A las siete de la mañana la luz del amanecer se cuela por las ventanillas y parpadeo al tiempo que un olor a fideos me llega desde la litera inferior, donde un estudiante sorbe su desayuno. Sobre mí, en la tercera altura de camas, un hombre en camiseta ronca y se rasca. Por el estrecho pasillo del vagón, avanza un azafato vendiendo a gritos fruta, platos de arroz precocinados y baterías externas para el móvil. A través de la ventanilla veo un paisaje donde el gris de las carreteras y los lejanos edificios se mezcla con el verde de las improvisadas huertas que prosperan bajo los inmensos puentes.
Es mi primer amanecer en un tren chino, la primera mañana de una travesía que durará muchos meses. El entusiasmo hace que por un instante casi me olvide del maloliente retrete de agujero en el suelo que me espera al fondo del pasillo, pero tras titubear un momento, agarro mi paquete de pañuelos y me dirijo al baño.
China es un país extensísimo donde las montañas más altas del mundo se alzan junto a deltas, urbes gigantescas y desiertos. La belleza de recorrer un país de paisajes tan variados en tren, al ritmo de los locales, atrae a montones de visitantes extranjeros cada año y ha servido incluso como argumento para libros de viaje tan queridos como En el gallo de hierro, del británico Paul Theroux, quien en los ochenta pasó un año entero viajando desde Hong Kong a Tíbet en tren y sobrevivió para contarlo. Por supuesto, los vuelos internos en China son también muy frecuentes, pero la inmensa y eficiente red de trenes estatal ofrece asientos cómodos y espaciosos por un precio muy asequible: en un reciente viaje a Nankín descubrí que mi vecina de asiento llevaba una gallina viva dentro del elegante bolso que descansaba entre ambas y aun así las tres compartimos nuestro espacio con comodidad
Además, en mi experiencia, los viajes en tren suelen proporcionar una oportunidad única de inmersión cultural. Más allá de los abundantes trenes rápidos que cruzan China en tan solo ocho horas (Pekín-Cantón), montar en alguno de los innumerables trenes nocturnos que surcan el país y convivir con el resto de pasajeros doce, dieciocho y hasta cuarenta y ocho horas (Shanghái-Lhasa) es una forma de familiarizarse con la cultura china más formativa que una visita rápida a la Ciudad Prohibida o que un paseo de media mañana por la Gran Muralla. Y no es solo por poder admirar los paisajes de belleza natural o de devastación ambiental que salpican este país en rápido desarrollo, sino porque los propios pasajeros chinos suelen sentir una curiosidad extrema por los extranjeros y se animan a darte palique a la mínima ocasión.
Cuando este año me embarqué en mi primer viaje en tren por China, el país todavía estaba en plenas celebraciones de su Año Nuevo (que suele tener lugar entre finales de enero y principios de febrero). Esta fiesta desencadena una de las mayores migraciones humanas del mundo: millones de personas se esfuerzan por volver a casa a visitar a sus familiares, de modo que la dificultad para encontrar un billete, las colas y las aglomeraciones son absolutamente abrumadoras. Todas las webs de viaje y las guías que conozco te dan un consejo sencillo: evita por todos los medios viajar por China en esas apocalípticas fechas. Pero si no puedes evitarlo, solo queda prepararse.
Como pronto descubrí, comprar un billete de tren con antelación desde fuera de China es básicamente imposible a menos que sepas chino, tengas una tarjeta de crédito local y conozcas la alambicada distribución de trenes. Así pues, para reservar mi primer viaje, acudí a una de las numerosas agencias online que se ofrecen a comprarte los billetes por una módica comisión. Una vez en el país el proceso se puede realizar sin más en la propia estación de tren, pero además de conocer el origen, el destino y la fecha en que se quiere viajar, es mejor familiarizarse con los distintos tipos de trenes y, lo más importante, con la clase de billete que se quiere comprar.
En los trenes de larga distancia chinos existen dos mundos que se miran, pero no se rozan: el universo de los pasajeros que viajan con comodidad en los excelsos compartimentos de primera clase (o cama blanda) y la marabunta de oficinistas, campesinos, estudiantes y familias que se agolpan en los vagones de segunda (o cama dura). En los últimos niveles de esta escala social del tren, también hay mucha gente que se ve obligada a pasar la noche sentada en los duros asientos no reclinables de los vagones convencionales, purgando tal vez algún pecado de otras vidas pasadas.
Muchos turistas optan por viajar en los asientos de camas blandas ya que la calidad de los vagones es excepcional: compartimentos cerrados con cuatro inmaculadas camas, montones de espacio, enchufes y todas las comodidades necesarias para disfrutar del paisaje. Eso sí, mejor no olvidar el rollo de papel higiénico que uno debe llevar consigo en todo momento en China y estar preparado para el inevitable choque cultural. Durante un viaje reciente desde Hangzhóu a Xian en el que compartía vagón con una joven madre y su encantador hijito, me quedé poco menos que petrificada cuando, en un momento de animada conversación con un asistente, el niño soltó un ruidoso gapo que cayó en mitad del suelo del compartimento. Yo abrí los ojos con sorpresa, pero el asistente y la joven madre ni se inmutaron, siguieron hablando con total indiferencia; el gapo permaneció en el suelo. Horas después, cuando todos estábamos casi dormidos, el niño empezó a moverse en la cama nervioso porque tenía algo de pis, no mucho, un poco, tan poco que daba pereza salir al pasillo. Así pues, la joven madre abrió la tapa de la papelera y dejó que el niño meara unas gotas dentro; unas gotas que quedaron toda la noche en el compartimento.
Para largos desplazamientos prefiero los vagones de camas duras. Los compartimentos están abiertos al pasillo y albergan tres alturas de estrechas literas, de modo que el vagón es básicamente un largo dormitorio comunal donde puedes oír sorber té al último vecino (nada que no solventen un buen par de tapones de oídos). Durante las largas horas de viaje la gente charla entre sí, ve películas en su móvil, come tallarines instantáneos preparados con el agua caliente que se puede encontrar en los surtidores del pasillo o dormita en su litera. Tampoco es raro que algún estudiante con nociones de inglés se interese por saber de qué país vienes o que se lance a enumerar las muchas razones por las que deberías visitar su región natal, así que el entretenimiento está asegurado. Hasta hace algunos años era normal que todo el mundo fumase en su litera, pero ahora se requiere que los viajeros apuren sus cigarros en el espacio entre vagones. Para mí, es un ambiente ideal para disfrutar de un buen libro u hojear la guía de viajes.
Si todo va bien, en tan solo un par de meses estaré en Shanghái embarcando en un tren que durante dos días trazará una línea horizontal por China e irá escalando muy poco a poco las altas montañas tibetanas hasta llegar a Lhasa. Cuarenta y ocho horas de ascenso desde el delta del río Yangtsé hasta el techo del mundo. Deseadme suerte con los retretes.
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