Cuatro fueron los evangelios recogidos en la Biblia cristiana. Y de esos cuatro, solamente uno habló de la que es una de las escenas más conocidas y representadas de la historia, la adoración de los Magos de Oriente. Sin entrar en detalles, muy de pasada, Mateo menciona a unos supuestos magos que llegaron guiados por una estrella a ofrecer al Salvador oro, incienso y mirra. Pero nada sobre sus nombres, su apariencia, su raza o su edad. Incluso su número ha sido un misterio. A veces las respuestas a estas dudas solo aparecen mencionadas en leyendas y en los Evangelios apócrifos.
Al principio los reyes tan solo eran magos, o puede que ni siquiera eso. Lo más probable es que fueran sabios instruidos en astrología, que supieron llegar al niño leyendo las estrellas. En reyes se convirtieron desde fecha temprana, gracias al Adversus Marcionem de Tertuliano, padre de la Iglesia de los siglos II y III. Fue un intento de evadir las connotaciones negativas que el cristianismo ligaba a la magia, que se relacionaba de forma inevitable con la brujería.
Fue entonces cuando empezaron a aparecer representados con su característica corona, esa que cada año proclama vencedor al más suertudo de cada familia, el que consigue la figurita oculta en el roscón de Reyes. Hasta entonces, su representación más común era con el gorro frigio, aludiendo a su origen oriental. Y esta fue, con seguridad, la variación menos drástica que tuvieron que atravesar hasta convertirse en los simpáticos hombres que traen la ilusión a nuestras casas cada 6 de enero.
Los reyes magos lo mismo podían ser tres que 12
¿Cuántos fueron los magos que acudieron a homenajear al niño? En las primeras manifestaciones, en las pinturas de las catacumbas romanas, parecen no ponerse de acuerdo: dos, tres e incluso cuatro. Es más, en algunas zonas de Siria o Armenia, se creía que podían ser hasta 12, construyendo un paralelismo intencionado con los 12 apóstoles y las 12 tribus de Israel.
El número acabó fijándose en tres, principalmente por una cuestión de lógica: si tres eran los regalos, tres serían los magos que los portaban. Claro está que la elección resultaba especialmente útil, por ser el tres un número de vital importancia en el cristianismo, pues resulta una alusión directa a la Santísima Trinidad. Aun así, seguía sin haber nada fijado sobre su aspecto o su edad, hasta su nombre resultaba desconocido.
La primera representación de los Reyes Magos acompañados por los nombres con los que los conocemos en la actualidad data del siglo VI, en los mosaicos de la iglesia de San Apolinar Nuovo en Rávena, Italia. Los tres reyes aparecen en procesión, llevando sus ofrendas, y sobre sus cabezas se puede leer su nombre. Eso sí, en un orden de llegada diferente al que estamos acostumbrados: Gaspar primero, seguido de Melchior y Balthassar.
Cómo Baltasar pasó a ser el Rey Mago negro
Aunque hoy puede resultar chocante, las primeras manifestaciones de los Reyes Magos los presentan como tres figuras idénticas, las tres de tez blanca. Con el tiempo, se vio una nueva utilidad al número seleccionado: los reyes serían la representación de las tres edades del hombre, la simbología perfecta de que Cristo vino al mundo a salvar a los hombres de todos los tiempos. Aunque en representaciones antiguas Gaspar aparece representado como el rey imberbe y más joven, lo más común es que su edad sea la adulta, ocupando la juventud el rey Baltasar. Melchor siempre suele encabezar el ranking de edad.
Aproximadamente en el siglo XIV, la expansión de la cristiandad hizo necesario un refuerzo de su universalidad. Se decidió representar, a través de los Reyes Magos, los tres continentes conocidos hasta el momento: Melchor sería el europeo, Gaspar el asiático y Baltasar el africano. Fue entonces cuando se empezó a representar el tercer rey mago de tez negra. Esta imagen que se ha consolidado desde entonces, como prueba el rechazo con el que se ha recibido el boceto de felicitación navideña de Vox Cádiz, en el que había tres reyes blancos.
El descubrimiento de América planteó la posibilidad de incluir un cuarto rey mago, para que estos siguieran representando la totalidad de la humanidad. Seguramente muchos artistas habrían agradecido este cambio, dado que un número par favorecería composiciones más equilibradas, pero esto jamás llegó a consolidarse. Para entonces los Reyes Magos ya tenían una iconografía y simbolismo demasiado sólido para introducir un cambio de esta magnitud.
Oro, incienso y... ¿mirra?
Según señala Mateo en su evangelio, los Magos ofrecieron a Jesús oro, incienso y mirra. Seguramente todos conozcamos el oro y el incienso, su valor y utilidad, pero ¿qué es la mirra y para qué se empleaba en la antigüedad?
La mirra es resina desecada, extraída de los árboles de la especie Commiphora, típicos de las zonas del norte de África y Turquía. Su característica principal es su aroma, por lo que lo más común era emplearla para los ungüentos con los que se embalsamaba a los muertos. Su valor era altísimo, incluso superior al del oro.
Los teólogos quisieron ver en estos presentes algo más que su simple valor material, estableciendo un profundo simbolismo entre ellos y la figura de Jesús: el oro aludía a la descendencia real del niño; el incienso se refería a su carácter divino, por su uso para determinados ritos religiosos; y finalmente la mirra sería en realidad una prefiguración de la mortalidad de Jesús.
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