Una estructura circular de unos dos metros de diametro apareció en el fondo del mar al sur de la isla Amami-Oshima en la zona subtropical de Japón en 1995. Cada vez que los buceadores de la zona se sumergían encontraban estos extraños dibujos en distintos lugares del fondo marino. El origen se desconocía, ¿era el resultado de las corrientes o lo había hecho un organismo? A falta de las primeras conclusiones científicas, los submarinistas decidieron llamarlos "los círculos misteriosos".
En 2011, investigadores de la revista científica Nature identificaron un pequeño pez globo, de unos 12 centímetros, construyendo una de estas estructuras. Se trata de una nueva especie del género Torquigener, es decir, no es el típico pez globo venenoso famoso por los accidentes en los restaurantes japonenes. Estos ejemplares tienen una estructura de espinas y unos colores que no se corresponden con los de sus parientes. Además, estos peces, siempre en pequeños bancos, solo se han encontrado por el momento en esta región japonesa, confirmó la publicación en un artículo en 2013. El pasado noviembre la edición digital de la BBC recuperó su historia. Hasta el momento, ha conseguido más de 18 millones de reproducciones y se ha compartido por casi 600.000 personas.
El medio británico simplemente reproduce este sorprendente hallazgo sin dar más detalles que los que los expertos de Nature certificaron: estos precisos dibujos acuáticos son una forma de cortejo. A partir de la teoría de Darwin que plantea que las diferencias de sexo relativas al color, el tamaño o el comportamiento determinan el éxito reproductivos, los machos de distintas especies entran en distintos tipos de competiciones en busca de la victoria sexual. En el caso de estos peces, la batalla es lenta, pueden pasarse más de una semana batiendo sus pequeñas aletas hasta crear el cebo amatorio perfecto que en realidad es un nido en el que la hembra, solo si está satisfecha con el trabajo, pondrá sus huevos. Pero antes de que se produzca la gran elección final, el pequeño pez tiene una ardua tarea por delante.
Como registró un estudio de la revista, la primera fase consiste en crear un gran círculo. A partir de esta figura empiezan a cavar pequeños valles o surcos de manera lineal usando sus aletas pectorales, anales y las caudales (o laterales, las que usan para moverse). Nadan en diversos ángulos siempre siguiendo una dirección radial para no perder la geometría. Del exterior al interior y al revés, creando círculos dentro de otros. La parte central del nido es la más delicada porque será el lugar donde las conquistadas depositen los huevos. Esta zona está destinada para la arena más fina, el factor que de verdad atrae a una hembra. Así que durante esta etapa inicial se dedicará a alisarla.
Terminado el círculo, los surcos y algunos recovecos más elaborados, comienza el segundo paso: afinar los exteriores y definir los valles. Este trabajo no solo pule estéticamente la obra maestra, contribuye a aplanar la zona central arrastrando toda la arena fina posible. Para que al llegar a la última etapa solo tengan que preocuparse de la decoración. Los pececillos recogen trozos de conchas y de coral y los colocan siguiendo esa lógica radial a lo largo de los pequeños montículos y las partes más bajas.
Llega el momento definitivo. Ella se acerca al círculo central y él agita las finas partículas que ha ido acumulando. En cuanto está en el lugar clave, el macho se acercará a la hembra en movimientos relampagueantes. Ella estará un minuto. Se irá. Volverá. Y entonces decidirá. Si finalmente deja ahí sus huevos, desaparecerá para siempre y el macho volverá al trabajo. En esta ocasión, cuidarlos durante seis días. Tiempo suficiente para que el mar y sus corrientes acaben con su pieza de arte. No intentará arreglarla, ni la reconstruirá en el mismo terreno. Se irá a otra zona, no muy lejana y el ritual volverá a comenzar.
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