(Ya han pasado seis meses desde que acabó el confinamiento y comenzamos, por fases, el retorno a "la nueva normalidad". Con esta serie, Resistieron, queremos recordar a las personas y las historias, muchas de ellas virales, que nos ayudaron a sobrellevar la primera ola de la pandemia).
Hace unas semanas, Ana Criado, supervisora de un área de enfermería en el hospital de Igualada (Barcelona), reunió a su equipo para notificarles que los contagios y los ingresos por covid estaban creciendo significativamente en su centro. Criado notó cómo la tristeza invadió de nuevo el ambiente. "Las caras de todo el equipo cambiaron de repente, era un dejavù, como si nos hubiésemos teletransportado a marzo de 2020", cuenta la enfermera por teléfono a Verne.
Ana Criado, de 41 años, fue una de las protagonistas de este artículo en el que trabajadores de hospitales nos contaban cómo vivían en la intimidad la lucha contra la pandemia. Medio año más tarde, hemos vuelto a hablar con ellos para saber cómo están viviendo emocionalmente esta segunda ola. Y es que el personal sanitario ha sido uno de los sectores de la población más castigados por esta enfermedad. A las consecuencias psicológicas del desbordamiento sanitario, se suman sus cifras de contagios, casi 70.000 en la actualidad, y las de muertes, 63 hasta el 5 de junio, según datos proporcionados recientemente por el Ministerio de Sanidad.
En el mes de mayo, cuando España comenzó a dejar atrás el primer envite de la pandemia, nació la hija de Pedro Luis Moro (37 años), otro de los entrevistados y celador del Hospital Clínico Universitario de Valladolid. Coincidiendo con las fases avanzadas de la desescalada, Moro y su pareja pudieron reunirse con su familia después de tanto tiempo y presentarles a la pequeña. "Y así empezamos a recuperar un poco esa sensación de normalidad", cuenta el celador, quien añade que su hija ocupa ahora casi todo su tiempo y sus pensamientos. "Lo agradezco porque es importante no estar pensando o hablando siempre del mismo tema (el coronavirus). Se nota que esto nos ha dejado tocados a todos, pero tenemos que tirar para delante como sea", dice.
También en mayo, Fernando González (55 años) volvió al servicio de oftalmología que dirige en el Hospital La Mancha-Centro (Alcázar de San Juan, Ciudad Real) tras ser movilizado a una planta covid de su hospital durante los meses de asedio del virus. Desde entonces, luchan diariamente por reducir la enorme lista de espera que se originó en cirugías oftalmológicas, consecuencia del colapso sanitario que se produjo a partir de marzo. "Pero no vislumbramos la salida", lamenta González por teléfono. "Estas son las otras secuelas de la pandemia".
Rut del Valle (40 años) y Antonio Trigo (29 años) regresaron antes del verano a sus puestos originales en pediatría en el Hospital Infanta Sofía (San Sebastián de los Reyes) y Gregorio Marañón (Madrid), respectivamente. Aunque, como González, saben que en cualquier momento les pueden llamar de nuevo para reforzar los equipos ante una nueva escalada del virus. "Yo personalmente vivo la situación mucho mejor que antes, pero a veces es inevitable recordar aquello y preocuparse por qué pasará", cuenta Trigo, enfermero de UCI pediátrica.
Del Valle cree que "estamos yendo al mismo lugar, pero más despacio", refiriéndose a la situación sanitaria actual. La cifra de contagios diarios no deja de crecer en España y ya supera el millón desde que empezó la pandemia. "Es como saber el desenlace y caminar hacia él irremediablemente", se queja la médico pediatra.
Carmen Vázquez, personal de limpieza de 47 años del Hospital Clínico Universitario de Valladolid, prefiere creer que "no volveremos a aquello". "Fue terrible, un caos, pero es que nos pilló por sorpresa. Yo quiero pensar que, pese a que la situación es complicada en algunos sitios, todo está más organizado ahora que entonces", dice Vázquez y confiesa que, tras tanto tiempo trabajando bajo el mismo protocolo de higiene, ya se ha acostumbrado. "En mi hospital no hay tantos casos, pero seguimos con las mismas medidas de limpieza: por ejemplo, si trasladan a un enfermo de covid en un ascensor, en seguida colocan el cartel de sucio, nos ponemos el EPI y vamos a desinfectarlo; lo mismo con los quirófanos, es nuestra nueva normalidad", añade.
Aunque no tan estricta como nos contaban en abril, la rutina de higiene de estos trabajadores de hospitales al llegar a casa continúa. "Entonces se sabía menos, estábamos más expuestos, había más contagios sin identificar... todo era más obsesivo", dice Moro. "Ahora la cosa se ha relajado un poco, aunque trabajando en un hospital nunca puedes bajar la guardia", añade. Para Criado, la repetición de estas acciones se ha convertido en costumbre. "Ahora no concebimos entrar en casa con los zapatos de la calle, por ejemplo, o no lavarnos las manos al llegar".
Recuperar la normalidad
Este año más que nunca, estos trabajadores necesitaban vacaciones, "por una cuestión de salud", como apunta Criado. La supervisora de enfermería se recuperó del desgaste emocional de los primeros meses gracias a su familia y a poder desconectar unos días del trabajo. "Recuperar la normalidad con mi marido y mis hijos, haciendo cosas juntos como antes de la pandemia –cuenta la enfermera, quien durante el confinamiento comía en una mesa apartada de su familia– o visitar a familiares que viven en otras ciudades me sirvió para recuperar un poco mi vida, para descansar mentalmente".
Aunque no todos pudieron desconectar durante las suyas. "Mi hija también trabaja en el mismo hospital que yo, así que los días que yo me cogí vacaciones seguía en cierta forma conectada", cuenta Vázquez. Del Valle añade que "siempre estás con un ojo en las noticias, temiendo que en cualquier momento te puedan llamar". Las alarmantes cifras de agosto hicieron temer a Trigo por sus vacaciones. "Ya veía que la cosa se complicaba y que no me iba a poder ir en septiembre. Al final me fui y no quise mirar grupos de WhatsApp del trabajo ni nada, ¿para qué preocuparme en ese momento si no iba a poder hacer nada desde donde estuviese?", dice.
"El verano nos dio una tregua, pero la herida emocional sigue abierta", cuenta Criado, que cree que esta segunda ola puede ser peor para los empleados de hospitales. "Estamos más cansados, tenemos una gran mochila a cuestas, y el temor a revivir aquello desmoraliza mucho", añade.
Más que a corto plazo, a González le preocupa el futuro a largo plazo. "La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad del sistema, la reducción de recursos que se había llevado a cabo en los últimos años en sanidad y las consecuencias que eso tiene, sobre todo para las zonas de la España vaciada, donde nosotros vivimos y trabajamos en la sanidad pública desde hace más de 20 años", dice el médico oftalmólogo, refiriéndose a su familia. Su mujer es también médico (dermatóloga) y su hija está cursando actualmente tercero de Medicina. "La mayoría de la gente no es consciente de lo que significa la sanidad pública, de lo que supondría que dejase de existir", advierte González, que cree que muchos han olvidado por qué aplaudían diariamente durante el confinamiento a los sanitarios y a otros trabajadores esenciales.
Criado también tenía otras expectativas sobre el aprendizaje que esta pandemia podría dejarnos: "Creía que nos haría mejores personas, pero visto lo visto, no; todavía hay mucha gente que sigue sin cumplir las normas". Para Trigo, "perder el respeto a la enfermedad" puede ser uno de los factores que nos lleven a una situación similar a la del pasado marzo y abril. "Necesitamos la colaboración de todo el mundo", añade Criado.
La incertidumbre es el peor enemigo de estos trabajadores de hospitales que solo esperan que este otoño e invierno no sean tan duros como ya se está pronosticando. "Tanto si la situación mejora como si empeora, haremos nuestro trabajo, como siempre", concluye Criado.
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