Pasión Mudéjar: sentirse Godzilla entre miniaturas históricas

Para disfrutar de las réplicas, los adultos tienen que elegir entre salir con las rodillas limpias o pasárselo bien

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Toma del Castillo de Coca por los tercios –llamados así, como todo el mundo sabe, por estar formados por niños de tercero de primaria– del colegio Blas de Sierra.

El sol golpea la llanura castellanoleonesa cuando comienza el asalto al castillo de Coca. Está defendido por torres, almenas, fosos y todo el instrumental defensivo propio de estas fortalezas, pero solo resiste un minuto al asalto de los niños del colegio Blas de Sierra, de Palencia, los más fieros a este lado del Pisuerga. Juegan –literalmente– con ventaja: aunque tienen menos de 10 años, le sacan una cabeza a las murallas. Están en Pasión Mudéjar, el parque temático de miniaturas del mudéjar de Olmedo, Valladolid. Son las cuatro y media de la tarde, y antes de que los chavales cantaran victoriosos “sooomos del Blas de Sierra” (a ritmo de We will rock you), este castillo estaba en otras manos: las mías.

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Pasión Mudéjar está a 200 metros de la rotonda que hace las veces de estación de autobuses de Olmedo, un pueblo con algo más de 3.500 habitantes y que hizo célebre el caballero de Lope de Vega en el siglo XVII y, desde 1999, también su parque temático. Millones de ladrillos minúsculos (solo el Castillo de Coca tiene 550.000) forman 21 miniaturas del mudéjar castellanoleonés a diferentes escalas. Las más grandes permiten visitar su interior caminando, si eres un niño, o gateando si no lo eres. Los adultos tienen que elegir entre salir con las rodillas limpias o pasárselo bien. He llegado al parque a las 11:30, y he optado por lo segundo.

Tras pasar por la taquilla (la entrada de adulto vale 4,50 €) el visitante se topa con un mundo retrofuturista. Las edificaciones del mudéjar se mezclan con estaciones de ferrocarril muy poco mudéjares, trenes a escala que recorren el parque, vegetación, riachuelos y lagos. Las réplicas, aunque no son copias 100% exactas [puedes comprobarlo en estas fotos], dan el pego al ojo inexperto. Al comprobar que el foso de los castillos me llega por las rodillas y que puedo abrazar una torre con mis brazos, me siento Godzilla. Se me pasa cuando intento acceder al interior. Godzilla nunca se pondría a reptar para cruzar una puerta.

100% diversión, 0% dignidad.

Parte de la grandeza de las fortalezas que visitamos o vemos en televisión está, precisamente, en lo grandes que son. No es lo mismo imaginar a Jon Nieve luchando frente a la entrada de Invernalia que hacerlo frente a la puerta para niños de un Imaginarium. La entrada de los castillos del parque recuerda más a eso, pero vale la pena: el interior de las réplicas más grandes –el Castillo de la Mota y el de Coca– da para perderse por sus torres y pasadizos, y cuentan con algunas galerías a las que pocos adultos llegan. Telarañas y pintadas hechas con tiza fechadas hace diez años (“2-4-09 Sara”) lo atestiguan, así como los montoncitos de colillas y palos de piruleta que el viento ha acumulado en las esquinas más recónditas.

Aunque por fuera todas las réplicas tienen buen aspecto, esos pasillos que solo niños o adultos reptando pueden visitar tienen grietas y desconchones. “Son los niños, que lo rompen todo”, se queja una de las encargadas de mantenimiento del parque. “Antes funcionaban cuatro trenes, pero se han cargado dos”, dice.

Uno de los dos trenes que todavía funcionan, a su paso por la réplica de la estación de Olmedo.

En el folleto del parque aparece, pixelada como si la hubieran censurado, la foto del creador de todas las miniaturas: el escultor Félix Arranz. Antes de que la idea de este parque se hubiera pasado por la cabeza de ningún olmedano, Arranz elaboró una réplica de una de las joyas del mudéjar de Olmedo para una feria local: el ábside de la Iglesia de San Andrés. Según cuenta él mismo en una entrevista para el blog Vallilustres, en el Ayuntamiento gustó y pensaron en hacer “un minimuseo” con miniaturas del pueblo. La idea fue creciendo hasta convertirse en este parque temático, de gestión municipal, incorporando también obras de todo el mudéjar castellanoleonés: la Puerta de Medina (Madrigal de las Altas Torres), la ermita de San Saturio (Soria), el Castillo de la Mota (Medina del Campo)...

El propio Arranz fabricó y ensambló los pequeños ladrillos de cada edificio utilizando materiales similares a los originales. Algunas de las réplicas, según la web del Ayuntamiento de Olmedo, han llevado más de 1.000 horas de trabajo. Cuando veo una grieta en alguna de sus paredes, me duele hasta a mí.

Por la mañana –el parque cierra de 14:00 a 16:00– no hay mucho ajetreo. Siendo un día laborable, los únicos invasores de las fortalezas son un par de familias con niños, tres ancianos y yo. Una de las familias le da al parque un punto todavía más retrofuturista: lleva un dron. He visto naves despegar más allá del castillo de Coca. Su piloto me cuenta que se dedica profesionalmente a los vídeos de drones y que, aprovechando que estaban de vacaciones, se han acercado a Pasión Mudéjar para juguetear con la nave. Esto es lo que ha grabado:

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La encargada de mantenimiento me explica que he tenido suerte yendo por la mañana. “Los peores días son los martes y los jueves por la tarde, que suele haber visitas de grupos de niños o jubilados”, cuenta. ¿Cuáles son peores? “Los de niños, sin duda”. Me reta a comprobarlo: “Esta tarde viene un autobús escolar, no sé si lleno de niños o bestias”. Acepto el desafío y a las 16.00 estoy de nuevo en el parque. Ella también. “No han llegado todavía, pero van a ser niños. Tienen menos de diez años y esos son los buenos. Las bestias son los que tienen más de diez”.

Los espero dentro del castillo de Coca y fantaseo con esconderme en un rincón y pegarles un susto. “¡BUH!”. Luego escucho el griterío que se aproxima y el susto me lo dan ellos. “¡Invasión! ¡Al ataqueee!”, chillan. Me retiro a observarlos desde un banco. Uno de los profesores intenta que los chavales dejen de trepar por las murallas y aprendan algo:

–Chicos, ¿dónde estamos?
–¡En un castillo!
–¿Y cómo sabéis que es un castillo?
–¡Porque tiene torres!

Y hasta ahí la lección. Con un conato de insolación en el cuerpo, lleno de polvo y con las rodillas arañadas de gatear por castillos, me dirijo a la rotonda a coger el bus de regreso, como si me hubieran pegado una paliza de verdad. Pero muy contento de haber ejercido de Boabdil millennial contra las tropas del Blas de Sierra. He perdido como un hombre la fortaleza que no he sabido defender como un niño.

Lo que he aprendido en Pasión Mudéjar

No voy a mentir: desde que terminé bachillerato no había recibido información del mudéjar y la que recibí se me había olvidado, así que acudir a Pasión Mudéjar ha sido un buen repaso. El parque cuenta con multitud de paneles informativos sobre este estilo artístico desarrollado entre los siglos XII y XVI. Para el que no lo recuerde –como yo hasta la visita–, consistió en aplicar a edificios cristianos (de ahí las iglesias mudéjares de Olmedo) elementos del arte musulmán. Porque los mudéjares eran los musulmanes que, tras la Reconquista, se quedaron en España. Un buen ejemplo de estos elementos musulmanes, si te arrastras lo suficiente por el suelo para comprobarlo, son los arcos apuntados del patio interior de la réplica del Castillo de la Mota.

Por último, y no menos importante, también he aprendido que las miniaturas del mudéjar son didácticas y divertidas, pero tienen un gran inconveniente: no dan apenas sombra. Llevad protector solar.

(Pasión Mudéjar es la segunda entrega de España Park, la ruta veraniega de Verne por parques temáticos poco conocidos pero muy divertidos. Cada semana, podrás encontrar un nuevo parque en este enlace. Si quieres conocer más profesiones y lugares de Micropolix, puedes visitar el Instagram de España Park).

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