Cuando Lukas Avendaño era pequeño jugaba con sus amigos a los Thundercats, la serie animada sobre un grupo de superhéroes con rasgos felinos. “Cuando teníamos que elegir un personaje, yo optaba por ser Chitara”, cuenta a Verne vía telefónica. “Chitara es un personaje femenino, pero en ningún momento pensé que por esa elección yo era muxe (mu-she) o que el resto de los niños lo viera de esa forma. Simplemente era algo natural que no se cuestionaba”. Avendaño, un antropólogo y artista de Tehuantepec (Oaxaca), es parte de un grupo que forma parte importante de la población del Istmo de Tehuantepec, en el sureste mexicano.
Se les llama muxes. Los textos académicos y los artículos periodísticos definen a esta comunidad como “hombres que presentan características femeninas”, “travestis”, “mujeres transgénero o transexuales” o como un “tercer género”. Para Avendaño, es difícil encontrar una sola definición de muxe. “Aún tengo dudas sobre si se debe llamar un tercer género porque si un hombre adopta características femeninas no deja ser hombre, solo escapan de la heteronormatividad”, comenta. “Por otro lado, si una muxe aspira a ser mujer o se identifica como mujer, entonces no es un género distinto. En la muxeidad hay muchas capas y no todos se identifican o son identificados de la misma forma”.
Desde niño, este artista muxe ha sido llamado e identificado con artículos y adjetivos masculinos. “Yo soy el tercero de cinco hermanos varones, pero en lugar de salir con ellos y mi padre al campo me quedaba con mi hermana”, cuenta Avendaño. “Junto con ella realizaba roles que se consideran tradicionalmente femeninos como limpiar, lavar ropa y hacer la comida. Pero siempre me han llamado por mi nombre, José Lukas, y se refieren a mí como él, no como ella”.
Existe, sin embargo, la posibilidad de que en su comunidad y en ciertas circunstancias lo identifiquen bajo el género femenino. “Si yo entro a una cantina con el cabello largo recogido en un chongo o las uñas largas o pintadas, los varones me van a reconocer como muxe, pero en ningún momento me llaman así”, apunta Avendaño. “Se pueden acercar y decirme ‘guapa’, aunque en la mayoría de los casos es un coqueteo en el que no se usan adjetivos. Me pueden preguntar ¿cómo te llamas? Y yo respondo: me llamo cariño y no digo mi nombre. Es una seducción en la que se juega con el espacio y el lenguaje, muy distinto a como ligan los hombres en la Ciudad de México”.
En la lengua zapoteca, añade Avendaño, no existe el género gramatical. “Esa es otra razón por la que en la cultura del Istmo no se acostumbra llamar a alguien en femenino o en masculino”, dice.
“Preguntar y no asumir”
El significado de la palabra muxe aún se discute entre historiadores y antropólogos, según un estudio del Instituto de Estudios Sociales de La Haya (Países Bajos). Una teoría sugiere que proviene de la palabra en castellano mujer que se adoptó al zapoteco en el siglo XVI. Avendaño, quien también es antropólogo social, explica que la cultura muxe tiene una conexión con la tradición del balana, la preservación de la virginidad de las mujeres hasta el matrimonio, la cual se originó durante la evangelización en la época virreinal. “La mujer no puede tener una vida sexual activa hasta casarse, pero el hombre no tiene esta regla”, añade. “La muxeidad nace en parte de esa necesidad sexual del hombre y al mismo tiempo la necesidad de mantener la integridad de las mujeres, por así decirlo”.
Tradicionalmente la población muxe no tiene relaciones monogámicas o duraderas y se considera un tabú que un o una muxe se relacione con una mujer. “Hay varones que están casados y tienen hijos, y pueden tener una relación con un muxe, pero a ellos no se les dice muxe”, explica y agrega: “Con la influencia de la cultura occidental, algunas reglas han cambiado. Hay muxes que tienen relaciones de pareja con hombres, pero normalmente son de otra zona de México”. También existen muxes, comenta Avendaño, que aspiran a adoptar una identidad de mujer occidentalizada. “Se maquillan, se someten a cirugías plásticas o cambios de sexo aspirando a esa imagen. Esas muxes usan los adjetivos femeninos y en algunos casos no quieren ser llamadas muxes, sino por el nombre femenino que eligen”.
Avendaño dice que aún hay mucho por discutir y reflexionar acerca la muxeidad. “En el caso del género, lo mejor es siempre preguntar a la persona y no asumir”, comenta. “También es necesario que la gente entienda que no todo se debe encasillar bajo los estándares de su cultura. A veces me preguntan por qué en el Istmo hay tolerancia a los muxes. Yo les pregunto de vuelta: ¿por qué crees que en tu cultura no hay tolerancia hacia estas prácticas?”
El residente de Juchitán realiza interpretaciones artísticas, que él define como instalaciones en el cuerpo humano, inspiradas en la cultura y experiencia muxe. Este video muestra una recopilación de escenas de algunas de ellas:
Gunaa y nguiiu
Naomy Méndez es una muxe que se identifica por el género femenino. “Hay una gran gama de muxes, pero existen dos categorías principales: las muxes gunaa y los muxes nguiiu (in-gui-ú)”, dice a Verne vía telefónica. El primer grupo se identifica como femenino y el segundo como masculino. Méndez, estudiante y activista de 25 años, dice que comenzó a reconocerse como muxe desde los 12 años. “A esa edad empecé a maquillarme y a verme más femenina”, apunta. “El primer paso es reconocerse a una misma como muxe, pero también poco a poco vas conviviendo con otras muxes que te van guiando en el camino y así es como vas formando tu identidad”.
Méndez dice que ella, como gran parte de la población muxe no se identifica ni como hombre ni como mujer. “El problema es que en el español o eres uno o eres el otro, pero en muchos aspectos sí somos un tercer género”, comenta. “Hay muxes gunaa que hacen una transición a mujer y quieren ser identificadas como mujer. En mi caso, yo me acepto como muxe”.
A pesar de que ella prefiere describirse y ser descrita con artículos y adjetivos femeninos, no encuentra ofensivo o hiriente que usen el género opuesto. “Yo no tengo ningún problema, pero sí es muy ofensivo para otras personas”, comenta. “Creo que aún hay que hacer más trabajo de sensibilización para que la gente entienda que hay preguntarnos y llamarnos como nosotras o nosotros nos sintamos”.
Esta falta de consideración puede ocasionar problemas más graves para la comunidad muxe. “Desde hace muchos años, las muxes gunaa hemos peleado por nuestro derecho a entrar al baño de mujeres”, comenta. "Nosotras no queremos usar el baño de hombres y nos sentimos más cómodas usando el baño de mujeres, pero todavía enfrentamos muchos impedimentos”.
Méndez asegura que esta discriminación va más allá del uso del baño. “En este sentido los muxes nguiiu tienen más privilegios que las gunaa. No solo pueden entrar al baño de hombres (el de su elección) sin problemas, también tienen más oportunidades para estudiar y obtener empleo. Las muxes gunaa aún enfrentan muchos obstáculos para ser aceptadas fuera de los oficios tradicionales de las artesanías y el bordado por ejemplo. Todavía hay mucho trabajo por hacer para terminar con este tipo de discriminación”.
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