Leire se resistía a comprarle un móvil a su hija de casi 12 años: “Era demasiado pequeña -cuenta a Verne-, pero me lo pedía para las excursiones, para hacerse fotos… También me decía que era la única de sus amigas que no tenía uno. A todas se lo habían regalado para la Primera Comunión”.
Al final le dio uno viejo, con una tarjeta prepago. “Le dije que si veía que se abría alguna cuenta en redes sociales, se lo quitaba. Que el móvil era para hablar con los amigos, para hacer fotos, o por si tenía que ir a recogerla a cualquier sitio. Nada de hablar con gente que no conociera, ni siquiera amigos de amigos”.
Entonces no sabía que, a pesar de sus precauciones, un acosador contactaría con su hija a través de WhatsApp. Ni que ella misma sería quien ayudaría a llevarlo a la cárcel.
“Contestó un hombre y colgué”
Leire, que vive en un pueblo de Granada, revisaba periódicamente el teléfono de su hija. Vigilaba que no se metiera en peleas y confirmaba que conociera a todos sus amigos. Hasta que hace dos años vio algo que le llamó la atención: “Todo era normal hasta que llegué a un niño sin foto. Me pareció muy raro porque en esa época todos estaban con los selfis en el cuarto de baño”.
Abrió la conversación y vio que “algo no cuadraba, había momentos en los que dejaba de ser coherente”. Faltaban trozos, como si su hija hubieran borrado frases. El chat, además, terminaba de una forma que a Leire le sorprendió, con su hija diciéndole: “Déjame en paz, que eres tonto”.
Como no se quedó tranquila, decidió llamar desde su móvil, ocultando su número: “Contestó un hombre y colgué”. A pesar de este susto inicial, Leire intentó mantener la calma y buscar una explicación racional: “Era horario de colegio y, del mismo modo que yo tenía el teléfono de mi hija, aquel hombre podía ser el padre de un niño”.
Volvió a probar un poco más tarde, después del cierre de los colegios, pero antes de que su hija llegara a casa: “Contestó el mismo hombre y me hice pasar por una teleoperadora. Le pregunté lo típico, si era el titular de la línea y esas cosas, para intentar averiguar lo máximo que pudiera de él”.
El hombre le colgó de malas maneras, pero Leire pudo comprobar que no tenía acento español y que, desde luego, aquel no era el teléfono de un niño. “Automáticamente me fui al ordenador y busqué toda la información que pude sobre ese número”.
“Abre un grupo con tu móvil”
Esperó a que llegaran tanto su hija como su marido. Con todos ya en casa, le preguntó a la niña:
-¿Conoces a toda la gente que tienes en el teléfono?
Se lo dijo con buen tono. Desde un primer momento, para Leire era importantísimo que su hija no se sintiera culpable y que supiera que ella no había hecho nada malo.
-Sí, ¿por qué?
-¿Quién es el que no tiene foto?
-Es el amigo de otra amiga.
-¿No te dije que no hablaras con nadie que no conocieras?
-No sé, estaba en un grupo de niños de su pueblo en el que me metió a mí también.
-Abre un grupo con tu móvil, el mío, el de papá y mételo a él.
-¿Por qué?
-Tú ábrelo.
Y así lo hizo, después de que tanto Leire como su marido quitaran las fotos de perfil en sus móviles, para que aquel tipo creyera que estaba hablando con tres niños.
Leire le pidió a su hija que le hablara de cosas del cole. “Empezamos a hablar de deberes y de cosas de críos. Yo iba dictándoles a los dos, a mi marido y a mi hija”. Y “a las tres frases” les envió una foto con su pene en erección.
-¿Esto lo ha hecho más veces? -Le preguntó Leire a su hija.
-Sí, pero mi amiga y yo nos salimos del grupo.
“Nos pidió una foto de unas braguitas -explica Leire-. Como tenía el tendedero a mano, cogí unas, las puse sobre la mesa y las fotografié”. Leire quería que el hombre siguiera conectado para conseguir una imagen en la que se le pudiera identificar: “Le dije ‘tú mucho enviar fotos guarras, pero de la cara no mandas porque eres muy feo’”. No lo logró, pero llevó aquella conversación, también impresa, al cuartel de la Guardia Civil.
"Tengo a dos personas que pueden ser"
Desde la Guardia Civil de Granada nos aclaran que cualquier información ayuda, pero que en estos casos lo mejor es interrumpir la conversación y que basta con el número de teléfono para localizar al acosador. Desde luego, hay que denunciar, tal y como hizo Leire, ya sea a la Guardia Civil o a la Policía, aunque en estos casos puedan actuar de oficio.
Los menores son el blanco más frecuente en los delitos sexuales en internet, incluyendo medios como Whastapp y redes sociales. Según datos del Ministerio del Interior, en 2015 se denunciaron 647 delitos sexuales en internet contra menores, lo que supone el 78% del total de denuncias por este asunto.
1 de cada 20 menores es contactado en algún momento por un adulto por internet (incluyendo el móvil) para hablar de sexo, aunque la mayor parte de estos contactos no llegan a concretarse en encuentros offline, según un estudio de la Universitat de Lleida llevado a cabo entre 489 estudiantes de secundaria. El estudio también recoge que la mayor parte de acercamientos proceden de alguien a quien los menores ya conocen. Y es que, a pesar de lo ocurrido en el caso de Leire, la mayor parte de abusos se producen en el seno de la familia.
Leire cuenta que su hija no estaba asustada, pero sí sentía vergüenza. Cuando le dijo que había que poner una denuncia, ella le preguntó si también tenía que ir. Su madre le tuvo que explicar que no podían saber lo que ese hombre le estaba haciendo a otras niñas.
Al llegar al cuartel, Leire no solo mostró las fotos y las conversaciones, sino que proporcionó la información que había conseguido gracias a la búsqueda que había hecho del número de móvil.
-Tengo a dos personas que pueden ser -les dijo-. Y de los dos, creo que es este.
Le preguntaron cómo había conseguido todos esos datos. “Pues por internet. Y porque está en el norte, que si llega a ser del pueblo de al lado, os lo traigo. Y no os lo traigo vivo”.
La Guardia Civil ya estaba buscando a este pederasta. De hecho, no tardaron en arrestarlo. “Puse la denuncia un jueves o un viernes y a la semana siguiente ya lo tenían”.
Según nos confirman desde Granada, este hombre contactó con al menos 13 menores y con algunas de ellas en persona y no solo a través del teléfono. Las agresiones sexuales a menores de 16 años se castigan con penas de entre 8 y 15 años, dependiendo de las circunstancias. Contactar con un menor a través de internet o el teléfono con fines sexuales está penado con entre seis meses y dos años, también dependiendo del caso.
En la actualidad, este hombre está en la cárcel, pendiente de sentencia.
“La niña no tiene la culpa”
La historia no termina ahí: su hija ha tenido que declarar dos veces. “Es un palo. Cada que vez que se saca el tema, lo pasa mal”. Y añade: “El trauma lo tenemos en casa. Yo estoy obsesionada con el teléfono, pero ella es mayor y exige más intimidad”.
-No confías en mí -le dice su hija a menudo.
-En ti sí que confío. En quien no confío es en el resto.
Leire se lo ha contado a muy poca gente: solo saben lo ocurrido sus hermanos y algunos amigos, en especial los que también tienen hijos. No se lo ha contado ni a sus padres. “Son mayores y no quiero que se preocupen”.
No quiere que su hija quede señalada por algo de lo que no es responsable sino víctima: “Vivo en un pueblo pequeño y la mentalidad es de pueblo pequeño. Cuesta mucho explicar que la niña no tiene la culpa”.
Recientemente asistió a una charla que dio en Granada el juez de menores Emilio Calatayud. Cuando se pasó al turno de las preguntas, Leire pidió la palabra y, entonces sí, contó lo que le había ocurrido. “Quería decir que parece que esto solo pasa en ciudades y no. Esto pasa en todas partes”.
También quería preguntarle al juez si hacía bien -si había hecho bien- mirando el teléfono de su hija y registrando su habitación. “¿Me estaba entrometiendo en su intimidad? Es una menor, pero ¿dónde está el límite? Cuando te pasa algo así, todas las precauciones te parecen pocas”.
“El juez me contestó que ante todo yo era madre y que tenía que velar por la seguridad de mi hija”. La Guardia Civil coincide: cuando se trata de menores, es “necesario, casi imprescindible” tener acceso y controlar móviles y ordenadores, además de limitar los usos en caso de que se pueda, para que no accedan a según qué contenidos o aplicaciones. “No puedo entender que haya madres que no lo hagan -añade Leire-. Es como darles 20 euros para que se vayan de fiesta sin preguntarles dónde van ni con quién”.
En la charla también participaba el periodista Carlos Morán, del Ideal de Granada, que fue el primer medio al que Leire contó su historia. “Solo le pedí que me cambiaran el nombre. No quiero que este degenerado pueda encontrarnos cuando salga de la cárcel”.
Leire preferiría que este tipo no volviera a salir a la calle porque tiene miedo de que pueda reincidir. “Al menos que pague con tiempo. Porque esta frustración que siento no me la pagará. Tampoco me pagará los psicólogos ni el cambio de colegio”.
Pero es consciente de que no estará siempre encerrado. “Cuando salga, espero no obsesionarme ni sobreproteger a mi hija. Pero esto no se quita. Estoy alerta las 24 horas del día, no me relajo ni cinco minutos. La Guardia Civil me dijo: ‘Incluso nosotros tenemos días de descanso, ¿por qué tú no?’. Porque yo soy madre y esto no es una profesión. Ahora me ocurre lo mismo que cuando ella era un bebé y me levantaba en medio de la noche a comprobar que seguía respirando”.
* También puedes seguirnos en Instagram y Flipboard. ¡No te pierdas lo mejor de Verne!