Cuando se habla de lengua e internet, las quejas son habituales: no cuidamos ni la ortografía ni la puntuación, es mejor comunicarse en persona, cada vez escribimos y leemos menos y peor… La lingüista canadiense Gretchen McCulloch acaba de publicar Because Internet (Porque internet), un libro en el que cuestiona estos tópicos y propone casi lo contrario: cuando enviamos WhatsApps y publicamos tuits, nos fijamos cada vez más en lo que queremos decir y en cómo queremos decirlo.
Para McCulloch todo es una cuestión de registros. Estábamos acostumbrados al lenguaje oral formal (el de un discurso, por ejemplo) y al informal (una charla con un amigo). También a leer textos formales (artículos, libros). Pero lo que ha crecido con internet es el lenguaje escrito informal, que hasta la aparición de chats, redes sociales y apps de mensajería estaba confinado a notas, cartas y diarios. “Internet no inventó la escritura informal -dice McCullock-, sino que la hizo más común”.
Que sean textos informales no quiere decir que se descuiden: cuando escribimos un tuit o enviamos un WhatsApp seguimos una serie de normas más o menos conscientes y cuyo objetivo es que nos entiendan. Estas son algunas de las características de estos textos.
1. Menos no siempre es más. McCulloch recuerda que, por lo general, tendemos a ser lo más eficientes posibles con el lenguaje. Es decir, a intentar transmitir el máximo significado con el mínimo esfuerzo. Pero el principio de la economía no es lo único que tenemos en cuenta: a menudo hacemos un esfuerzo extra y es precisamente ese paso más lo que aporta otro significado a nuestros mensajes.
Por ejemplo, si usamos más palabras podemos transmitir cierta voluntad de ser más educados y no molestar a nuestro interlocutor innecesariamente, con expresiones como "si no es molestia", "perdona si interrumpo", además de los siempre bienvenidos "gracias" y "por favor". McCulloch explica que cada vez hay menos malentendidos por este motivo: algunos rasgos que se han atribuido a los textos por internet, como la frialdad y distancia, han sido fruto, según la lingüista, “de una curva de aprendizaje” y eran más propios de hace dos décadas que de ahora.
Esto no quiere decir que nuestras intenciones siempre se entiendan. McCulloch recuerda, por ejemplo, que muchos padres escriben mensajes con punto y final a sus hijos. Los más jóvenes interpretan este punto como un mensaje pasivo agresivo.
No se trata de una manía sin sentido: cuando escribimos de modo informal a menudo queremos subrayar que estamos en un espacio, precisamente, informal, con lo que ayudamos a que nuestro interlocutor se sienta cómodo. Cuando añadimos ese punto, estamos haciendo un esfuerzo extra, por pequeño que sea, que se considera innecesario en este contexto. “Estamos creando nuevas reglas para el tono de voz tipográfico”, subraya McCulloch.
Me asusta hablar con alguien que le pone punto final a cada mensaje. 😦
— nderakoreami (@NderakoreAmi_) April 27, 2019
Por qué ponen punto final hablando por whatsapp, quieren que estemos al tanto de su seriedad? Es un chat, no la tesis de grado saben?
— moleculis (@moleculis) December 13, 2015
2. <modo serio on> La ironía se puede entender. La propia lengua de internet también evoluciona: LOL se empezó a usar en los años 80 para expresar que algo nos había hecho reír (son las siglas de laughing out loud). Luego pasó a expresar simplemente que algo nos había hecho cierta gracia, para pasar a reservarse a un uso irónico. Aunque pasó unos años olvidado, el acrónimo se vuelve a utilizar, pero en otros contextos: cuando se quiere suavizar un mensaje o se busca cierta complicidad o simpatía.
Los acrónimos anticuados son solo una de las formas mediante las que se puede expresar la ironía, en ausencia de rasgos como el tono de voz o los gestos. A veces se usan mayúsculas para enfatizar y se repiten vocales, por ejemplo. En ocasiones se usan métodos más explícitos, como marcar la ironía igual que si se tratara de código <modo ironía on>. También con las clásicas comillas, que se pueden usar a su vez de modo irónico, como en este artículo metairónico de la web de humor McSweeney's, en el que el autor confiesa ser "adicto" a la ironía. </modo serio off>
3. Identificamos y usamos bien los registros. Sabemos cuándo hablar de forma más formal (ante el consejo de administración de nuestra empresa) o informal (con un amigo). Con la lengua escrita pasa lo mismo. Como dice la autora, en las tesis doctorales no se escriben textos como “la mecánica cuántica es un poco wtf 😲”.
Incluso puede haber diferentes registros dentro de lo informal. McCulloch recuerda cómo cada vez más se usan diferentes plataformas para diferentes contextos: no es lo mismo un tuit, rastreable y recuperable en una futura entrevista de trabajo, que una historia de Instagram, que desaparece a las 24 horas.
Otros cambios vienen dados por la tecnología: WhatsApp y los teclados predictivos han desterrado los mensajes propios de los sms con limitación de caracteres y un puñado de teclas para todas las letras. Ya nadie escribe “dnd stas?”, a pesar de que estas abreviaciones iban a terminar con el español tal y como lo conocemos, según los más agoreros.
Acabar tu tesis con "Yo todavía lo estoy flipando".
— ZOTON (@catacerca) November 5, 2017
4. Los emojis y emoticonos son gestos. A menudo, cuando enviamos un whatsapp o publicamos un tuit, intentamos usar la tecnología para “reconstruir nuestros cuerpos en la escritura”, escribe McCulloch. Cuando hablamos podemos encogernos de hombros, sonreír o llevarnos las manos a la cabeza. Los emojis de caras y manos cumplen precisamente la función de estos gestos en la comunicación no verbal, llamados emblemas. Encajan dentro de frases y si no se entienden bien, pues ¯\_(ツ)_/¯.
5. Todo esto ya lo hacían nuestros abuelos. Aunque muchos de estos recursos nos parezcan nuevos, ya habíamos usado herramientas similares hace décadas.. En las notas que dejábamos en la nevera y en las postales que enviábamos desde la playa a menudo dibujábamos caras sonrientes, por ejemplo.
También hay dibujos y garabateos en manuscritos, diarios personales y cartas. De hecho, el móvil no ha inventado los corazones en los textos: la imprenta los eliminó porque añadir cualquier carácter era caro. ☞ Con alguna excepción, como la manecilla, el carácter con forma de mano que señalaba fragmentos de interés.
No todo lo que mola viene del inglés
Un queja habitual sobre la lengua que usamos en internet es que importamos muchas palabras de Estados Unidos. La lingüista Gretchen McCulloch explica en su libro la ruta de muchas de estas innovaciones, cuyo origen no está, precisamente, en Netflix o los medios de comunicación.
Expresiones como bae, una forma cariñosa de referirse a la pareja, proceden de la cultura afroamericana. De ahí pasan a los jóvenes blancos de clase media, que las adoptan como una manera de mostrar cierto desafío descafeinado a la autoridad. Y de ahí, al mundo, incluido al Twitter en español. Esto incluye expresiones como “throwing shade” (hablar mal de alguien sin mencionar su nombre), que procede de las drag queen negras, e incluso los tuits 👏 que 👏 incluyen 👏palmadas 👏 entre 👏 palabras 👏, que también se usan en español.
De hecho, en Estados Unidos se da a esta tendencia el nombre de “columbusing”, que podríamos traducir como “colonear” (y no colonización). La palabra se refiere a cómo los blancos se apropian de elementos de otras culturas sin reconocer sus orígenes.
Pero no es algo nuevo ni circunscrito a internet: “chocar los cinco”, por ejemplo, es un gesto cuyo origen está en los músicos de jazz de hace casi un siglo. Y tampoco es algo que solo ocurra con el inglés: la autora recuerda que en francés se da con palabras y expresiones de los suburbios parisinos y en el portugués de Brasil, con las favelas de Río de Janeiro.
También ha pasado en español: en su De estraperlo a postureo, la periodista Mar Abad recuerda expresiones de la lengua cheli, argot juvenil que nació a finales de los 70 "entre papelinas de heroína, brotes carcelarios, pandillas callejeras, voces del Madrid castizo y el caló (lenguaje gitano)”. De ahí proceden palabras y frases como chungo, molar (ambas procedentes del caló), comer el coco e ir en bolas, aparte de las relacionadas con las drogas como camello, mono e incluso porro. Abad también recoge ejemplos más recientes: las afirmaciones y negaciones seh (o seeeeh) y nah (o naaaah) tienen su origen en la lengua de los denostados canis y chonis. A menudo, lo mainstream tiene que “olvidar sus prejuicios y salir a buscar ideas a los suburbios y la contracultura para crear nuevos productos de consumo y formas de expresión”. Aunque se suela hacer sin reconocer los méritos de quienes lo comenzaron todo.
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