Una batalla tuitera comparable a la de la tortilla (¿con cebolla o sin cebolla?) es la de la ortografía. Cuando sale el tema en redes, el debate pasa por preguntarnos si las normas están o no desfasadas, si son o no una pieza fundamental de nuestra forma de expresarnos o incluso si no son más que una muestra de clasismo.
Lo cierto es que muchas normas ortográficas nos parecen más o menos convencionales y arbitrarias cuando las aprendemos en la escuela. ¿Por qué “camión” lleva tilde, pero “motor” no? ¿Para qué sirve la h de hormiga? ¿Por qué beber va con b y mover va con v? ¿No se entiende y suena igual si escribo “cojer” en lugar de “coger”?
La ortografía del español no es un adorno. No vale decir "es que tengo mala ortografía". La ortografía lo es todo. Es pensamiento, inteligencia, rigor y delicadeza. Una falta de ortografía es la cosa más triste del mundo.
— Manuel Vilas (@Granvilas) September 2, 2020
Empeñarse en aprender un sistema ortográfico anticuado lleno de arbitrariedades cuesta cientos o miles de horas al sistema educativo (en cualquier lengua). Podríamos aprender a leer y escribir mucho más rápido con un sistema moderno y dedicar esas horas a otras cosas más útiles.
— Andrés Benítez (@speechsci) September 2, 2020
Todo este esfuerzo tiene un sentido. Como explica Javier Bezos, lingüista de Fundéu, una norma ortográfica única nos ayuda a que podamos entendernos por escrito de manera eficaz. Recurrir a una sola ortografía nos ayuda a entendernos y, aunque toda ortografía sea mejorable, no hay motivo para encararnos con nuestros profes de lengua y gritarles que “emosido engañados”.
Fernando III rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252) opinaba algo parecido sobre las ventajas de la ortografía. En su La maravillosa historia del español, Francisco Moreno Fernández escribe que este rey tomó la decisión de que la cancillería real emitiera documentos en castellano, en detrimento del latín y del leonés, y dada la pujanza económica y demográfica de Castilla. Como se producían más textos en esta lengua, el monarca comenzó la labor de fijar la ortografía, “con el fin de ordenar y facilitar la escritura”, un trabajo que fue continuado por su hijo, Alfonso X.
Es decir, antes de que llegara la Ortographía española de la RAE en 1741, la gente no escribía las palabras como mejor le parecía. Como nos explica Lola Pons, catedrática de la Universidad de Sevilla y colaboradora de Verne, en general se seguían “tradiciones de escritura heredadas del latín y asentadas en época de Alfonso X (1252-1284)”. La imprenta ayuda desde finales del siglo XV a reducir la variación, pero aun así se podía escribir thesoro, thessoro o tesoro “y ninguna de ellas era falta”.
Además de su ortografía, la RAE publicó su primer Diccionario de autoridades en 1726 y su Gramática en 1771, siguiendo la de Nebrija de 1492. Nebrija, por cierto, defendía escribir como suena: "Assí tenemos de escrivir como pronunciamos i pronunciar como escrivimos".
¿Por qué baca va con b y vaca con v?
La ortografía española respeta mucho la fonética. Aunque no todo se escribe como suena, ya que la norma también tiene en cuenta la etimología. Por ejemplo, baca viene del francés bâche y vaca, del latín vacca. En el caso de la b y la v, la mayor parte de las distinciones vienen precisamente del latín, igual que ocurre con muchas de las palabras con h (hombre viene de homo y hecho, de factus). Aparte de la fonética y la etimología, también se ha tenido en cuenta la tradición escrita. Bezos, de Fundéu, pone el ejemplo de “maravilla”, que viene del latín mirabilia, pero que se escribe con v porque es el uso que se ha consolidado.
Este lingüista recuerda que también hay que mantener un equilibrio entre la facilidad de escritura y la de lectura, y por eso a veces conviene aprenderse algunas normas. “Cuanto más difícil es la escritura, más fácil es la lectura. Y viceversa, cuanto más fácil es la escritura, más problemas puede haber al leer”. Por ejemplo, muchos hispanohablantes pronuncian igual cocer y coser. Aunque recordar cuál va con ce y cuál con ese puede suponer un escollo a la hora de aprender a escribir, a cambio resulta muy fácil identificar estas palabras al leerlas, sin tener que preocuparse por el contexto.
Tanto Moreno, en su libro, como Pons recuerdan que, a pesar de haches, bes, uves y tildes, la ortografía española da menos problemas que la francesa o la inglesa. Solo hay que recordar esas series y películas estadounidenses en las que se ven los concursos de deletreo para niños y adolescentes, que son inexistentes en español. Por poner otro ejemplo, no podríamos titular un artículo sobre la ortografía española de forma parecida a este texto de la BBC: “Cómo se convirtió el inglés en este follón”. No solo el inglés es producto de invasiones y préstamos de todo tipo (como casi todas las lenguas), sino que en su norma se dio más importancia a la etimología que a la fonética. Así fue, por ejemplo, cómo la palabra det (deuda) incorporó una b que no se pronuncia (debt). Los lingüistas británicos creyeron importante que se viera claro que la palabra venía del latín debitum.
¿Quándo dixo esso el pharaón?
En opinión de Pons, la ortografía del español es “muy buena”. Pone como ejemplo las reformas del siglo XVIII y XIX, que fueron simplificando la norma y eliminando grafías innecesarias. Como escribe Moreno, en 1754 se suprimió el uso de la ph (faraón y no pharaón) y se fijaron las reglas de acentuación. En 1763 desapareció la ss (proceso y no processo). Y en 1815 se ordenó el uso de la qu (queso y cuando, no quando); se distribuyó el uso de la x (dijo y no dixo, pero examen), y la y desapareció del interior de la palabra (aire y no ayre). La última gran reforma fue la de 2010, que según explica Pons, “ha regulado las tildes de forma impecable (la ha quitado en fue, dio, guion…)”. Y sí, al decir “impecable” se refiere también a las tildes de solo y de los demostrativos.
Bezos, de Fundéu, recuerda al respecto que en ocasiones se han comparado estas reformas ortográficas a “experimentos sociales a gran escala”. Por lo general, “suele haber más resistencia a los cambios en las normas que más nos ha costado aprender y que se apartan de las reglas generales”. La tilde de solo, que es una excepción a las normas de acentuación, sería uno de estos ejemplos. Según el lingüista, en ocasiones hay que esperar una generación a que el cambio se consolide. Pasó con fue, fui, vio y dio, que hasta 1959 se escribían con tilde a pesar de ser monosílabas. Muchos hablantes siguieron escribiendo esos acentos hasta que, al fin, por un motivo o por otro, dejaron de escribir del todo.
Todas estas explicaciones no evitan que la norma ortográfica también funcione como marcador de estatus lingüístico, y que se use para mostrar cierto desprecio por la persona que comete un error. En este sentido, Bezos recuerda que hay muchos motivos por los que una persona puede no conocer una norma. En el caso de Fundéu, la institución intenta dar unas pautas para ayudar a escribir de forma correcta, pero rechazando por completo la burla o la crítica. Al fin y al cabo, todos nos equivocamos de vez en cuando (aunque estos errores sean más graves en algunos casos, como en el de los periodistas).
¿Podría haber más de una norma?
¿Podría haber una norma diferente, por ejemplo, para las variedades del español en las que se sesea? Al fin y al cabo, si en estas zonas se pronuncia “sien” (cien) y “sierto” (cierto), y es correcto hacerlo así, ¿por qué no pueden escribirlo también con ese?
Llevamos siglos con discusiones y polémicas similares, como cuenta Moreno en su libro. El episodio más conocido fue el de Chile: su reforma ortográfica, oficial en este país entre 1844 y 1927, fue creada por el lingüista venezolano Andrés Bello y se aceptó también en Argentina, Colombia, Ecuador, Venezuela y Nicaragua. Esta propuesta acercaba aún más la lengua escrita a la hablada, escribiendo, por ejemplo, lei (por ley), alrrededor (por alrededor) y zerdo (por cerdo).
Lola Pons apunta que la existencia de varias normas dificultaría la edición de libros y la accesibilidad de los textos para “personas con discapacidad que usan comunicación aumentativa y necesitan estándares”. Además, en su opinión, la ortografía actual no es "difícil de enseñar escolarmente”.
De hecho, la reforma chilena se abandonó (el propio Bello pidió que se desestimara), pero sigue habiendo propuestas ya literarias de desviaciones de la norma por motivos estéticos o lingüísticos. La más reciente es la de Panza de burro, de Andrea Abreu, pero todos recordamos que Juan Ramón Jiménez escribía je y ji con jota (jenio y no genio), y usaba la ese para la equis (esquisito y no exquisito). También hay autores que exigen a sus editores que mantengan la tilde de solo. Al final, la RAE solo recomienda la norma culta a seguir, pero no pone multas si alguien decide no hacer caso.
En 1997 Gabriel García Márquez fue más allá y pidió jubilar la ortografía, “terror del ser humano desde la cuna”. Añadió: “Enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos”. Sin embargo, su propuesta quedó en un planteamiento teórico y sus libros no abandonaron la norma académica en ningún momento. Cosa que agradecemos. Es verdad que, como él decía, es muy difícil confundir "revólver" y "revolver", pero esa tilde nos pone las cosas un poco más fáciles a sus lectores.
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