Siempre he creído que el activismo es más efectivo cuando se ejerce con la cartera. Comprar o no comprar algo es una decisión que nos dota de una fuerza capaz de crear imperios o de hundir multinacionales. Hasta ahora había ejercido ese poder con algunas causas que me interesan, pero nunca me había planteado si debía dejar de comprar en un negocio donde los empleados sean manifiestamente machistas.
Mi primera vez llegó hace unos días cuando me dirigí con mi pareja a probar un coche en el que estábamos interesados. Lo que a parecía a simple vista un concesionario, resultó ser un túnel del tiempo que nos succionó y vomitó 40 años atrás, aquella época en la que las mujeres no podíamos adquirir ni un lápiz sin la firma de nuestro marido. Lo que viene a continuación es un resumen en tres actos de una de las peores experiencias que he vivido como clienta.
1. La increíble historia de la mujer invisible
Los trucos de los vendedores para ganarse la confianza de sus clientes son tan viejos como efectivos y suelen estar destinados a hacerte creer que eres mejor de lo que eres.
Se aprenden tu nombre y lo repiten constantemente, tratan de establecer lazos de unión que abone un sentimiento de fraternidad y se apuntan a cualquier tipo de afición en común. Si te gusta el futbol, ellos son de tu equipo o del contrario, si eres alto, bromean con tu altura, y si eres bajito lo ignoran.
Pero por lo visto estos trucos solo pueden darse entre seres con los mismos cromosomas, ya que, cuando nos sentamos para hablar del modelo que queríamos probar, el vendedor se vio afectado por un vacío espacio-temporal que le impedía sentir mi presencia, escuchar mi voz o tener en cuenta mi opinión.
Dicho de otro modo, y a pesar de que mi pareja utilizaba todo el rato la segunda persona del plural, durante la primera parte de la presentación no solo se dirigió exclusivamente a él, sino que parecía que mis intervenciones le molestaban, como un adulto que se ve interrumpido todo un rato por un niño impertinente.
2. El vendedor que no podía recordar un nombre
Tras pasar por el trance de la entrevista vino la hora de ver el modelo y hacer algunas indagaciones. Le dije educadamente que cada uno de nosotros tenía unas prioridades y que las mías eran el consumo y la seguridad. Lo que vino después fue toda una serie de comentarios destinados a minimizar mi criterio y mi autoestima. Si preguntaba por los extras en seguridad él me aseguraba que era "una pesimista que solo piensa en lo malo". Si trataba de asegurarme de que las emisiones del coche eran correctas, aduciendo a los recientes escándalos que han protagonizado grandes marcas, tiraba de veteranía y me aseguraba que todas hacían trampas.
Era tal su intención de sacarme de juego que tuve que recordarle que ese coche era una inversión conjunta y que, por lo tanto, yo iba a abonar la mitad del dinero.
- ¿Perdona, cómo te llamabas? – me preguntó.
Para este momento de la visita la sangre ya me bullía a una temperatura considerable , aunque tuve la deferencia de recordarle mi nombre, a pesar de no entender cómo lo había olvidado en cinco minutos y, por el contrario, se había grabado a fuego el de mi pareja.
3. Coge el dinero y corre
Después de aguantar este tipo de comentarios durante 40 eternos minutos llegó el momento que todo vendedor teme: el presupuesto.
Sin preguntar en ningún momento a nombre de quién queríamos el contrato, el dependiente tecleó el nombre de mi compañero en el ordenador y se puso a hacer números:
-Perdona, es que la que tiene un contrato fijo soy yo y quizá el coche tenga que ir a mi nombre- le comenté sin mucho éxito, porque ya había decidido quién tenía que pagar.
Para entonces yo ya había decidido que no iba a dar mi dinero a un vendedor que no merecía mi confianza, ni mucho menos parte de mi sueldo. Una decisión que, de ser seguida por los millones de mujeres y hombres feministas en este país, podría dar al traste con más de un concesionario.
Los micromachismos
El comportamiento del vendedor de coches nos ofrece un catálogo bastante completo de micromachismos. Según los define Yolanda Besteiro, presidenta de la Federación de Mujeres Progresistas e impulsora de unas jornadas anuales sobre micromachismos, "los micromachismos son machismos que pasan desapercibidos, que se propagan con una facilidad pasmosa y que muchas veces se dan por buenos o aceptables porque están tan interiorizados que apenas los percibimos. Pero lo cierto es que son el origen de otros muchos que no nos permiten ni a hombres ni a mujeres avanzar en igualdad".
Para Araceli Martínez, directora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha, el primer paso para acabar con los micromachismos pasa por que seamos conscientes de su importancia como instrumentos legitimadores de la desigualdad. Además, combatirlos exige una intervención a muchos niveles.
"Hay que favorecer el empoderamiento de las mujeres para que puedan enfrentarse a estas situaciones sin sentirse responsables. Y es que aún hay un discurso fuerte que acusa de exageradas o extremistas a las mujeres que no toleran los micromachismos. En la misma línea, debemos trabajar para desmontar el modelo hegemónico masculino, una tarea en la que deberían involucrarse los hombres de manera especialmente activa. Y, además, las instituciones no deberían manifestarse solo antes las expresiones más graves del machismo, sino también señalar constantemente las agresiones de baja intensidad como las que ocurren en la escena del concesionario", argumenta Araceli Martínez.
Begoña Garrido, coordinadora del Ciclo Superior de Promoción de Igualdad de Género de Avempace, al analizar la escena del concesionario se pregunta: "Qué es lo que lleva al vendedor a menospreciar a la compradora? Es el hecho de que va con un hombre. Si hubiera ido una mujer sola, o dos mujeres, ¿el vendedor habría tenido el mismo comportamiento? Lo dudo, porque ante todo es vendedor. La cuestión, para él, como para otras personas, no es lo que vale la mujer como entidad sino lo que vale con respecto al hombre. Si una mujer acompaña a un hombre, en la cabeza de este vendedor, está subordinada a él, hasta el punto de perder la identidad. Hemos de visibilizar estos casos porque sólo de esa forma, tanto las mujeres como los hombres tenemos oportunidades de revisar nuestros comportamientos y de decidir si queremos mantenerlos, ajustarlos o dejar de tolerarlos".
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