Los años 20 del siglo pasado no solo fue la década del jazz y la ley seca. También fueron los años de una moda que arrancó en Estados Unidos, se difundió por todo el mundo y, un siglo más tarde, sigue siendo una cita diaria ineludible para miles de personas. Hablamos de los crucigramas.
(Antes de seguir: incluimos aquí nuestro propio crucigrama, por si el lector prefiere comenzar por el juego y dejar el contexto histórico para después).
Aunque tiene antecedentes en el siglo XIX, el primer crucigrama moderno se publicó en el suplemento dominical Fun del diario New York World, el 21 de diciembre de 1913. Su autor, Arthur Wynne, lo bautizó como word-cross. El orden cambiaría a crossword poco después por un error tipográfico, según recoge Màrius Serra, crucigramista de La Vanguardia, en su libro Verbàlia.
Para Serra, Wynne en realidad fue “un precursor más” de los crucigramas, cuyo fenómeno explotaría en la década de los 20. En 1921, Margaret Farrar sucedería a Wynne en la publicación de estos pasatiempos. Ella sería quien ordenara las pistas en horizontales y verticales, además de introducir otros patrones como la introducción de simetría y la prohibición de las palabras de dos letras, que se siguen respetando en Estados Unidos.
Puede que ahora, casi cien años después, suene extraño, pero en los años 20 los crucigramas cobraron tanta notoriedad en Estados Unidos como décadas después los Tamagotchi, los sudokus o los spinners.
Son muchas las anécdotas que se recogieron sobre esta fiebre. Por ejemplo y según explica Serra, una asesoría jurídica de Cleveland decía recibir en 1927 una decena de cartas diarias de mujeres que se sentían abandonadas por sus maridos obsesionados con los crucigramas y que preguntaban si esto era motivo de divorcio. De hecho, un juez dio la razón a una mujer de Chicago, Mara Zaba, que llevó a los tribunales a su marido por abandono conyugal. La sentencia obligaba al señor Zaba a no resolver más de tres crucigramas diarios.
En los años 20, los aficionados a este pasatiempo no contaban con Google para que les ayudara con sus pistas, así que recurrían a medios más tradicionales. La fiebre por completar las parrillas de palabras llevó a que los bibliotecarios se quejaran de que estos cruciverbalistas coparan diccionarios y enciclopedias, en busca de respuestas a las pistas más esotéricas. También había aficionados a los crucigramas que escribían a los zoos para preguntar, por ejemplo, por el nombre de la hembra del cisne, del canguro o de “una frágil criatura de seis letras que termina en TO”.
En 1924 se publicó el primer libro dedicado solo a este pasatiempo. Fue el primer título que publicó Simon and Schuster, empresa que actualmente edita de más de dos mil libros al año. La primera tirada fue de 4.000 ejemplares, pero al cabo de un año se habían vendido 400.000.
Ante la irrupción de esta moda, se publicaron artículos y columnas que temían que los crucigramas pudieran terminar con la civilización occidental tal y como la conocemos. Este pasatiempo recibió acusaciones comparables a las que, décadas más tarde, recibirían la televisión y las redes sociales.
En un artículo de 2011, The Guardian recogía los lamentos de medios británicos y estadounidenses de hace un siglo, que acusaban a los crucigramas de “asestar el último golpe al arte de la conversación” y de ser culpables de “la caída en las ventas de las novelas”. The Times lamentaba por aquel entonces que el tiempo dedicado a los crucigramas no se dedicara a la lectura, a la conversación elevada o al trabajo, y un editorial del diario británico Tamworth Herald hablaba en 1924 de una "América esclavizada".
De Estados Unidos al resto del mundo
A mediados de la década, los crucigramas salieron de Estados Unidos y llegaron al resto del mundo. Tal y como recoge Paolo Bacilieri en Fun, su cómic sobre los crucigramas, el pasatiempo se exportó al Reino Unido (Pearson’s Magazine, 1922), Francia (Le dimanche illustré, 1924, aunque Serra cita Excelsior, en 1925), Portugal, (Sporting, 1925), Alemania (Das Rätsel, 1925), Italia (La domenica del corriere, 1928) y España: el primero en nuestro país se publicó el 22 de marzo de 1925 en la revista Blanco y negro. En 1926 también se publicaría el primero en catalán, en el Virolet, suplemento de la revista infantil En Patufet.
El diario ABC, que distribuyó Blanco y negro como suplemento entre 1988 y 2000, recordaba el crucigrama de 1925 en un artículo de 2013. En esa primera ocasión recibió el nombre de “rompecabezas de las palabras cruzadas” y venía precedido por una crónica desde Londres firmada por Antonio Luis: “Desde hace unos meses, Inglaterra padece una nueva fiebre, causada por un pasatiempo importado de los Estados Unidos”, escribía.
La rendición a esta nueva moda tuvo sus críticos. En 1930, The Times comenzó a publicar sus crucigramas, apenas unos años después de haberlos juzgado con dureza. Como cuenta Serra en su libro, la cabecera tuvo que enfrentarse a las iras de los lectores que no creían que aquel contenido fuese lo suficientemente serio para el diario. La respuesta del The Times: publicar un crucigrama en latín. Lo volvieron a hacer en 2015.
The New York Times, referencia de los crucigramas en inglés, aguantó sin publicarlos hasta 1942, cuando la propia Farrar se hizo cargo del pasatiempo. El diario los había calificado en 1924 de “una clase primitiva de ejercicio mental”, en una columna que añadía que esta moda no era más que un objeto de estudio para psicólogos interesados en "las peculiaridades mentales de las masas y muchedumbres". Pero con la entrada de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, los responsables del diario pensaron que era una buena distracción en tiempos difíciles.
La pasión quizás ligeramente exagerada por los crucigramas durante los años 20 comenzó a decaer a mediados de la década. Estas modas pasajeras suelen tener un momento muy breve de crecimiento y luego prácticamente desaparecen o agonizan. Pensemos, por ejemplo, en los spinners, la Mano Loca y Pokémon Go. Sin embargo, los crucigramas lograron lo que pocas de estas tendencias consiguieron: convertirse en un clásico. Hoy en día, es difícil imaginar un periódico sin crucigramista de referencia. O, más que difícil, desagradable.
No pretendemos revivir esta fiebre por los crucigramas (ojalá), pero dejamos uno por aquí por si a alguien le apetece volver a esta moda de los años 20 del siglo XX usando la tecnología de los años 20 del siglo XXI. Y siempre se puede acabar disfrutando de un café y de los crucigramas de Tarkus en la edición en papel de EL PAÍS.
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