El dilema ético sobre si es mejor donar a Notre Dame o al Amazonas

¡A lo mejor a ninguno de los dos!

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Almeida, dudando entre dos posibles buenas acciones
Almeida, dudando entre dos posibles buenas acciones.

“¿Si pudieras donar dinero a un sitio, ¿a dónde sería? ¿A la catedral de Notre Dame o a salvar el Amazonas?”. Es una de las preguntas que los niños de La vuelta al cole, programa de Telemadrid, plantearon a José Luis Martínez-Almeida, alcalde de la capital. Martínez-Almeida no dudó: aun a costa de causar consternación entre los niños y polémica en general, él donaría a la catedral de París. “Notre Dame es un símbolo de Europa”.

El dilema no es nuevo y ya pudimos leer en verano tuits en los que se lamentaba que nos indignáramos más por el incendio de la catedral que por los de la Amazonia. Podríamos considerar que la queja es injusta, ya que ambos hechos ocuparon las primeras páginas de los periódicos. También que se trata de un falso dilema, si recordamos que estas preocupaciones no son incompatibles. Pero la pregunta nos sirve de excusa para hablar de altruismo: ¿qué dice la filosofía sobre este tema? ¿Hay alguna respuesta mejor que otras?

¿Mejor al Amazonas?

Aunque el tema sobre si está bien donar (y a quién) es clásico, en filosofía se revitalizó gracias a un artículo de Peter Singer publicado en 1972: Famine, Affluence, and Morality (Hambre, riqueza y moralidad), tal y como recuerda a Verne Antonio Gaitán, profesor del grado de Filosofía, política y economía de la Universidad Carlos III.

Singer plantea que, igual que no dudaríamos en salvar a una niña que se ahoga en un estanque, también deberíamos donar dinero que podría salvar una vida en otro punto del planeta. En su opinión, ayudar y donar no son actos de caridad dignos de elogio, sino algo que está mal no hacer.

Su perspectiva es utilitarista, recuerda Gaitán. Singer recomienda que nuestra ayuda vaya dirigida a personas en situación de pobreza extrema y a países en vías de desarrollo, ya que tiene en cuenta "si vamos a mitigar el sufrimiento del mayor número de gente”.

De hecho, el propio Singer escribió en mayo que con el dinero que costará restaurar Notre Dame se podrían evitar 285.000 muertes prematuras por malaria en el mundo. En caso de que quedara en ruinas, el templo serviría como “recordatorio visible de que el pueblo francés decidió gastar su dinero no en restaurar un edificio, sino en mejorar la vida de la gente”. Como mejoraría la salud y el bienestar de muchos, podríamos argüir, si ese dinero se destinara a cuidar del medio ambiente y al Amazonas.

¿Mejor a restaurar Notre Dame?

¿La cercanía importa en ética? Volviendo al ejemplo de Martínez-Almeida, ¿tiene sentido que nos preocupemos más por Notre Dame solo porque está más cerca (o, como dice él, porque somos europeos)? Por ejemplo, Frances M. Kamm, en su Intricate Ethics y en respuesta a Singer, sugiere que en igualdad de condiciones, deberíamos ayudar antes a quien tenemos más próximo.

No es una idea tan extraña, ni siquiera en desigualdad de condiciones: con mil euros podríamos arreglarle el año a una familia en situación de pobreza extrema en un país en vías en desarrollo. Pero probablemente se lo demos antes a un amigo que lo necesite para pagar el alquiler, incluso aunque sus dificultades difícilmente llegarán a ser comparables.

“Nuestra conducta moral evolucionó en grupos pequeños y esta moral intuitiva no siempre funciona tan bien en contextos como el actual”, recuerda Gaitán, que añade que actualmente podemos mantener relaciones con personas que están muy lejos.

En esta línea, el profesor apunta que uno de los retos actuales de la ética consiste en encontrar los mecanismos y las medidas que atenúen este sesgo de proximidad “y nos haga sentir más próxima la condición de gente que está lejos”.

Esto no quiere decir que no podamos ayudar a nuestros amigos, por supuesto. Solo se señala que “el compromiso con el distante es una de las conquistas más bellas de algunos capítulos de nuestra tradición moral”, como afirma a Verne Diego S. Garrocho, profesor de filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid y autor de Sobre la nostalgia, un ensayo sobre este sentimiento.

¿Depende?

Garrocho recuerda que evaluar pros y contras para elaborar una lista jerarquizada no es la única forma de decidir a quién queremos ayudar y cómo: “Cuando una persona realiza un donativo no solo está colaborando con una causa, está también afirmando su identidad moral, perseverando en una convicción o en una sensibilidad concreta. Desafortunadamente hay tantos escenarios de injusticia y riesgo que son muchas las distintas direcciones en las que puede canalizarse la solidaridad”.

Establecer prioridades puede ser forzoso en el ámbito público, pero no es tan fácil cuando hablamos de la solidaridad privada. "Si solo nos ocupásemos de las causas más prioritarias, muchas áreas de la investigación, del cuidado y del desarrollo quedarían desatendidas".

En este sentido, podríamos recordar que el dilema solo es un experimento mental: en circunstancias normales podemos estar comprometidos con varias causas a la vez.

Gaitán explica que además del utilitarismo, en ocasiones hay gente que “tiene en cuenta si la causa choca con algún valor o algún derecho. Nuestra conducta moral muchas veces depende del contexto y de los valores de nuestra comunidad”.

Por ejemplo, cabría preguntarse si en Martínez-Almeida ha influido “un contexto quizá más religioso” y si cambiaría su respuesta si se le diera a escoger entre donar para el Amazonas o para un parque público. “El modo en que se enmarca la pregunta también influye en nuestra decisión moral”.

La catedral ardió el 15 de abril de 2019. Thomas Samson

¿Ni al Amazonas ni a París?

Durante los incendios, tanto los del Amazonas como el de Notre Dame, muchas personas decidieron donar una parte de sus recursos para intentar echar una mano. El filósofo de la Universidad de Oxford William MacAskill advierte en su libro Doing Good Better contra esta práctica: los desastres mediáticos movilizan muchos recursos, dejando de lado otras crisis y situaciones que pasan más desapercibidas.

Por ejemplo, “cada día hay gente que muere de enfermedades fácilmente prevenibles como el SIDA, la malaria y la tuberculosis”, además de por causas relacionadas con la pobreza. Como son problemas estructurales y no crisis puntuales, es muy difícil que lleguen a los periódicos y movilicen a tanta gente. Es decir, deberíamos donar a desastres que no llegan a las noticias porque ahí es donde se va a notar más nuestro impacto.

De hecho, es habitual que las organizaciones que reciben fondos durante una crisis no los destinen por completo a esta causa. Por ejemplo, el medio estadounidense Vox.com apuntaba que las ONG que trabajan en el Amazonas destinaron donativos a proyectos a largo plazo, como la investigación y el apoyo a comunidades indígenas.

¿Ayudar es un deber o una opción?

Como mencionábamos, para Singer tenemos la obligación de ayudar a los demás. Aunque esta idea de solidaridad obligatoria pueda parecer excesiva, Gaitán apunta que no es tan extraña. Por ejemplo, los impuestos son “un modo de obligar a los ciudadanos a ayudar, al menos dentro del país”.

Hay filósofos, como John Rawls y Chiara Cordelli, que apuntan que tanto los impuestos como la beneficiencia no son una cuestión de caridad. Como escribe Cordelli, son un deber de “justicia reparativa hacia quienes están en peor situación”.

Garrocho apunta que "la política, en cierto sentido, nace de la atención a la vulnerabilidad, de la incapacidad de sobrevivir del hombre aislado". Pero también se muestra próximo a la ética aristotélica de las virtudes a la hora de ejercer la solidaridad privada: “Cuando una virtud se ejerce por obligación esta desaparece”.

Y añade: “Cultivar la sensibilidad y el cuidado de los demás no es que sea una obligación, es que es una marca de virtud que debe ejercitarse. La donación económica, por cierto, no es la única manera de comprometerse con la vulnerabilidad de los más frágiles. A veces ni siquiera es la mejor”.

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