La presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, no se va de vacaciones. Y el Partido Popular de Madrid ha comparado su actitud con la de la alcaldesa, Manuela Carmena, que sí está descansando este mes. Eso sí, el PP no menciona que incluso Rajoy se ha cogido unos días libres.
👀 Encuentra las diferencias. Dos modelos de gobernar, dos formas de preocuparse por los madrileños 👇 pic.twitter.com/hFBmq1E2OV
— PP de Madrid (@ppmadrid) 4 de agosto de 2016
No es el primer tuit en el que Cifuentes afirma trabajar muchísimo: no solo se queda en el despacho este verano, también trabaja 14 horas diarias, incluyendo algún fin de semana. A veces come frente al ordenador y duerme cuatro horas cada día.
@reyesmontiel aquí me tienen, a pie de ordenador, solo he comido un triste bocata...aunque pienso resarcirme :-) #ermad
— Cristina Cifuentes (@ccifuentes) 8 de septiembre de 2009
@cristaljar Que conteste a algo? acabo de llegar a casa, después de 12 horas seguidas trabajando... Incluso he comido en el despacho
— Cristina Cifuentes (@ccifuentes) 6 de abril de 2010
@Esponjita67 Tengo la malísima costumbre de no dormir más de cuatro horas al día
— Cristina Cifuentes (@ccifuentes) 5 de octubre de 2011
Por supuesto, ella sabe mejor que nadie cuánto necesita dormir y si disfruta tanto con su trabajo que las vacaciones le suponen una tortura. Pero, como mucho, es una excepción y no un ejemplo. El resto necesitamos vacaciones: no son solo un rato agradable, también son necesarias para nuestra salud y, aunque a alguno le suene paradójico, para trabajar mejor.
Vayamos por partes.
1. Haz vacaciones
Hablábamos hace poco con el doctor Fernando Pérez Escanilla, responsable del área de Salud Pública de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia, que nos explicaba que “las vacaciones son fundamentales y vienen muy bien para la salud”. Las necesitamos para recuperarnos, descansar e incluso desahogarnos.
Y es que llega un punto en el que nuestro cerebro nos pide que paremos, como se explica en este extenso artículo de Scientific American, que recoge estudios que prueban que descansar “renueva las reservas de atención y motivación del cerebro, impulsa la productividad y la creatividad”, y nos ayuda a “tener ideas e intuiciones originales”. No solo eso: gracias al descanso, también “aprendemos del pasado y planificamos el futuro”.
Esto no se traduce únicamente en bienestar personal. También en algo mucho menos importante, como es nuestro rendimiento en el trabajo. Según explica Daniel Levitin en The Organized Mind, un estudio interno de la auditora Ernst & Young (que no tiene fama de ser un peligroso sindicato comunista, precisamente), mostró que cada diez horas de vacaciones extra que se tomaban los empleados respecto al año anterior suponían una mejora del 8% en la valoración anual que hacían de ellos sus supervisores. Y cuantas más vacaciones se tomaban, más años aguantaban en la empresa.
Es decir, por mucho que te guste tu trabajo (hay gente para todo), si no descansas lo suficiente, lo vas a hacer peor. Y sí: hemos llegado al punto en el que necesitamos recurrir a la ciencia para justificar unas vacaciones.
2. Descansa los fines de semana (como mínimo)
Lo del descanso no es solo aplicable al verano. También cuenta para los fines de semana y el resto de festivos. Según un estudio también citado por Scientific American, los efectos de unas vacaciones de entre siete y nueve días desaparecen en solo una semana, sin que un descanso más largo tenga unos efectos mucho más sostenidos en el tiempo. Es decir, es conveniente tomarse más días libres a lo largo del año.
Para probar los efectos de los días de asueto, Leslie Perlow, de la Harvard Business School, propuso a algunos empleados de una consultora que se tomaran días libres de vez en cuando y que al menos una tarde a la semana no hicieran ni caso al móvil al llegar a casa. Los participantes creían que esto solo serviría para que se les acumulara la faena, pero, a pesar de estas reticencias iniciales, acabaron admitiendo que así hacían mejor su trabajo y eran más productivos. Es más, también iban a la oficina con más ganas, por raro que suene.
3. No comas frente al ordenador
Comer en la oficina es tristísimo. En serio, mirad estas fotos de Brian Finke, publicadas en The New York Times: trozos de pizza en la boca mientras se acaba de teclear un informe que no leerá nadie, cucharadas de sopa sin dejar de atender al teléfono, bocadillos que se devoran en un par de mordiscos precipitados…
Además de esa imagen deprimente, quienes comen en su mesa suelen ingerir más calorías. Y ese rato no se traduce en una mejora del rendimiento. Al contrario, tomarse descansos breves (también para el café) reduce el estrés, potencia el pensamiento creativo y aumenta la confianza.
Y eso por no hablar de que durante esos veinte mustios minutos durante los que comemos una triste ensalada de pasta en nuestra mesa en realidad estamos mirando Facebook. De hecho, Quartz defendía la opción de comer frente al ordenador porque, gracias a internet, podemos relajarnos y desconectar, disfrutando de contenidos ajenos al trabajo.
4. No hagas horas extra
“Trabajar jornadas muy largas a menudo lleva a distracciones que se cargan la productividad”, recoge The Atlantic en un artículo que recordaba, como quien no quiere la cosa, que el estrés acorta la vida.
La revista también menciona la Ley de Parkinson, que apunta que cualquier tarea se expande hasta llenar el tiempo disponible para ella. Es decir, si tienes ocho horas para acabar un trabajo determinado, le dedicarás ocho horas. Y si tienes 12, le dedicarás 12, sin que eso suponga una mejora de su calidad: trabajas más horas, pero al final haces lo mismo.
Eso, el lunes: el jueves probablemente trabajes más para conseguir menos. De hecho, pasarse más de 50 horas semanales en la oficina supone una reducción de la productividad. Vaya, que no rendimos.
Según un estudio de la Universidad de Stanford llevado a cabo entre los empleados de una fábrica británica de munición, cuando alguien trabaja 70 horas hace lo mismo que si hubiera trabajado 56. Esas 14 horas de más son una pérdida de tiempo. Los resultados también empeoran si no hay días de descanso en toda la semana.
Por supuesto, esto no es exclusivo de los empleados de las fábricas de munición: según un trabajo de la Universidad de Boston, los jefes no saben distinguir entre quienes trabajan 80 horas a la semana y quienes solo lo simulan. No hay diferencias palpables. Y sí, son muchos quienes quieren dar una imagen de trabajar muchas horas ("estuve acabando unas cosillas en casa este fin de semana...") por una mera cuestión de estatus y apariencia.
De hecho, si oyes a alguien decir que trabaja 50 o 60 horas semanales, es probable que mienta. Bueno, a ver, digamos que su memoria distorsiona el recuerdo (al alza): según otro estudio, tendemos a sobreestimar en un 5% o un 10% las horas que trabajamos cada semana. El porcentaje es de más del 20% para quienes aseguran pasarse más de 75 horas en su puesto de trabajo.
Y la menor productividad es lo de menos, claro. Trabajar horas extra supone un incremento en el riesgo de enfermedades cardiovasculares, depresión, alcoholismo e incremento de peso, entre otros efectos negativos que recoge Inc. Y eso por no hablar de las consecuencias personales y familiares.
5. Duerme todo lo que necesites (y échate una siesta, si puedes)
El 90% de nosotros necesitamos entre siete y nueve horas de sueño, como recordaba EL PAÍS. Hay un 5% que puede aguantar con menos y otro 5% que necesita más. Es decir, hay un 95% de posibilidades de que necesites dormir siete horas como mínimo.
Pero cuando trabajamos jornadas infernales, muchas veces lo hacemos a costa de las horas de sueño. De hecho, el 51% de los españoles se despierta con la sensación de no haber descansado bien, como apuntábamos en Verne.
Según un estudio que recoge The New York Times, dormir menos de seis horas cada noche es el principal factor que predice el síndrome del burn-out, es decir, quemarse en el trabajo. No es solo estar hasta las narices, algo que puede ser más o menos normal: se dan “síntomas de ansiedad y depresión” que, aunque se restringen al ámbito del trabajo, pueden acabar afectando a todos los niveles si no se trata a tiempo.
Por supuesto, es un problema sobre todo de salud y de bienestar, pero también afecta a nuestro rendimiento. La falta de sueño reduce la actividad de nuestra corteza prefrontal, por lo que no somos capaces de asimilar y evaluar de forma adecuada la nueva información, como explica David K. Randall en Dreamland. Esto también nos lleva a controlar peor nuestros impulsos, a no saber planificar nuestros objetivos y a juzgar de forma más deficiente las consecuencias de nuestras acciones. Sí: dormir poco tiene efectos comparables a los de beber alcohol.
De hecho y en caso de que sea posible, es muy recomendable dormir una siesta de unos veinte minutos diarios. Lo sé, esto es de privilegiados, pero echar una cabezadita mejora el ánimo y las funciones cognitivas.
6. No somos tan importantes
La palabra “trabajo” tiene una etimología preciosa, según recoge Juan Gil en su 300 historias de palabras. Aparece en nuestra lengua a finales del siglo XII, con origen en el latín vulgar tripaliāre, que significa "torturar". Su significado primitivo fue el de “molestia, dificultad o sufrimiento” y solo después adquirió su sentido hoy habitual, que en realidad es más o menos el mismo que entonces.
No hagas caso a los mártires del trabajo: no solo disfrutan menos, sino que además su trabajo se resiente. Renunciar a las vacaciones es perjudicial y, además, innecesario. Si no tenemos que trasplantar un corazón o apagar un fuego (literal, no metafórico), es muy probable que nuestro trabajo pueda esperar unas semanas.
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