La vida de Lemmy Motorhead: ‘rock and roll’ y sangre tóxica

Revisamos las anécdotas más locas de la vida de uno de los grandes mitos del 'hard rock'

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Portada de la autobiografía del artista
Portada de la autobiografía del artista

Lemmy Motorhead (nacido Ian Fraser Kilmister) lleva dando guerra desde la Nochebuena de 1945, el día que nació. Casi 70 años consagrados al rock: cargó trastos en giras de Jimi Hendrix (para el que también fue camello ocasional) y fue miembro de grupos como The Rocking Vicars o Hawkwind antes de fundar una de los más aceleradas y ruidosas apisonadoras del rock con Motörhead, que lidera desde 1975.

Todos esos años en la carretera han dado para mucho y ahora son detallados por él mismo -sin pelos en la lengua, con un estilo que parece que te lo está contando en un bar con unas cuantas cervezas en el buche y sin guardarse ni un detalle escabroso- en Lemmy, La autobiografía, que acaba de editar en España la editorial Es Pop. Hemos extraído algunos de los momentos más jugosos de una vida tan espídica y demencial como sus propias canciones.

- El lector se percata de hasta qué punto Lemmy es viejo. Cuando él era niño... ¡aún no existía el rock! (menciona, por ejemplo, la prehistórica How much is the doggie in the window como paradigmático ejemplo de éxito en la radio cuando tenía 10 años). Los bailes juveniles estaban en los albores del descubrimiento de los sinuosos y pegajosos ritmos del blues y su inevitabe expropiación por parte de los músicos blancos: el rock'n roll. Lemmy entremezcla aquellos primeros recuerdos con el descubrimiento de la sexualidad, que él mismo afirma que le llegó “a una edad muy temprana”. “En aquella época estaban de moda las faldas con dos enaguas, que se hinchaban al bailar el swing, así que solía bailar a menudo. Renuncié al baile cuando se impuso el twist, pues me sentí personalmente ofendido. ¡Qué era eso de no poder tocar a la mujer! ¿Quién quiere mantener las distancias cuando acabas de descubrir el rijo adolescente?”

- De tal palo tal astilla: Lemmy tiene varios hijos repartidos por el mundo. A uno de ellos lo conoció cuando el niño “tenía seis años, mientras estaba comprando coca”. Esperamos que fuera él y no el niño el que estaba comprándola. En todo caso, del chaval cuenta que “una vez vino a verme, cuando tenía más o menos 23 años”. El chico le dijo a Lemmy que necesitaban dinero para el alquiler o el casero les pondría de patitas en la calle: 200 libras de atrasos. Lemmy le dio el dinero. “Al día siguiente, el cabroncete apareció al volante de un Lincoln Continental de segunda mano. (…) Fue una tomadura de pelo excelente. Y después me levantó una churri. Pero esa se la devolví; le levanté yo una a él”. Puro amor paterno-filial.

- Lemmy tiene una actitud, digamos, laxa con el consumo de drogas. Odia la cocaína y la heroína, adora las anfetaminas y ha probado prácticamente todo. Un día (“en torno a 1969 o 1979”, ¡decada arriba, década abajo!), un enfermero al que sobornó “apareció con un tarro de lo que parecía ser sulfato de anfetamina. Como los cabrones ansiosos que éramos, le metimos mano de inmediato. Pero no era anfetamina, era sulfato de atropina: belladona. Veneno. Cada uno se metió el equivalente a una cucharilla de té, lo que viene a ser unas doscientas veces la cantidad necesaria para una sobredosis, y nos volvimos todos como locos”. Lemmy y los suyos pasaron por el hospital, de donde los médicos creían que no saldrían, más dos semanas de intensas alucinaciones: “Estaba sentado leyendo un libro, giraba la página 42 y... no había libro”. Conclusión: “Extraño... pero interesante. ¡Aunque no tan interesante como para repetirlo!”.

- La afición de Lemmy por el ruido extremo ya la tenía antes de Motörhead, cuando estaba en Hawkwind, gracias a un instrumento llamado modulador en anillo, “un generador de audio que iba más allá del alcance del oído humano (…). Si activaba los agudos, perdías el equilibrio, te caías y vomitabas; si activaba los graves te cagabas en los pantalones. Podías provocarle ataques epilépticos a la gente con aquel artilugio”. El músico que lo tocaba, Dikmik, escogía de entre el público a gente susceptible a que le afectaran las ondas del cacharro, “giraba el dial -brummmmm- y el tipo empezaba a pegar brincos como un pez fuera del agua. (…) Nunca estuvimos del todo seguros de si la culpa era del generador de audio o si se debía a que habíamos echado LSD a la comida antes del concierto”.

- Los músicos no son los únicos personajes estrafalarios que se podía encontrar uno sobre un escenario a principios de los setenta: “También actuaba con nosotros un tipo llamado Bob Calvert, sudafricano, nuestro poeta residente (…). Quería salir al escenario con una máquina de escribir colgando del cuello con una correa de guitarra, escribir cosas y lanzárselas al público. 'No funcionará, Bob', le decía yo. Pero él no me creía”. En otra ocasión, "Bob estaba jugando con un alambre y me dio en la cara con él, así que le pegué un puñetazo. Cayó redondo al suelo y cuando se volvió a levantar fue mejor persona”. Así se hace, Lemmy.

- La experiencia más chiflada de consumo de drogas que cuenta Lemmy la comparte con otro miembro de Hawkwind, Dikmik Davies: “Llevábamos tres días despiertos, engullendo Dexedrina. Después nos entró un poco de paranoia y nos tomamos unos tranquilizantes -Mandrax- pero nos resultaron un poco aburridos porque nos calmaron demasiado, así que nos metimos un poco de LSD y luego rematamos con algo de mescalina para darle color. La cosa empezó a salirse un poco de madre, así que nos tomamos otro par de Mandrax... y luego volvimos al speed, porque otra vez nos había entrado el muermo”. De esta guisa se fueron a grabar un concierto para editarlo poco después: “Todo el mundo estaba fumando marihuana. (…) Apareció alguien con un poco de cocaína, que no dejamos de catar, y después llegaron unos cuantos Bombarderos Negros (…) (anfetas), de modo que nos tomamos ocho cada uno. Ah, sí, también compartimos un poco de ácido. ¡Para cuando llegó el momento de salir al escenario, Dikmik y yo parecíamos tablas!”. Los roadies los pusieron de pie en el escenario y le ajustaron el bajo. “¿A qué distancia está el público?' - 'Unos diez metros.' Así que empecé a dar pasos: 'Uno, dos, tres, cuatro, cinco, vale. Vamos allá'. Y aquel fue uno de los mejores conciertos que grabamos jamás”. Conclusión de Lemmy de todo aquello: “El verano del 71 fue genial. ¡No me acuerdo de nada, pero nunca lo olvidaré!”.

- Teniendo todo esto en cuenta, ¿cómo es que Lemmy no tuvo problemas con la policía? Bueno, tuvo algún encuentro. Y mucha suerte: salía de un club con medio gramo de speed en una papelina, cuando le detuvo un policía. “Abrí la mano y me cogió la papelina, volcando todo el polvo blanco por encima de su negro uniforme de policía. ¡Parecía como si le acabaran de bañar en talco, como a un bebé. Le dio un par de vueltas a la papelina, observándola atentamente, y dijo 'Aquí no hay nada' – '¡Pero qué zorra!', dije, '¡Al final resulta que no me ha apuntado su número!' (…) ¿Se puede ser más cenutrio?”

- Hawkwind y Lemmy acabaron mal, y este decidió vengarse robando del almacén de la banda su equipo: “Acabábamos de meter mis trastos en la furgoneta cuando nos sorprendió Alan Powell [miembro de Hawkwind]. ¡Fue una bonita coincidencia, ya que precisamente acababa de acostarme con su mujer! Se pudo a gritar: '¡Hijo de la gran puta! ¡Te has creído que podrías robarnos los instrumentos!' (…) Yo le gritaba: '¡Sí, ve y pregúntale a tu mujer!' Aunque no creo que lo hiciera, porque volví a quedar con ella una semana más tarde y nunca mencionó nada al respecto”. Un auténtico galán.

- La anécdota más famosa relacionada con Lemmy y el consumo de drogas se produjo, irónicamente, en la consulta del médico: “Allá por 1980 decidí hacerme una transfusión completa de sangre”, tal y como se rumoreaba que le habían hecho a Keith Richards. El médico que le hizo los análisis le dio la mala noticia: una transfusión de sangre pura podría matar a Lemmy. Le dijo que había dejado de tener sangre humana. "Y tampoco puede ser donante. Que ni se le ocurra. Su sangre es tan tóxica que mataría a una persona normal”.

- La gira de Motorhead por Finlandia fue tan accidentada... ¡¡ que los acabaron deportando!! Tras unos cuantos días en una cárcel finlandesa, los metieron en un avión desde Punkahaarju a Copenhague y desde allí a Londres. Ya en el avión recibieron un toque de atención por parte del capitán, que les amenazó con que si montaban follón se aseguraría de que los detuvieran al bajar de la nave. “Cuando aterrizamos la pista estaba igualmente llena de policías. '¡Ay, joder!', pensamos. ¡Y entonces arrestaron al capitán! Resultó que estaba pilotando el avión borracho, para que veas”.

- No todo han sido drogas en la carrera de Lemmy. De hecho, el epítome “sexo, drogas y rock'n'roll” tiene, cómo mínimo, otros dos elementos más. Lemmy, por ejemplo, define el backstage de una gira de Motörhead que dieron por Finlandia en los noventa como algo que “parecía el Satiricón de Fellini”. Por ejemplo: “Un técnico de iluminación finlandés acabó metido en un armario con una chavala; no podía ir a ningún otro lugar porque teníamos tomada la sala del equipo y, por supuesto, no le íbamos a permitir que entrase en el camerino de la banda”. Los joviales chicos del grupo le dieron la vuelta al mueble de modo que las puertas quedaran pegadas a la pared. Mientras practicaba sexo oral con el técnico, “la chavala empezó a tener arcadas y vomitó en los pantalones del técnico. Acabó reventando la parte trasera del armario para poder salir. Aquellos bolos fueron divertidísimos”. Podemos apostar a que sí: Lemmy ha tenido una vida ciertamente digna de ser contada.

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