En México, viborear es meter cizaña, hablar mal o inventar chismes de alguien. En Colombia, cangrejear es verse con un exnovio o exnovia solo por una noche, ir para atrás en la vida amorosa, como los cangrejos. En Argentina, pavear es decir o hacer tonterías, necedades o directamente pavadas. Y en Venezuela, si se te pasan las copas cuando sales de fiesta, te puedes enratonar o acabar con resaca.
Sin importar el país, los hablantes de español recurren a los animales para describir cómo se sienten, lo que ven, lo que no les gusta y lo que les pasa. Sienten como les hormiguean las piernas. Se mosquean, se cabrean y se chinchan, por no decir que se molestan o se fastidian.
En literatura existen las prosopopeyas o personificaciones, una figura retórica que da características humanas a objetos o animales. Pero cuando los mexicanos hablan de coyotear un trámite (contratar a alguien que sabe lidiar con la burocracia) o cuando un colombiano dice que no se puede desvelar porque tiene que camellar (trabajar) es exactamente el proceso inverso.
“Lo que hacemos es una especie de comparación entre el comportamiento humano y el que se cree que tiene un animal, aunque no sea necesariamente cierto”, explica la filóloga Georgina Barraza. “A menudo escuchamos que un zorro actúa con cautela, pero la cautela es propia de los seres humanos”.
Parte de la respuesta de cómo funciona este proceso se encuentra en la lingüística cognitiva, que combina los estudios sobre la lengua y la psicología cognitiva para estudiar cómo se organiza el lenguaje. Esta teoría afirma que las experiencias y la perspectiva de cada persona influyen en la forma de comunicarnos. En el caso de los verbos con animales se utiliza una metáfora, es decir, se toma una palabra que pertenece a un campo semántico y lo aplicamos a otros, explica Barraza.
A veces, se alude a los atributos del animal y otras, los hablantes se refieren a lo que hacen con esos animales. Por ejemplo, torear significa lidiar con un toro en una plaza. Después, alguien que muy probablemente nunca haya toreado puede hablar de torear sus problemas. Pero otras acepciones de torear, según la Real Academia de la Lengua Española (RAE), quieren decir hacer burla de alguien, fatigarle, molestarle, llamar su atención con un objeto: como lo que pasa con el toro que está siendo toreado.
En otras regiones sin tanta tradición de tauromaquia, como Sudamérica, torear quiere decir insultar o molestar constantemente a alguien para liarse a golpes. “Los seres humanos, sin importar que sean de una comunidad grande o pequeña, generan léxico a partir de lo que conocen y de lo que creen sobre el mundo”, señala Barraza y asegura que se ha documentado el uso de verbos con animales desde el siglo XVIII.
Por eso, explica la especialista, una misma palabra o, incluso, una misma metáfora puede tener dos significados completamente distintos dependiendo el lugar, el momento y el contexto. La generación que creció con el reggaetón sabe que perrear se refiere a un inconfundible tipo de baile. La versión web del diccionario de la RAE, dice que perrear es un americanismo que se refiere a timar a alguien y ser un mujeriego (en Costa Rica) o un término coloquial cuyo sinónimo es menospreciar a alguien (en Venezuela). Esto pasa porque las palabras tardan a veces varias generaciones en entrar al diccionario y porque el habla coloquial es generalmente difícil de documentar, explica la filóloga.
“Es muy interesante que muchas de estas palabras hacen referencia a comportamientos negativos”, apunta Barraza y, al parecer, no es una casualidad. En el siglo XVIII predominaba la corriente racionalista, que pone a la razón por encima de todo. Una hipótesis es que la mayoría de la gente confiaba en que lo que los diferenciaba de los animales es que hablaban y pensaban. Justamente, una persona que no actuaba como debía era vista como un animal, como menos que una persona. Animalizar es, de alguna forma, deshumanizar.
Y esas palabras se quedaron en el lenguaje de todos los días. Una mujer que es promiscua y un hombre que busca prostitutas zorrean, según la RAE. Un ladrón ratea. Un personaje desagradable o despistado cotorrea. En Colombia, lagartear es lamer suelas, llegar sin invitación a un lado, entrar sin pagar y fingir que tienes amigos famosos. Y a uno lo pueden marranear cuando alguien quiere que uno pague todas las cuentas e invite siempre. Mejor dicho, si siente que se están aprovechando de usted, es la víctima, el marrano. En México, hay que tener cuidado si alguien te está venadeando, acechando como si te estuvieran a punto de cazar, o si alguien te busca chacalear o robar. Y la lista es casi interminable: mariposear, caracolear, gatear, sapear…
En casi todos los casos hay un trasfondo despectivo: el promiscuo, el tonto, el ladrón, el mentiroso, el que se deja guiar por sus sentimientos es un animal. Irónicamente, quizá la moraleja sea que tratarnos como animales dice más de los humanos y de su relación con el mundo que del reino animal.
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