En la cola de la oficina de empleo de Micropolix hay una veintena de niños esperando junto a mí. Algunos están preocupados: necesitan dinero para sacarse el carnet de conducir o para apuntarse a la academia de policía, pero no tienen ni un eurix, moneda oficial de la ciudad. Aunque pudiera parecerlo, en Micropolix no está permitida la explotación infantil. Es un parque temático situado en San Sebastián de los Reyes, Madrid, en el que los niños juegan a ser adultos: trabajan, conducen coches, hacen colas, tienen cuentas bancarias y enloquecen con el dinero.
Ver esta publicación en InstagramMicropolix, en San Sebastián de los Reyes. Toca el mapa para descubrir algunas de sus actividades.
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Ana tiene ocho años, es mi prima y me acompaña durante mi visita a Micropolix, actualmente cerrado por vacaciones –vuelve a abrir sus puertas en septiembre–. Ella ha sido mi caballo de Troya para entrar a este parque temático del capitalismo para críos, porque el acceso funciona al revés que en los bares: los mayores de edad solo pueden entrar acompañados de niños.
En la taquilla –la entrada cuesta entre 9 y 19 euros, según día y edad– Ana ha recibido 50 eurix y un pasaporte que la acredita como ciudadana de Micropolix. Yo, un folleto informativo, que explica que los niños pueden realizar una veintena de trabajos (banquero, veterinario, dependiente…) de 15-30 minutos con los que ganan 30 eurix. Pueden gastarlos en formarse –como médico, policía, sacándose el carnet de conducir…– o guardarlos en el banco. “Los niños se convertirán en adultos por un día. Experimentarán situaciones cotidianas y de la vida real de los adultos a través del juego”, explican en la web del parque.
A los críos les gusta fardar de efectivo. Eso no lo pone en el folleto, pero me doy cuenta nada más entrar: desde la planta de arriba del parque, por la que se accede, veo a chavales contando fajos de eurix y conduciendo deportivos tamaño niño. Micropolix parece un videoclip de trap.
Los adultos solo pueden acceder a algunos trabajos y, salvo excepciones –como la escuela de baile, donde he traumatizado a bastantes niños con mi perreo hasta abajo–, solo como espectadores. O como "turistas", que es como se llama aquí a los mayores. Por suerte, en esta ciudad de los niños no existe la especulación inmobiliaria y ningún crío intenta alquilarme un Airbnb. Lo que sí existen son clases sociales: los que han venido antes a Micropolix, que lleva abierto desde 2008, pueden traer los eurix que tengan ahorrados o sacarlos del banco, así que juegan con ventaja. Ana vino hace unos meses y ganó un buen fajo. Y pasa del marxismo:
–¿Y no es más divertido dejar el dinero en casa y partir en igualdad de condiciones con el resto de niños?
–¡No! ¡Esos eurix lo he ganado yo!
Así que, con casi 200 eurix, Ana entra como una nueva rica. Pero quiere más. Por eso estamos en la cola de la oficina de empleo. No es obligatorio pasar por ella, pero hay un subsidio de 30 eurix extra si realizas el trabajo que te encargan. A Ana le toca el estudio de televisión, que recrea el plató de un concurso en el que los chavales hacen de cámaras, regidores… o concursantes, que es lo que le toca a mi prima. Por mucho que me postulo como presentador, quedo relegado a ser público junto a tres adultos más y sus bebés.
Para guardar su efectivo los niños cuentan con el souvenir estrella: la cartera de Micropolix. Vale 3,50€ –no aceptan eurix, lo he intentado– y se cuelga como una riñonera, lo que acrecienta todavía más la sensación de estar en un videoclip de trap. Los pantalones de niño no están hechos para cargar tantísimos billetes, así que a los padres no les queda más remedio que comprarla. Ana lleva la suya de su anterior visita, y cuenta en alto lo que lleva acumulado –“Ciento sesenta, ciento ochenta…”–. Un niño la interrumpe: “Yo llevo 1.200, y en una sola visita”. La versión infantil del “me he hecho a mí mismo”.
Además de preocuparse por administrar el dinero, los niños deben estar pendientes de los horarios. En la puerta de cada trabajo se anuncia la hora de entrada y el aforo máximo, entre 10 y 30 niños. Si llegas tarde, te quedas sin eurix. Todos quieren hacerse amigos de los niños que llevan reloj. Es el caso de Álvaro, al que hemos conocido en la cola de los estudios de televisión. Tiene reloj, amigos, unos 400 eurix y mucha picardía: “Si no quieres hacer cola, puedes pedirle a alguien que la haga por ti por 10 o 20 eurix”, nos cuenta.
En Micropolix hay trapicheos y estafas (¡como en el mundo de los mayores!). Ana y yo presenciamos varias: chavales que entran al trabajo y, cuando apenas llevan unos minutos, dicen que se tienen que ir, que les están esperando. Les dan el dinero y, poco después, coincidimos con ellos en otro trabajo. También escuchamos a varios niños hablar de las multas de la policía, 20 eurix por correr o no ir documentado –a mi prima le pidió el pasaporte una niña policía. Todo en orden–. Sin embargo, cuando Ana ejerce de policía, el monitor no dice nada de multas. Al contrario: deja patente que su trabajo consiste en servir y proteger.
Como policía, Ana forma parte de un cordón policial para el espectáculo de la plaza del pueblo, donde una multitud se reúne a bailar. “Hoy está el parque especialmente lleno, se han juntado un montón de cumpleaños y viajes organizados”, me cuenta el monitor-jefe de policía.
El espectáculo es divertido –¡bailamos Rosalía!–, pero los chavales están allí por los eurix. Les entregan 20 por su asistencia. Cuando la música termina, se agolpan frente al monitor que los reparte, y ocurre algo fugaz e inesperado: un niño, desde la planta de arriba, se pone a lanzar eurix. Hay unos segundos de caos en los que los chavales, policías incluídos, ignoran a los adultos y se lanzan a la lluvia de dinero, mientras que monitores tocan sus silbatos señalando al disidente, que huye.
Pierdo de vista a Ana y entro en pánico (¿qué le cuento a sus padres?), pero una vez que la localizo entre el tumulto, se me pasa el susto y sonrío. Micropolix convierte por unas horas a niños en entrepeneurs salvajes hechos a sí mismos. Pero entre fajos de eurix y carreras por llegar a tiempo al curro, también crece la semilla de algún pequeño bolchevique.
Cosas que aprendí en Micropolix
Seamos sinceros: como adulto, puedes aprender muy poco en un parque que simula la vida adulta pero, ¿y los niños? En la web del parque explican que en Micropolix los chavales “se acercarán a las normas de convivencia, valores sociales, la toma de decisiones y la gestión de sus propios recursos económicos”. Estas son algunas de las aptitudes que, para muchos jóvenes, deberían aprenderse y desarrollarse en la escuela. Pero, ¿de verdad Micropolix las desarrolla?
Montse Junyent, autora de libros de finanzas para niños y experta en economía ética, explica a Verne que las actividades que se realizan en el parque pueden ayudar a preparar a los niños para los retos que encontrarán en la vida adulta de forma lúdica. Sin embargo, “el cómo se realizan estas actividades es tan importante como las actividades en sí mismas. Si enseñamos a nuestros hijos que todo gira alrededor del dinero, que para formarte (y así conseguir un trabajo) tienes que pagar, que, si depositas el dinero en el banco ello te genera ingresos, por tanto, más dinero, que para divertirte tienes que pagar, etc. estaremos poniendo el dinero como el objetivo de una tarde de ocio que quiere recrear la vida”.
Para Junyent, poner el dinero como foco del juego no ayuda a formar adultos responsables y comprometidos. “Los retos a los que se enfrentarán los niños cuando sean adultos requerirán que sepan cooperar, buscar soluciones conjuntamente aportando cada cual sus talentos. El individualismo, la competencia y el consumo sin límite perpetúa una situación que sabemos que nos lleva a un futuro que no nos gusta, que desearíamos mejor”. Da igual los eurix que se tengan.
(Micropolix es la primera entrega de España Park, la ruta veraniega de Verne por parques temáticos poco conocidos pero muy divertidos. Cada semana, podrás encontrar un nuevo parque en este enlace. Si quieres conocer más profesiones y lugares de Micropolix, puedes visitar el Instagram de España Park).
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