Los asesinatos de Paola Ledezma y Alessa Flores ha visibilizado la violencia contra las mujeres en México, pero este problema no es nuevo. El Centro de Apoyo a las Identidades Trans (CAIT), una organización civil mexicana, ha documentado 283 casos de asesinatos de mujeres transexuales de 2007 a 2015 en el país. La violencia también se manifiesta en el día a día. La semana pasada, un grupo de guardias de seguridad de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) le pidieron a una mujer transgénero usar el baño de hombres. Unas horas antes había participado en un foro sobre transfobia en la universidad. Le pedimos a tres activistas transgénero compartir sus reflexiones sobre la situación de violencia que viven en México.
Paty Betancourt, directora de la Red Mexicana de Mujeres Trans, Guadalajara (Jalisco)
Los crímenes por odio, los actos de discriminación son resultado de conductas sociales que afectan la integridad de las mujeres trans. Dos problemas son recurrentes en las principales ciudades de un México: la violencia y la corrupción. Día con día la vulnerabilidad es nuestro apellido y cargamos con un conjunto de realidades por las que vivimos en modo de supervivencia.
Puede ser que el lunes vivamos un acto de discriminación al ir al mercado, que el martes al ir a comer a la calle seamos estigmatizadas por nuestra apariencia. Si a media semana tenemos que realizar algún trámite probablemente somos vulneradas porque nuestra apariencia no coincide con nuestro nombre de una identificación oficial y así podemos recorrer semanas enteras con lo que para nosotras es una cotidianidad. Si esto se estudia a nivel país tendría que ser un documento con más de 200 historias de las principales ciudades.
Y al hacer un ejercicio de revisión, nos cuestionamos por qué somos la presa fácil de algunos grupos conservadores y de ultraderecha, transfobicos, dobles moralistas, instituciones públicas, policías, escuelas, políticos, católicos, bares, restaurantes, bancos, etc. Me doy cuenta que somos visibles para ser violentadas pero somos invisibles en las agendas de la gran mayoría de los legisladores, tomadores de decisiones y gobernadores. Ante la inexistencia de leyes de identidad de género en cada Estado la garantía de los derechos de las mujeres trans es muy lejana.
Diana Bayardo, política y activista, Tulancingo (Hidalgo)
Mi historia como activista en temas LGBTI y candidata ciudadana ha sido una tragedia constante por los ataques de discriminación. Estos surgieron desde el partido de izquierda (PRD) en el que como candidata externa gané. Sin embargo, fui arrebatada de mi candidatura, según las palabras de un dirigente partido yo no era una mujer hecha y derecha.
Ese ataque de discriminación me ayudó a que el TRIFE (tribunal electoral) me restituyera como candidata en 2012. Después de recuperar mi candidatura sufrí un atentado a balazos del cual sobreviví pero tuve que usar silla de ruedas por un tiempo. El Gobierno de Hidalgo nunca resolvió el tema del atentado. Noté un claro desinterés por resolver las agresiones a miembros de la comunidad LGBTI en el Estado en el que radico.
Mi lucha personal es la de conseguir matrimonio, adopción y el derecho a identidad de género para todo el país y son mis insignias como precandidata ciudadana a la Gubernatura de Hidalgo 2016. Eso ha permitido que en mi Estado y en México exista visibilidad de nuestra comunidad. Es necesario que hagamos de México un país más incluyente.
Hay mucho por hacer. La respuesta a las agresiones contra la comunidad LGBTTTI demuestra la negligencia, la corrupción y el influyentismo de los atacantes, quienes son amparados por las autoridades. Esto ha creado un ambiente de psicosis a la comunidad por el miedo de ser golpeados, incluso asesinados, porque las autoridades no harán nada.
Glenda Prado Cabrera, periodista, Saltillo (Coahuila)*
Cuando estaba en mis treintas, fui arrestada en tres ocasiones en mi ciudad natal Monterrey. La policía decía que era para mantener el orden moral, pero nunca se me explicó de qué manera estaba violando la ley. En esa época no había que justificar un arresto así. Si había un hombre vestido de mujer en la calle era porque se estaba prostituyendo, a lo mejor iba a abusar de alguien o estaba involucrado en drogas. Debía pasar 24 horas encerrada, en un área que era especial para “jotos como yo”, me decían los policías. Ahí nos insultaban y nos humillaban hasta que alguien pagaba una cuenta de unos 400 pesos. A veces mi madre era la que me sacaba de ahí. Yo batallé mucho con ella para que me aceptara.
Las cosas no han cambiado mucho para el resto de la comunidad. Tal vez las opiniones se han diversificado. Ahora hay gente que denuncia, gente que nos apoya cuando vivimos estas experiencias. Pero la violencia sigue siendo la misma que reportaban los diarios amarillistas y de nota roja hace décadas. Cuando nos golpeaban, cuando nos asesinaban, eso éramos: una nota amarillista. No éramos personas, eramos algo distinto que merecía ser violentado. El machismo, la misoginia y las creencias religiosas hacen que esta idea se mantenga en igual en muchos lugares de México.
Desde que mi madre falleció en 2009, me mudé a Saltillo donde existe una mayor apertura y apoyo hacia la comunidad transgénero que en Monterrey. Aún sufro de problemas económicos y oportunidades de trabajo, pero ya no son por mi condición de trans, como sucedía en Monterrey. Mi situación es la de miles de mexicanos que sufren por el desempleo, porque no son capaces de conseguir un trabajo relacionado a su profesión. Y eso es lo que quisiera que la gente entendiera.
Es lo que le dije a mi madre antes de que falleciera: ojalá se dieran la oportunidad de conocerme y de conocer a otras mujeres trans. Se darían cuenta que tenemos muchas cosas en común con ustedes, porque somos mexicanas y somos seres humanos. Creo que si cada mexicano conviviera con una de nosotras, su perspectiva cambiaría mucho.
*Esta relfexión la redactó Mónica Cruz después de entrevistar a Glenda Prado Cabrera.
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