Quizás viste Ocho apellidos vascos en la tele hace unas semanas y al día siguiente comentaste en la oficina que no te había parecido tan graciosa. Es posible que uno de tus compañeros te contestara que esas películas hay que verlas en el cine, que así son más divertidas. Aunque el comentario te suene raro, casi como una excusa, tiene más sentido del que parece.
El humor es un acto social. Robert Provine, autor de Curious Behavior: Yawning, Laughing, Hiccupping, and Beyond ("Comportamiento curioso: bostezar, reír, el hipo y más"), explica que nos reímos 30 veces más en grupo que a solas. Es más, tres cuartas partes de las veces que nos reímos cuando estamos entre amigos no es ni por chistes ni por historias cómicas, sino tras comentarios en apariencia banales. “La risa tiene más que ver con las relaciones que con el humor”, ya que facilita un ambiente emocional positivo.
Un ejemplo del carácter social de la risa: este experimento del Berlin Laughter Project. Una mujer comienza a reírse en el metro. No hace falta que pase mucho tiempo para que todo el vagón se parta de risa. Sin saber muy bien por qué.
Para mostrar esta vertiente comunitaria del humor, en su libro Ja. La ciencia de cuándo reímos y por qué, Scott Weems narra un experimento en el que se mostró a 60 personas seis fragmentos de comedias conocidas. Al comenzar el tercero, la experimentadora entraba en la sala y se ponía a verlo en compañía de algunos de los sujetos. No solo se reía, sino que también comentaba que esa película era su favorita. Los participantes acompañados por la experimentadora rieron más y calificaron la pieza de más graciosa que quienes la vieron a solas.
Hay más estudios que refuerzan este resultado: nos reímos más cuando hay un actor cerca riéndose con nosotros. Ni siquiera es necesario verle: "Basta con oírle”. Y tampoco es indispensable escuchar la risa ajena: basta que nos digan “que un amigo está cerca y está disfrutando de la cinta para que aumente nuestra respuesta al humor”.
También reímos más “cuando estamos rodeados de amigos que de extraños”. Y “cuanto mayor sea la audiencia, más veces reiremos de forma compartida”. Es decir, si quieres asegurarte de que Ocho apellidos catalanes te va a hacer gracia deberías verla en grupo en un cine o, al menos, en casa y acompañado de mucha gente. Obviamente, esto no es lo único que cuenta, el contenido tiene algo que ver, solo faltaría. Y también depende de la persona: por supuesto, hay gente que no tiene ningún problema en reír a solas (yo). Pero la compañía es un factor que tiene su importancia.
Eso sí, Weems apunta que cuando sabemos que nuestras emociones están siendo manipuladas, la cosa cambia bastante. Si nos dicen que las risas de fondo son enlatadas, en lugar de procedentes del público, estas carcajadas pierden su efecto. Aunque, por lo general, son más efectivas de lo que parece. Hasta el punto de que oír risas grabadas puede provocar que te rías. Por sí solas. Sin chiste.
En un experimento del propio Provine, hasta el 90% de los participantes al menos sonreían al escuchar risas grabadas (solo risas, recordemos). Eso sí, los resultados caen con la repetición: la décima vez, el 75% las calificaba de “odiosas”. Normal, Provine, a quién se le ocurre.
Recordemos también el muñeco Tickle Me Elmo, que fue toda una sensación en 1996 y en 2006. En este vídeo con 15 millones de reproducciones lo vemos en acción. Lo único que hace es reírse.
“La risa no es contagiosa como la gripe”, concluye Weems, sino que “el humor es social del mismo modo que la amistad”. Aunque hay momentos en los que sí parece un virus, como en el caso de la epidemia de risa de Tanzania: comenzó el 30 de enero de 1962 con tres alumnas de un internado que no podían dejar de reír. Las carcajadas se contagiaron de alumna en alumna hasta que semanas más tarde la escuela tuvo que cerrar. No quedó allí: a lo largo de 18 meses, un millar de personas de la región sufrió ataques de risa incontenibles.
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