¿Has probado a ver de dónde viene la comida que tienes en la nevera y los armarios de tu cocina? Nosotros sí. Y nos hemos quedado igual. Ni idea. Nos hemos encontrado con todo tipo de fórmulas ambiguas en las etiquetas como "producido en la UE", "importado por", "comercializado por" y "fabricado por". Pero muy pocas veces hemos conseguido conocer el origen a la primera. Y cuando hemos encontrado esa información, hemos descubierto por ejemplo que los pimientos o los espárragos "navarros" han viajado más kilómetros que nosotros desde que los plantaron allá en los campos de Sudamérica o Asia hasta que llegaron a nuestra despensa. En un bote de corazones de alcachofas se daba un fenomenal cruce de civilizaciones: su origen era a la vez Perú, China y España.
Como en la mayoría de etiquetas no encontrábamos lo que buscamos pensamos que quizás la información estuviese ahí ante nuestros ojos pero encriptada de alguna forma. ¿En el código de barras quizás? Averiguamos que los primeros digitos de los códigos indican, efectivamente, un país. A España le corresponde el 84 y el código de la mayoría de nuestros productos empieza por ahí. Pero no. Como explica el blog Compras Made in Spain, que un producto lleve el número español no significa que su origen sea este país. Lo que significa es que el organismo que ha emitido ese código en cuestión es español.
Sorprendidos, consultamos con la organización de consumidores Facua. Isabel Moya, miembro de su equipo jurídico, nos explica que las empresas no tienen por qué informar en las etiquetas del origen de los alimentos procesados. Ante un inspector del Ministerio de Sanidad tendría que mostrar la documentación que garantiza la trazabilidad y seguridad de los alimentos, pero a los consumidores no tiene por qué darle esos detalles, a no ser que quiera hacerlo voluntariamente.
Las etiquetas sí tienen que decir quién es el fabricante de la comida (ese dato está además siempre en el código de barras). Pero quien hace la comida no está obligado a contar al consumidor de dónde trae la materia prima, explica también Moya. Por eso, que un bote de pimientos asados o unos canelones estén fabricados en España no significa que los pimientos o la carne de los canelones, la leche de la bechamel, el queso gratinado, etc., sean de aquí.
Cuándo sí es obligatorio informar del origen
En el Reglamento europeo sobre información alimentaria facilitada al consumidor (2011) se estipula que solo será obligatorio decir el origen de los alimentos "cuando su omisión pudiera inducir a error al consumidor en cuanto al país de origen o el lugar de procedencia real del alimento". También en el caso de la carne de vacuno, cerdo, oveja o cabra y aves "fresca, refrigerada o congelada", pero no cuando esté procesada. Es decir, si compras una bandeja de solomillo de cerdo te tienen que decir de dónde es. Si compras una lasaña o un paquete de salchichas, no, aunque sí tendrán qué decirte qué porcentaje tiene de cada tipo de carne.
También es obligatorio dar esos detalles en el pescado, frutas y verduras frescos, los huevos, el aceite de oliva, la miel y el vino. A veces, sin embargo, los supermercados juegan al despiste y venden como productos locales alimentos que no lo son, como denunció Facua recientemente.
Sobre la carne procesada, la leche, la leche como ingrediente de productos lácteos, alimentos no transformados, productos con un solo ingrediente o en los que uno de los componentes representen más de la mitad, la Comisión Europea dijo que se lo tenía que pensar y que en tres años (2014), diría algo.
Al final tardó un poco más. En 2015, presentó un informe en el que reconocía que a los consumidores les interesaba saber de dónde viene la carne y la leche que compran y que querían los detalles, más allá de un genérico "UE/fuera de la UE".
A pesar de eso, la Comisión estimaba que obligar a las empresas a dar esta información suponía una carga administrativa extra tanto para ellas como para los organismos públicos que las controlan. Esta se vería reflejada en el precio de los alimentos, con incrementos de entre un 3 hasta un 45%, según cálculos hechos por las empresas, es decir, el lobby europeo alimentario. En conclusión, la Comisión recomendaba dejar las cosas como están y opinaba que la voluntariedad permitía a las empresas que daban la información ofrecer un valor añadido a sus clientes.
Los consumidores quieren saber
Un estudio de Beuc, la organización de consumidores europea, confirma los datos de la Comisión sobre el interés de los ciudadanos. España participó a través de la OCU y concluyó que para "el 56,9% de los participantes el origen de los alimentos es una cuestión de gran importancia". Tanta que el 40% de ellos estaría dispuesto a pagar hasta un 5% más por tener ese dato. Quieren además información precisa. Si compran salchichas, por ejemplo, quieren saber dónde nacieron los cerdos, donde se criaron, dónde fueron sacrificados y en qué país embucharon las salchichas. Lo mismo que con un bote de mermelada o de salsa de tomate: piden detalles sobre dónde se han cultivado y dónde se han preparado y envasado.
El Parlamento Europeo tampoco está conforme con las conclusiones de la Comisión y reiteró que las instituciones deben exigir mayor transparencia a las empresas sobre el origen de la comida.
Tal y como está la cosa ahora, si un Estado miembro quiere que sus ciudadanos sí sepan de dónde viene su comida, solo podrá hacerlo aduciendo cuestiones de salud pública o de los consumidores o "en caso de que se haya demostrado la existencia de una relación entre determinadas cualidades del alimento y su origen o procedencia". Antes tendrán que demostrar con "pruebas" que "la mayoría de los consumidores considera importante que se les facilite dicha información".
Francia, donde los productores y los consumidores tienen apego a lo local, está en ese proceso de argumentar con Bruselas por qué quieren cambiar la legislación, que por ahora se centra en la carne procesada y los productos lácteos. La organización de consumidores franceses UFC-Que Choisir ha echado un vistazo a las cuentas que las empresas le dieron a la Comisión sobre el supuesto aumento de precio de la cesta de la compra si la etiqueta incluyese la procedencia. La subida en productos como lasaña y ravioli sería de media de un 0,67%, entre 0,61 y 2,10 céntimos, según sus estimaciones. "Aunque el estudio solo cubre un tipo de carne y un país europeo, esta enorme diferencia [con los cálculos de la industria] exige una revisión seria de los costes reales".
Como decía BEUC en una carta a la Comisión del pasado abril en la que apoyaba la iniciativa francesa, "dejar que sean los fabricantes quienes decidan si dan o no información sobre el origen de los alimentos no cubre las expectativas de los consumidores". Más de ocho de cada 10 quiere saber de dónde viene al menos la carne y la leche que toman.
Los tiras y aflojas entre consumidores e industria, con la Comisión como árbitro supuestamente neutral, continuarán en torno a esos dos grandes grupos de alimentos. Al resto, como verduras, salsas, moluscos, bollería, etc congeladas, enlatadas y procesadas, no se los menciona de momento. Seguiremos a expensas de la voluntad del fabricante. Gracias desde aquí al que nos contó que nuestras alcachofas habían hecho viajes con los que nosotros solo soñamos.
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