Relajarse y concentrarse con las manos en el barro

Las clases de cerámica se convierten en una alternativa para liberarse del estrés y sacar la creatividad

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Marta González da clases a Francisco y Raquel en su taller en Arganzuela
Marta González da clases a Francisco y Raquel en su taller en Arganzuela. EL PAÍS

Mientras Loli Morante da forma a un plato de arcilla, una joven llama a la puerta de su taller. Quiere apuntarse a clases avanzadas de torno, una de las modalidades de la cerámica. Morante le vende un bono de 24 horas con el que la chica puede ir a clases cuando quiera hasta que se acabe. No pasan ni cinco minutos desde esta última visita cuando el timbre suena otra vez. Esta vez se trata de una abuela que pregunta por clases de cerámica para su nieto de tan solo cuatro años. Estos cursos se organizan de manera especial, con un cupo determinado. Morante pide que vuelva más adelante cuando haya algo programado.

Ceramista desde hace 30 años, Morante afirma que en los últimos tres ha visto cómo crecía el interés por sus clases. Explica que actualmente su negocio principal es la enseñanza, no vender cerámica. Algunos de los atractivos de estas clases son la posibilidad de relajarse mientras se está completamente concentrado en una tarea o de trabajar en algo que despierte la creatividad. Como cuenta Morante, el taller es un espacio de desconexión: “La gente viene sobre todo a evadirse, a quitarse problemas de la cabeza. Tu mente está ocupada y tu cerebro está pendiente de tus manos”.

Loli Morante hace un cuenco en el torno de su taller en Moncloa. J.D.G.

Según la Encuesta de hábitos y prácticas culturales en España 2018 - 2019, un 26,4% de la población ha realizado algún tipo de actividad relacionada a las artes plásticas, un 5% más que en la encuesta anterior de 2014-2015. De estos, un 16,1% se ha dedicado a la pintura o dibujo, mientras un 10,3% se ha volcado a otras artes plásticas, como, por ejemplo, la cerámica. David López (Madrid, 49) es una de estas personas. “Es como una terapia para mí”, cuenta David López (Madrid, 49). La curiosidad fue lo que llevó al delineante a probar por primera vez trabajar con el barro. “La cerámica es lo difícil que tú quieres que sea. Una vez que empiezas, te apetece probar técnicas nuevas, y cuanto más aprendes, más te gusta”, afirma López que hace tres años frecuenta el taller de la ceramista Marta González.

Las técnicas son de las más diversas: “churros” o pellizcos para moldear; marmorización o esponja para decorar. Se puede hacer de todo: estatuas, cuencos, tazas, platos e incluso cubiertos. Morante explica: “La cerámica es un mundo muy grande, que abarca diferentes técnicas, pero, sobre todo, el modelado, la alfarería [o torno] y la decoración cerámica”. La profesora cuenta que en un año de clases constantes se puede enseñar mucha cerámica, pero el aprendizaje nunca termina.

Un espacio de paz y tranquilidad

Marta González lleva una vida aprendiendo y decidió también enseñar. A los siete años, ya sabía que quería ser ceramista. Hoy tiene su propio taller donde imparte clases y da cursos intensivos para quienes quieran aprender a hacer cerámica. Entre decenas de botes de arcilla y pigmento, la madrileña de 37 años recuerda: “Es lo único que siempre tuve muy claro. Empecé como actividad extraescolar en el colegio. Fui a talleres y dirigí todos mis estudios hacia ello”.

Marta González en su taller de cerámica. Kike Para (EL PAÍS)

Aunque no sabe explicar por qué, está de acuerdo en que la cerámica está de moda. También ha notado el aumento en las búsquedas por sus clases en los últimos años y asegura que antes de la pandemia de coronavirus cada clase tenía gente nueva. Ahora, con los aforos limitados, la maestra ha reducido el número de estudiantes de seis a cinco por sesión.

Los perfiles de los estudiantes son variados, hay los que quieren encontrar su “espacio de paz y tranquilidad”, otros buscan profesionalizarse o empezar un nuevo oficio.

Creatividad y utilidad

Según los alumnos, a las clases de cerámica se puede enganchar muy fácil. La maestra de infantil Raquel Ocaña (Madrid, 41) lleva ocho años en el taller de González: “A veces estoy cansada del trabajo. Este es el momento de estar tranquila conmigo misma y dedicarme solamente a mí”. Junto a ella está el escaparatista Francisco Luna (Madrid, 50) que empezó en la cerámica con un mes de clases que le regaló su pareja. Eso fue hace cinco años. “Me encanta la libertad de sacar tu creatividad y de poder desarrollarte como quieras”, cuenta Luna mientras modela uno de sus guerreros protectores, criaturas de arcilla con caras malvadas.

Tornos de alfarería y hornos para cocer el barro en el taller Marta Cerámica. Kike Para (EL PAÍS)

Hacer algo útil con las manos es otro de los beneficios de la cerámica. Ocaña lleva un colgante en forma de unicornio que ella misma ha confeccionado desde el modelado hasta la pintura. Las esculturas en barro le encantan. Mientras pinta un oso lleno de detalles del tamaño de un pulgar, rememora que su pieza favorita es un elefante que también transformó en bisutería. Como ella, la psicóloga Violeta Palencia (Madrid, 35), otra de las alumnas de González, también disfruta de las piezas que crea: “Es muy satisfactorio poder usar algo que has hecho con tu mano”. Palencia tiene especial cariño por la textura delicada de la porcelana, considerada el material más noble por los ceramistas, como explica Marta González.

Además de los beneficios personales, las clases también son un ambiente de interacción social. Los alumnos aprovechan para conversar sobre los más distintos temas y olvidarse de los problemas de la vida cotidiana. “Es una mezcla entre estar solo en tu paz y estar compartiendo con los demás” - observa Ocaña - “un tema lleva a otro”... “Y siempre hay risas”, completa Francisco Luna. “A veces estoy aquí cuatro horas de tirón, que parece mucho, pero pasa muy rápido”.

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