"Lo peor es que aquí no eres de aquí y allí no eres de allí"

Cinco personas nos cuentan su vida entre dos culturas que sienten como propias

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Kenia Ramos junto a su hija
Kenia Ramos junto a su hija.

Iker solo ha visitado Ecuador, el país donde nacieron sus padres, en una ocasión. Él, al igual que otros muchos jóvenes de su generación, ha nacido y crecido en España, aunque mucha gente todavía se empeñe en preguntarles de dónde son y no acepten un "de aquí" por respuesta. "¿De aquí, pero y tus padres?" "¿Y de procedencia?". Esta clase de comentarios se engloban en lo que se conoce como racismos cotidianos o microrracismos. No es un fenómeno nuevo, pero jóvenes como Iker, Sara, Kenia, Fátima o Adrián lo siguen teniendo que aguantar. Estos son algunos testimonios de racismos cotidianos que estos jóvenes españoles han sufrido.

Iker, 18 años: “¿A que en tu país las reglas no son así?"

Iker se siente de aquí al 100% ya que no ha vivido nunca en Ecuador. Jaime Villanueva

Iker E. nació en el hospital madrileño de La Paz en octubre del año 2000 y creció en el barrio de San Blas. Con 18 años se muestra serio cuando habla de quienes tratan de situarle en algún lugar del mapa solo por su color de piel, sin saber que él también es español aunque sus padres procedan de Ecuador.

“Siempre que me preguntan que de dónde soy tengo que decir: De España pero de padres ecuatorianos”, reflexiona este adolescente. Según los datos del INE, la nacionalidad de sus padres es de las más numerosas de España. “No sé, será mi cabeza o la sociedad en sí que tiendo a aclarar el por qué soy moreno”, lamenta. Ha habido veces en las que no lo ha aclarado y ha recibio un “pero tus padres no son de aquí". “Por el color de la piel ya te dicen que no eres de aquí o por los rasgos”.

“Yo me siento de aquí al 100%. Yo en Ecuador no he vivido nada”. Y así es, porque solo cruzó el Atlántico para visitar a sus abuelos durante las vacaciones de verano de 2011. A medida que ha ido creciendo ha vivido casos “muy puntuales” de racismo tanto en clase como en el campo de fútbol. “Alguna vez ha venido algún grupillo y hay veces que nos dicen vamos a jugar contra los panchos. No te lo dicen directamente, pero se les escucha”.

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También recuerda una vez en la que un policía fue a dar una charla a su clase, se dirigió a él y le preguntó: “¿A que en tu país las reglas no son así?”. Él no supo qué contestar. “Era pequeñito, estaba en sexto de primaria, tenía 11 años”.  

Hoy en día no se avergüenza de portar dos culturas a sus espaldas, considera que de ambas tiene algo bueno que sacar, como la comida.

Adrián, 18 años:  "Creo que no me afecta mucho lo que me pueda decir la gente. Cuando eres niño no distingues, ahora sí"

Adrián juega en el equipo juvenil del Rayo Vallecano. Andrea Comas

Adrián N. pertenece a una tercera generación de hijos de migrantes. Tercera porque su padre ya nació en España cuando sus abuelos emigraron desde Guinea Ecuatorial. Nunca les llegó a conocer, pero en su piel queda su historia también marcada.

Sus rasgos han servido como punto de ataque en el colegio, en las discotecas o en medio de la calle a plena luz del día. De una manera más sutil o explícita, estos actos de racismo han ido calando sin que él se diese cuenta.

“Pienso que cuando eres pequeño no lo dicen de manera despectiva, porque si tu tienes gafas también te dicen cuatro ojos. No creo que eso sea en sí racismo, porque me han dicho eso como podrían haberme dicho cualquier cosa”.  

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No es la única situación que ha vivido en torno al color de su piel. Con sus dieciocho recién cumplidos quería ir a celebrar la mayoría de edad a una discoteca, pero no pudo entrar. No por ser demasiado joven sino por ser negro. “Me han echado de dos discotecas”, asegura.  ¿Qué hicisteis después? “A casita”, dice con ironía.

Estudia la carrera de Ingeniería Electrónica y juega en el equipo juvenil del Rayo Vallecano. Nada de eso le da inmunidad para no haber sido identificado alguna vez en la calle por la policía. “Me han parado, pero coincidió con la alerta de terrorismo aquí”, explica. "Además, fue por lo de Barcelona y Francia”, en referencia a los atentados de Cataluña en 2017 y los de la sala Bataclán en 2015. “Me pararon para los papeles, me pidieron el DNI y me hicieron abrir la mochila”, especifica.

En el campo, asegura que no ha sufrido racismo de manera explícita aunque sí ha oído cómo se dirigían a otros compañeros suyos con insultos desde la grada.

Si ahora alguien te insulta por ser negro, ¿no te molesta? “Si me lo dicen a malas sí que molesta, pero no sé. Creo que no me afecta mucho lo que me pueda decir la gente. Cuando eres niño no distingues, ahora sí”.

Kenia Ramos: "Mi hija me dijo que no le gustaba su pelo"

Kenia trabajó para una ONG española. En la foto, con su hija. Inma Flores

Al poco tiempo de pisar España, Kenia se da cuenta de que el racismo era más palpable que en su país. Esta hondureña que vino a hacer un máster, trabajó durante 14 años para una oenegé española dedicada a la cooperación internacional y al desarrollo en diferentes países de Latinoamérica. Fue en este ámbito laboral donde conoció a su actual marido, un español procedente de Canarias, aunque viven en Madrid. Ahora trata de que su hija no sufra situaciones de racismo y quiere reconciliarla con su negritud.

“Vi que empezó a crecer y que repetía cosas que escuchaba en el colegio, donde todo el entorno es blanco”, relata. Un día, la pequeña le dijo: “Mamá no me gusta mi pelo”, por su cabello negro y rizado. "¿Cómo que no te gusta tu pelo?", le contestó. Esa fue la primera señal de alarma que hizo a Kenia darse cuenta de que su pequeña necesitaba encontrar referentes: en las calles, en los dibujos animados, en los cuentos...

“La lectura que yo hago es que quiere agarrarse a ese lado de sus genes que le hacen sentirse más integrada, que es su ala blanca”, indica. “Así hemos vivido toda Latinoamérica, buscando esos orígenes anteriores y diciendo: yo tengo un abuelo español, mi tatarabuelo es español... Mi hija, en su inconsciencia, lo está repitiendo”.

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Para batallar contra estas situaciones, en su familia tratan de hacer una constante pedagogía para que la pequeña no asocie el negro a situaciones negativas. “Me costó mucho, porque no hay información”. Se refiere a los dibujos animados, por ejemplo, donde muy poco personajes aparecen racializados. Así, busca cuentos y dibujos donde haya niños negros, blancos, chinos. Además, ambos padres procuran que, como todos los niños de clase son blancos, su hija tenga otros espacios y otros amigos fuera de la escuela con los que pueda sentirse reflejada.

Kenia quiere enseñar a su hija a navegar en esta sociedad. “Ahora nos toca trabajar fuertemente porque el sistema y la sociedad está montada así. Para hacernos creer que los únicos que pueden, los que tienen los derechos, tienen que ver siempre con el estereotipo de personas blancas y [esto] en España es muy evidente”, concluye.

Fátima, 20 años: “Lo peor es que aquí no eres de aquí y allí no eres de allí"

Fátima estudia para ser auxiliar de enfermería. Jaime Villanueva

Fátima tiene 20 años y recuerda, especialmente, dos situaciones en las que llevar velo jugó en su contra. Una de ellas, cuando se presentó para dar clases particulares de inglés a una niña. Ella tenía un título que la capacitaba para ello pero asegura que la cara de la madre cambió al ver que llevaba la cabeza cubierta. El mismo problema tuvo en un instituto de Alcorcón donde le indicaron que, si quería estudiar allí, no podría llevar hiyab, "por el reglamento". Desde el instituto explican que "ningún alumno dentro de las instalaciones puede llevar la cabeza tapada, da igual que sea una gorra o el velo", argumentan.

Finalmente, la joven se trasladó a Toledo para estudiar auxiliar de enfermería. “Yo soy española”, argumentó. Y así es: nació en 1998 en el Hospital Universitario Príncipe de Asturias (Madrid) y tiene la nacionalidad desde los 13 años.

Tras lo sucedido, cuenta que ha tenido tiempo para reflexionar. “Ahora que me doy cuenta de que existe el racismo, la discriminación, la islamofobia, [veo que] he estado discriminada toda mi vida”, lamenta. También en el colegio, cuando en el día de la diversidad cultural, por ejemplo, le decían que llevase cuscús a clase, aunque ella no sabía hacerlo. O cuando sus profesores se dirigían a ella como “la morita”. “Lo peor es que aquí no eres de aquí y allí no eres de allí. Allí eres la española y aquí eres la mora”, reflexiona ante esa crisis de identidad de vivir entre dos culturas. 

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Fátima denuncia que muchas personas en su situación acaban optando a puestos laborales que están relacionados a personas de su entorno más cercano, sin capacidad de prosperar lejos de ellos. También lo considera así el Estudio Longitudinal de la Segunda Generación, publicado en 2017. “Los hijos de inmigrantes tardan más que los hijos de los nativos en encontrar empleo y les cuesta más obtenerlo mediante de las vías más habituales como son el envío de currículum a través de portales especializados en internet o entregándolos personalmente en las empresas”.  

Sara Plaza, madre de un niño de dos años: “Me dicen cosas como es moreno, pero es guapo

Sara Plaza posa con su hijo en Leganés. Víctor Sainz

El hijo de Sara, de dos años, se ha levantado revuelto. Aunque la tripa lleva unos día que no le ha dejado en paz, esto no supone un impedimento para que el pequeño juegue con un carrito de juguete y se acerque a curiosear la bolsa en las que el fotógrafo guarda sus pertenencias.

“Es moreno, pero es guapo”. “Mira, menos mal que no ha salido muy negro”. Sara Plaza asegura que son frases que le han dicho que “podrían parecer inocentes, porque la persona te lo dice con una sonrisa”, pero para ella están cargadas de racismo.

Esta mujer, casada con un senegalés que lleva más de nueve años residiendo legalmente en España, no siempre tiene la paciencia suficiente para lidiar con las personas que le sueltan ese tipo de frases y explicarles que no deben asociar lo negro con lo negativo. “Intentas hacer pedagogía pero a veces no te sale”, indica.  

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Y este “racismo oral”, como lo califica, traspasa cuando no solo opinan sobre el color de la piel de su hijo, sino también de su pelo: “Las niñas y los niños que tienen el pelo afro están hasta las narices de que invadan su cuerpo”, dice con indignación sobre los momentos en los que alguien manosea los rizos de los pequeños. “Parece que tienen derecho a invadir su intimidad”, recalca.

La familia, que vive en Leganés, procura acercar al pequeño a las raíces africanas de su padre “hablándole sobre el país de origen”, leyendo cuentos sobre la región, buscando dibujos con referentes africanos, escuchando música africana e incluso comiendo comida africana. Además, están tratando que el pequeño aprenda wolof, la lengua de la región, para que se sienta afortunado de vivir entre dos culturas. Para sus padres es importante que “él se sienta que es afortunado por tener doble origen de España y Senegal, y que sepa que puede disponer de dos culturas y apropiarse de las dos”.

A veces, reconocen que es difícil. Un ejemplo reciente fue un catálogo de juguetes que distinguía muñecos entre “bebé niño”, “bebé niña”, y “bebé étnico”. “Estás diferenciando y discriminando”, reclama. “Un bebé racializado es un bebé, no es étnico”.

Una situación que se extrapola al mundo adulto cuando en cualquier portada de las revistas no aparecen personas racializadas, “a no ser que el reportaje sea sobre inmigración”. Por ejemplo, en un reportaje sobre celiacos, “la imagen gráfica no va a ser una persona racializada”, denuncia.

“Faltan referentes en todos los ámbitos: mediático, cultural e institucional”. A sus ojos este es el más importante porque “es raro ir al médico y que te atienda una persona racializada o un agente de policía racializado”. Y matiza: “Raro no, imposible”.

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