben y gestionan más información, lo que las lleva a vivir los estímulos de forma más intensa.

Esto tiene ventajas: las PAS son conscientes de detalles muy sutiles en su entorno. También son reflexivas, intuitivas, creativas, empáticas y cuidadosas. Pero este rasgo, como cualquier otro, también tiene sus inconvenientes: estas personas pueden ser muy cautas y demasiado volcadas en su interior. A veces se sienten desbordadas y exhaustas por la sobreactivación que resulta, por ejemplo, de estar con mucha gente o en ambientes muy ruidosos.

Gracias a este proceso de búsqueda de información, Alcón, jerezano de 38 años que vive en Madrid, sintió “serenidad -cuenta a Verne por teléfono-. Entendía por qué me pasaban muchas cosas y aprendí a gestionarlas”.

Un rasgo normal (y frecuente)

Aunque la etiqueta suene extraña, ser altamente sensible no es ningún trastorno. Y es más habitual de lo que parece. Como escribe Elaine Aron en El don de la sensibilidad, se trata de algo normal, “un rasgo básicamente neutro”. Entre el 15% y el 20% de la población es altamente sensible, en diferentes grados, y otro 22%, moderadamente sensible. (Si quieres una orientación acerca de si estás o no en este grupo, puedes probar con este test de la propia Aron).

Aron fue la psicóloga que puso nombre a este rasgo y quien lo popularizó gracias su libro, publicado en 1996. (Por cierto, su marido es Arthur Aron, también psicólogo y autor del experimento de las 36 preguntas para enamorarse).

Aunque a menudo se asocia este rasgo con otros como la introversión y la timidez, Manuela Pérez, presidenta de la Asociación Española de Profesionales de la Alta Sensibilidad, apunta que “tienen similitudes, pero son diferentes entre sí”, hasta el punto de que un 30% de las PAS son extrovertidas.

Una de las cosas que sí comparten estos tres rasgos es que se tienden a ver de forma negativa en nuestra sociedad, como si se tratara de defectos. Se valora a la gente extrovertida, sociable y despreocupada, lo cual está muy bien, pero no se ve con tan buenos ojos a quien se muestra más sensible o necesita tiempo a solas, actitudes que a menudo se ven como si se tuvieran que “curar”.

Como escribe Aron, “existe esa presión para hacer lo que hacen todos, para ser normales, guardar las apariencias, hacer amigos, satisfacer las expectativas de todos…”, que se nota especialmente en la adolescencia y juventud.

Alcón explica que ha sentido esa presión a menudo, ya que vivimos en una cultura “muy extrovertida. Somos de calle y de exponernos”. Esto no es nada malo, pero hace que los PAS tengan la sensación de “ir a contracorriente porque no te gusta lo que le gusta a todo el mundo y parece que la cultura no te acepta”. En resumen, “no consigues encajar por mucho que lo intentes”.

Conocer los límites

Todo esto no quita que los PAS deban aprender sobre sí mismos “y aplicar técnicas o procesos que nos ayuden a una mejor adaptación al entorno o bien a sacar lo mejor de este rasgo. Algunas tienen que ver con la reformulación de creencias y otras con el autocuidado, gestión de límites o la comunicación”, comenta Pérez.

Es decir, del mismo modo que una persona muy sociable también ha de aprender a estar sola, una PAS tiene que buscar el punto medio entre forzarse demasiado hacia afuera, (asumiendo muchas responsabilidades, por ejemplo) y mantenerse demasiado hacia adentro. Es decir, a veces tiene a sobreprotegerse, “cuando en realidad lo que anhela es estar fuera, en el mundo”, como escribe Aron. La psicóloga añade que “quizá lo más difícil de todo sea decidir hasta dónde protegerse, hasta dónde forzarse”, sin dejar de valorar un rasgo que “ofrece muchas cosas de las que carecen los demás”.

Por ejemplo, Alcón cuenta que hay sábados que le apetece quedarse en casa con un libro y otros en los que va con sus amigos, pero conociendo sus límites: “A lo mejor llego un poco más tarde y me voy antes”, cuenta. “Se trata de encontrar el equilibrio” y favorecer “un entorno de confort en el que puedes ser tú mismo”.

Otra opción que Alcón tiene es verse también con otros PAS. A principios de febrero de 2015 organizó la Asociación de Alta Sensibilidad de Madrid, con el objetivo de conocer a más personas sensibles. Hizo una convocatoria en la página MeetUp para un primer café y creía “que se apuntarían tres o cuatro. Se apuntaron 40. No sabía dónde meter a tanta gente”.

Con este grupo, explica, se han creado “espacios de encuentro”. Hacen desde cafés temáticos a picnics y excursiones, que también convocan a través de su grupo de Facebook que cuenta con más de 2.000 miembros. Intentan reunirse en espacios tranquilos, “que nos permita escucharnos” y, sobre todo, compartir sus experiencias. No solo como PAS, claro: “Tenemos vivencias y formas de ser muy diferentes”. Por eso también hay grupos específicos para familias, personas LGTB+, mayores de 50 años… Ya llevan más de 100 encuentros. “Quedamos por lo que nos une y compartimos lo que nos diferencia”.

Hombres y mujeres PAS

Una muestra interesante de cómo la cultura moldea nuestra visión sobre la sensibilidad la encontramos en un dato que da Aron en su libro: los porcentajes de hombres y mujeres PAS son similares. Pero la psicóloga apunta que “la cultura marca diferencias”, sobre todo porque (aún) se tiende a tratar a niños y niñas de forma diferente en lo que atañe a su sensibilidad.

En el caso de los niños se tiende a reprimir esta sensibilidad, mientras que en el de las niñas se potencia y se puede llegar a sobreprotegerlas. Este prejuicio cultural se mantiene en la edad adulta, escribe Elaine Aron en El don de la sensibilidad. De hecho, Manuela Pérez, presidenta de la Asociación Española de Profesionales de la Alta Sensibilidad, explica que en consulta recibe a “hombres con claras dificultades para mostrar esta sensibilidad o expresar las emociones relacionadas con estas, como el llanto o el miedo”.

Para Pérez, esta visión social de la sensibilidad está cambiando: “Cada día hay muestras de cómo la sensibilidad se está viviendo y percibiendo como una fortaleza de enorme utilidad", tanto personalmente como en el ámbito laboral, donde “están surgiendo nuevos modelos de liderazgo enfocados desde la empatía y la colaboración”.

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