Teresa Romero es muy a menudo Teresa. No sólo en los medios: como se puede ver en este gráfico de tendencias de Google, las búsquedas de su nombre han crecido muchísimo en las últimas semanas, por encima de las búsquedas de su nombre y apellido.
Esto no ha pasado desapercibido en las redes sociales.
Me fascina la capacidad que tenemos las mujeres para perder el apellido en el espacio público: Malala, Soraya, Teresa...
— Cristina (@Cristina_H_) October 12, 2014
En cambio, el marido de la auxiliar de enfermería con ébola siempre es Javier Limón y nunca Javier. Hemos podido ver esta diferencia de trato incluso dentro del mismo titular o de la misma noticia.
No es el único caso: se suele apreciar sobre todo en el ámbito político, debido a su visibilidad y como explicaba ya en 2008 María R. Sahuquillo en El País. Aunque Mariano Rajoy es Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría es Soraya. Y lo mismo pasa con Hillary (Clinton) y con Ana Patricia (Botín), hasta que dejó de usar el Patricia. Hay algunas variantes. Por ejemplo, a Ana Mato se la llama con el nombre completo, aunque rara vez sólo con el apellido. A veces incluso se recurre a diminutivos, como Espe, Cospe y, en muchos medios alemanes, Angie (Merkel). En otros casos, como con María Teresa Campos o Carme Chacón, se añade el artículo: “la” Chacón, “la” Campos.
Hay algunas excusas habituales: por ejemplo, que a Felipe González también se le llamaba Felipe, cuando estos casos son excepciones. O que los nombres de pila masculinos son más comunes, por lo que hay más riesgo de confusión. Es cierto que José (Bono, Montilla) hay muchos, pero no hay tanto Mariano (Rajoy), Artur (Mas) o Cristóbal (Montoro).
En realidad y como explica Juana Gallego, profesora en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona y autora del libro sobre medios y género De reinas a ciudadanas, “esto forma parte de un tema más amplio, que es la diferente representación entre hombres y mujeres”.
Gallego explica que en líneas generales a las mujeres “se las retrata como objeto observado y a los hombres se los representa habitualmente como sujeto que actúa”. Por ejemplo y aunque se ha hablado del trabajo de Romero, “no se ha puesto el acento en sus acciones, que han quedado en segundo término. Ella ha sido observada como paciente”. Más que cuando se hablaba de los dos misioneros, “en cuyo caso se puso más de relieve su labor; se les veía más como sujetos que actuaban”.
Esta tendencia a olvidar los apellidos es uno de los mecanismos inconscientes “que deslegitiman la acción de las mujeres en la esfera de lo público. El hecho de llamarlas por su nombre de pila es una forma sutil de decir que pertenecen al ámbito de lo privado y que están en una esfera que no les corresponde”, añade Gallego. Esto se une a las referencias a su ropa o a comentar que son “la esposa de” o “la madre de”, entre otros ejemplos.
“Normalmente las mujeres tenemos un trato más cercano entre nosotras y socialmente -comenta Esther Forgas Berdet, catedrática de la Facultad de Letras de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona-, y no nos molesta que se nos trate con el nombre de pila. Pero una cosa es el trato diario y otra que los medios de comunicación se aprovechen de esta cercanía y de esta empatía para usarla en sus publicaciones. Sobre todo si en el mismo texto aparece un hombre tratado con su apellido”. Es decir, aunque las compañeras y compañeros de trabajo de Romero se refieran a ella como Teresa, no hay por qué trasladar este trato a los titulares.
Forgas explica que esto supone una “minimización” del papel de la mujer y recomienda que nos acostumbremos a cuidar “la cortesía lingüística”, con el objetivo de “no rebajar la imagen del interlocutor o del referente”. En caso de duda, aconseja usar el ejemplo contrario “para saber si hay discriminación”. Si en lugar de “la Chacón” decimos “el Rajoy” nos daremos cuenta de que es un trato degradante, “que se usa para motes o para delincuentes”.
Gallego nos da otro ejemplo similar: “Aznar no es Josemari salvo cuando nos referimos a él en tono irónico o de humor. Este trato resta respeto o autoridad”. Puede parecer una cuestión de detalle, “pero si se hace reiteradamente, tiene sus efectos”.
A pesar de todo, Gallego se muestra parcialmente optimista. El hecho de que no siempre se haya hablado de Romero sólo con su nombre de pila muestra que los medios “empiezan a darse cuenta de esta diferencia, que empieza a crear controversia. Estamos en un momento social de cambio en el que a veces hay dificultades para saber cómo referirse a las mujeres. Lo positivo es que el tema está sobre la mesa”.
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