Las mujeres olvidadas del muralismo mexicano

Aurora Reyes, Rina Lazo, Fanny Rabel o Regina Raull son algunas de las muralistas que formaron parte de uno de los movimientos artísticos más importantes del país.

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“Señorita, ¿de quién es este mural”. Ella contestó: “pues mío”. A lo que su interlocutor insistió: “Sí, ya veo que usted también está pintando, pero, ¿quién, quién es... el hombre?”. Esta anécdota la cuenta en Recuerdos e incidentes de un mural Fanny Rabel (Polonia, 1922), discípula de Frida Kahlo, y asistente de Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros. Rabel forma parte de una larga lista de mujeres muralistas arrinconadas en la historia por el peso de los muralistas varones.

El muralismo, que nació producto de la Revolución mexicana, en la década de 1920, buscaba profundizar en las reflexiones sobre la identidad nacional. Mientras en Europa florecían las vanguardias, los artistas mexicanos proponían un arte figurativo y democratizador. Después de todo, era un arte que buscaba ser realmente popular e inteligible. Ubicados en edificios públicos que no podrían comprarse ni venderse, los muralistas buscaban plasmar la experiencia social nacional con sus claroscuros.

“Las mujeres muralistas nos ofrecen una visión muy distinta de la historia de México que dan los artistas hombres, que representan a las mujeres de forma alegórica, como la encarnación del ideal de la libertad o como la madre sufrida, símbolo de la patria. Pero es una visión del otro. En cambio, las artistas, a partir de su propia experiencia y al vivir en una sociedad patriarcal, nos dan ejemplos de mujeres reales que la historia normalmente no reconoce. La importancia de estas muralistas, a pesar de que han sido poco reconocidas, es fundamental porque nos da la otra parte de la historia que no conocemos normalmente”, cuenta, en entrevista para Verne, la historiadora de arte Dina Comisarenco Mirkin, autora de Eclipse de siete lunas. Mujeres muralistas en México.

La primera muralista mexicana fue Aurora Reyes (Chihuahua, 1908) y su primer mural, Atentado a las maestras rurales (1936), retrata a una mujer, ya no como alegoría o símbolo, sino como una maestra rural golpeada y vilipendiada por los enemigos de la patria. Como anota la escritora Margarita Aguilar Urbán en su texto Los murales de Aurora Reyes, “la obra resume, en un solo golpe de vista, y en la figura de un personaje femenino, un aspecto conflictivo y delicado que enfrentaron los gobiernos posrevolucionarios y valora el papel de la mujer en las luchas sociales de México”. Lo cierto es que sus murales “han quedado fuera de los presupuestos gubernamentales para restauración de patrimonios culturales”, asegura Aguilar Urbán.

'La Minería' (1935), un mural de Grace Greenwood en el mercado Abelardo L. Rodríguez. Natalia Bonilla

La activista, pintora, poetisa y maestra ganó la dignidad de ser considerada la primera mexicana muralista, título que se autoasignó y difundió en varias ocasiones en vista de que las mujeres que la habían precedido “eran gringuitas”. Reyes se refería a Marion (Nueva York, 1909) y Grace Greenwood (1902), quienes pintaron antes que ella en el mercado Abelardo L. Rodríguez, ubicado en el Centro Histórico de Ciudad de México.

“[Pintaría al fresco] si me dieran la oportunidad para ello, pero hasta ahora solo confían esos trabajos a los maestros varones, campo que me ha sido negado en mi propio país”, dijo María Izquierdo (Jalisco, 1902), quien en 1929 obtuvo su primera exposición individual en la Galería de Arte Moderno, entonces Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y al año siguiente se convirtió en la primera mexicana en exponer en Estados Unidos, en el Art Center de Nueva York. A pesar de su talento y reconocimiento profesional, su historia estuvo marcada por cancelaciones de proyectos y descalificaciones de su trabajo.

En una denuncia titulada María Izquierdo vs Los Tres Grandes, la artista dice: “lo dramático es ese peligro por el que atraviesa la pintura mexicana y por ende, la cultura nuestra”. Su indignación no solo nace de la cancelación de uno de sus proyectos murales más importantes en el Palacio del Distrito Federal (donde dibujó bocetos, construyó andamios, compró materiales y contrató asistentes) sino que pone de manifiesto los peligros del monopolio artístico de Rivera, Orozco y Siqueiros, que había surgido a partir de la fundación de la Comisión de Pintura Mural, en 1947. Mientras los tres grandes obtenían los mayores y más importantes encargos públicos, el camino se fue cerrando para ellas.

La artista Rina Lazo (Guatemala, 1923) tuvo mejor suerte. Inició en el muralismo en la década de 1940, cuando asistió a Diego Rivera en la obra Sueño de un tarde dominical en la Alameda Central (1947). Trabajó con él en los murales del Cárcamo del Río Lerma, en los del Estadio Olímpico de Ciudad Universitaria, en los del Hospital de la Raza y en el mural Gloriosa Victoria. Cultivó una profunda amistad con el pintor, quien le escribió: “Pintora de gran talento, mi amiga dilecta, mi mano derecha como la mejor de mis ayudantes”. En 1965, Lazo ganó un concurso para reproducir a escala natural las pinturas mayas del Templo de Bonampak. Durante la remodelación de la sala maya del Museo de Antropología, en 1992, Lazo finalmente obtuvo una pared, 30 años después de sus réplicas. Pintó el mural Venerable abuelo maíz, basada en el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas.

'Venerable abuelo maíz' (1992), mural de Rina Lazo en el Museo Nacional de Antropología.. Natalia Bonilla

Con base en la obra del cubano Orlando Suárez, Inventario del muralismo mexicano, la muralista Patricia Quijano advierte sobre una estadística demoledora: de los 260 muralistas documentados en México entre 1920 y 1970, había aproximadamente treinta mujeres, es decir, el 13 % del grupo, mientras que el promedio de obra que hacían los artistas hombres eran veinte murales en toda su vida, las mujeres, hacían solamente tres.

Dina Comisarenco, quien reconstruye en su libro el trabajo de las artistas invisibilizado por olvido o argumentos misóginos, dice: “no solo se trata de un asunto de justicia historiográfica a las mujeres muralistas del siglo XX, sino también tiene un papel importante para las generaciones de artistas plásticas que van a venir. Porque apoyándose en esos ejemplos, creo que van a poder llegar mucho más lejos”.

Para Kahlo “un pintor se realiza ante un muro”. Aunque nunca se dedicó propiamente a la pintura mural, decía que el país lo necesitaba y enseñó a muralistas. Cuando su salud ya no le permitía ir a la escuela, convocaba a sus alumnos a tomar clases en su casa en Coyoacán. El número de sus estudiantes se redujo considerablemente hasta conformar un grupo de jóvenes artistas llamados “los Fridos”, por su cercanía con la artista: Guillermo Monroy, Arturo Estrada, Fanny Rabel y Arturo García Bustos. Según sus testimonios, los métodos de enseñanza de Frida eran muy libres e informales, pues ella no intervenía en el proceso creativo de las obras, sino hasta el final.

Fanny Rabel escribió sobre Kahlo: “Un antiguo vicio de las mujeres es no tener confianza en nuestros semejantes. Por eso, no me gustó tener una maestra cuando al principio me lo informaron. Hasta entonces, solo tuve profesores y compañeros hombres. El género masculino manejaba casi todo México, y había muy pocas muchachas en la escuela. Sin embargo, quedé fascinada cuando conocí a Frida, pues tenía el don de cautivar a la gente. Era única. Disponía de enormes reservas de alegría, humor y pasión por la vida”.

Rina Lazo, pintando la representación de 'Los mrales de Bonampak'. Foto: UNAM.

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