Lucía Barros, de 32 años, acaba de llegar a A Coruña, de donde es, y se pone al teléfono con Verne tras los primeros reencuentros. “Ya han venido mis padres, ya ha venido mi sobrina… Ahora tengo un ratito”, dice. Vive desde hace 14 años en Barcelona y, como en el anuncio de turrón, vuelve a casa por Navidad.
Se quedará solo diez días y admite que, de momento, tiene la agenda social algo vacía. “Normalmente llego y estoy un día o dos algo tranquila con mi familia”, cuenta. Después ya empieza la gira para ir viendo a sus amigos. “Siempre empiezo superrelajada y acabo que me faltan los días”, ríe.
Su caso es el de los muchos españoles que viven fuera del lugar en el que crecieron (2,54 millones en el extranjero, según datos del INE a 1 de enero de 2019) y que se pueden permitir regresar unos días durante las fechas navideñas. Una vez en casa, toca organizarse y aprovechar para ver a toda esa gente a la que casi nunca se ve. Los compromisos familiares suelen estar ya fijos e impuestos en el calendario de cada uno. Son los reencuentros con amigos los que requieren más ingeniería para cuadrar agendas. Y aquí es donde a veces entra el estrés.
El psiquiatra y psicoterapeuta Sergio Oliveros explica por correo electrónico que mucha gente siente rechazo ante la Navidad, algo que achaca en gran parte al "estrés al que normalmente va asociada”. Esto para todos. Si, además, vives fuera, vuelves solo unos días y tienes que “cumplir con obligaciones sociales y familiares no siempre deseadas” y todo “en un tiempo récord”, el cóctel es “perfecto” para que el retornado navideño “colapse” en estas fechas, indica el experto.
La psicóloga María Clara Ruiz añade que, además, en los casos en los que se vive muy lejos, hay que sumar que los primeros días estamos “muy cansados, con poco sueño, quizá con jet lag”. Para gestionar todo esto, Oliveros recomienda al “Ulises navideño” hacer solo “lo que esté en su mano” y ser él o ella “quien ponga las reglas”.
Círculos que se reducen
“Yo antes era una profesional de la agenda navideña”, dice Blanca Rey, madrileña de 35 años. Vive en el extranjero desde el año 2007 (primero en Londres y ahora en La Haya) y cuenta que, aunque en realidad viene bastante a España, sí que hay amigos a los que solo ve en Navidad. Antes, cuando sí quedaba con todo el mundo, era ella quien buscaba y organizaba los encuentros, pero “en los últimos años” prioriza un poco más el tiempo con la familia. “Para dedicarles más tiempo a ellos sí que reduces un poco la cantidad de eventos sociales con amigos”, explica por teléfono.
Algo parecido le pasa a Mateo Paz, de “30 años ya”, que vive en Madrid desde 2011, lejos de su Gondomar (Pontevedra) natal. “Estar fuera no solo debilita las relaciones por la falta del contacto diario. Sobre todo te hace ver el valor del tiempo que dedicas a la gente”, relata por correo electrónico. “Estás unos días, así que lo último que quieres es perderlo en compromisos”.
Esta reducción progresiva del número de amigos a los que elegimos ver cuando volvemos solo unos días no solo es una “evolución lógica”, sino que además “indica salud mental”, asegura Oliveros. “Cuando uno se va, tiene que asumir que muchas de sus relaciones van a sufrir un importante enfriamiento y que en muchos casos va a ser irreversible”, explica. Pero, aunque pueda dar pena, en realidad no es algo malo. “Conservará los amigos más íntimos y las relaciones familiares más auténticas que, al fin y al cabo, son las que más le van a ofrecer en el poco tiempo que pueda estar en su ciudad de origen”, indica el experto.
Los reencuentros: amistades a distancia que sobreviven
Cuando por fin llega el esperado reencuentro es cuando la amistad se pone un poco a prueba. Y no siempre la pasa con éxito. “Hay gente con la que quedas y a lo mejor te das cuenta de que para esa persona ya no eres tan importante”, dice Blanca Rey. La psicóloga María Clara Ruiz explica que hay que entender que esto pase, ya que, probablemente, “la persona que se queda ha sufrido un duelo muy duro con tu marcha”. Al final, continúan con su vida y la persona que regresa únicamente en navidad “puede notar que sobra”.
Sin embargo, lo habitual es lo contrario, especialmente cuando con los años se van dejando por el camino a los amigos que no lo eran tanto. “Es como si no hubiese pasado el tiempo”, dice la coruñesa residente en Barcelona Lucía Barros. “Nos ponemos al día, volcamos toda la información y siempre estamos con ganas de vernos, de contárnoslo todo”, asegura.
Y esto a pesar de que, en muchas ocasiones, no se mantiene mucho contacto durante el resto del año. Mateo Paz cuenta que puede pasar meses sin hablar con su mejor amiga. Pero que, cada vez que vuelve, se planta en su casa “sin especificar un plan” y después de toda la tarde “volvemos a charlar con el mismo entusiasmo que cuando teníamos 15 años”.
Tras ese poco o inexistente contacto, los reencuentros pueden ser una especie de redescubrimiento de la amistad. “En esas dos semanas que estás te ves varias veces y de repente te preguntas: Pero ¿cómo no quedo más con Cristina?’”, dice Blanca Rey. “Porque te lo pasas fenomenal, tenéis mucho que contaros, te das cuenta de que estáis en el mismo momento vital, de pronto quieres pasar mucho más tiempo con esa persona”, asegura.
Si el reencuentro es en grupo, en la típica cena de Navidad con amigos, y quedan ganas de hablar más en profundidad con alguien, siempre se puede volver a quedar. Es algo que hace Lucía Barros, que, aunque reconoce que no es muy de “llamar o escribir” durante el año, sí busca con algunas personas el contacto individual “para hablar con más libertad y ponernos mejor al día”. Es lo mismo que cuenta Blanca Rey, a quien cada vez le gusta más “tener tiempo de calidad para poder hablar”, algo difícil si junta “a mucha gente”.
Que haya amistades que se mantengan fuertes a pesar de la distancia y de la falta de contacto no es tan extraño. María Clara Ruiz explica que muchas veces el vínculo que se ha creado entre dos personas por las “experiencias compartidas” es tan fuerte que “es ya para siempre. Esa persona se convierte en familia”.
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