Herramientas para darse aire hay varias: las más simples apuntan a la forma simple de un abanico, las más recientes son de enchufe y consumo eléctrico, como el aire acondicionado. Con todo, los inventos más modernos no reemplazan a los viejos y algo así ha ocurrido con las palabras de nuestra lengua. Las antiguas y las nuevas palabras que usamos para tomar viento fresco nos sirven para mostrar cómo casi cualquier parcela de nuestro vocabulario se construye a partir de la herencia del latín, a través del préstamo de palabras de otras lenguas y mediante la creación de vocabulario técnico.
Las formas más básicas de referirse a los instrumentos que nos refrescan salen del fondo de palabras latino. El primer abanico fue el propio viento del campo, que separaba el grano de la paja. Y así, de la palabra latina vannus, que significa ‘criba’, proviene la familia de vocablos de la que deriva abanico. En concreto, los verbos abanar, abanear y el sustantivo abano se usaban en el campo para nombrar a las formas de de aventar o agitar el grano; de esa acción agrícola derivó la idea de que abanar era mover o sacudir algo para que entrase el aire.
Pero las palabras se pueden adherir de terminaciones que las amplíen y les modifiquen su significado, y eso ocurrió con el abano de ventilar el grano, que, empequeñecido y asociado a la terminación –ico, nos dio el abanico de uso personal, con el diminutivo en –ico que es tan común hoy en la franja este de España (bonico, florecica). No hay que extrañarse de que nuestros antepasados dijeran tanto abanillo, con otro diminutivo, como abanico, que fue la forma que se terminó fijando y de la que salió el verbo abanicar.
En ese fondo latino se quedaron enterradas palabras que en algún momento del idioma tuvieron el significado de refrescarse, pero que fueron reemplazadas. La palabra flabelo, forma salida del latín que se usó en la Edad Media para nombrar al instrumento de ventilar, se nos ha perdido hoy. El vocablo provenía de flare, de la misma familia que flato (que originariamente significaba "soplo").
Tenemos, pues, lo heredado y perdido (flabelo) y lo heredado sobre lo que creamos (abanico), y, sobre ese gran grupo, nadan las palabras que hemos tomado de otras lenguas. Los préstamos se dan siempre entre lenguas que conviven, dicho metafóricamente, en aguas vecinas. Por eso, los préstamos más inmediatos se dan entre las propias lenguas hijas del latín: también derivada de la propia familia léxica del aire, el viento nos trajo a ventalle como nombre del abanico; fue palabra usada desde el siglo XVIII y copiada del francés ventaille: en catalán se usa ventall.
Otros extranjerismos muestran el contacto con lenguas bien lejanas pero en contacto histórico con el español, como el tagalo, lengua austronesia. Mandando barcos a Filipinas cuando era colonia española, nuestra lengua no solo exportó e importó productos y población, sino también llevó hispanismos al tagalo y se trajo palabras del tagalo al español. Un paipay es un abanico con forma de pala, y la palabra es uno de los varios filipinismos del español. A través de los mismos galeones que salían de Manila y llevaban al puerto de Sevilla el exotismo que inspiraba a los mantones, entraron en España los paipays como nueva herramienta para refrescarse.
La palabra se puede escribir también paipái; su plural, en cualquier caso, es paipáis y empezó siendo escrita en español como pay-pay. El vocablo está ya en uso a fines del siglo XIX y en los años 20 del pasado siglo seguía siendo empleada para evocar la rareza y extravagancia de lo oriental. En esta bella colección de papeles de fumar que se reúne en la Biblioteca Nacional de España, la colección de papeles de fumar de la marca Pay-Pay nos muestra en su ilustración el aprovechamiento comercial de ese aire desconocido que se daba al paipay.
Y hay más ejemplos de esa evocación exótica y de orientalismo prohibido que tuvo la palabra en sus primeros años de uso: el personaje llamado pollo del Pay-Pay que sale en Luces de bohemia de Valle Inclán (1924) es un delincuente que trata de aprovecharse de don Latino de Híspalis y en Cádiz subsiste un Café del pay-pay, sala de fiestas en el barrio del Pópulo donde se abanicaban en los años 40 el puritanismo y los marineros del muelle.
Como en cualquier otra parcela de léxico que se refiera a instrumentación y objetos que usamos, nuestro vocabulario muestra también la huella de la tecnificación moderna. Los ventiladores eléctricos eran definidos a mediados del XIX como “máquinas soplantes” en los tratados de metalurgia (1856, C. Sáez de Montoya, Tratado teórico práctico de metalurgia); su uso era primariamente industrial dentro de hornos atmosféricos y opuesto al extractor de aire. En el siglo XX, además de los ventiladores, empezaron a venderse aparatos de aire acondicionado. Su inventor fue el estadounidense Willis Haviland Carrier (1876-1950), ingeniero que merecería tener calles y plazas dedicadas a su nombre en las ciudades hispanohablantes más calurosas.
Por supuesto, el sustantivo aire y el adjetivo acondicionado existían en español, pero en esa combinación de “aire acondicionado” hay que ver el aliento del inglés air conditioning.
Ya en periódicos españoles de principios de los años 30 se anunciaban refrigeradores de aire acondicionado de la marca Frigidaire junto con otros aparatos de frío como conservadores de helados, neveras de porcelana y neveras domésticas. Por cierto, esa marca Frigidaire, en el conocido fenómeno de la eponimia, es la responsable de que en España hasta los años 70 y en América (Cuba, República Dominicana, Bolivia...) aún hoy se llame frigider al frigorífico.
Como vemos, no hacen falta batiscafos ni gafas de bucear: basta sumergirse en un grupo de palabras del español y nadar entre ellas observando sus características para ver que, casi siempre, lo que se pesca al meter las redes en un diccionario de nuestra lengua suele ser bastante similar: un buen grupo de palabras latinas (algunas conservadas y otras ya de uso perdido), un grupo pequeño de palabras venidas de otras lenguas (de la misma familia o de otras) y una cierta tendencia del español moderno a crear vocabulario técnico o a extraer nombres desde marcas. Para irnos a tomar viento fresco, tenemos viejos y nuevos inventos, pero los mismos fenómenos léxicos de siempre.
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