Este viernes es el segundo día de la ola de calor: 34 provincias tienen aviso por riesgo de altas temperaturas y en 15 de ellas el riesgo es importante. Se trata del sexto día de temperaturas inusualmente altas y la situación persistirá hasta el domingo, como explica EL PAÍS.
Ante este escenario, muchos pueden caer en la tentación de defenderse con bebidas alcohólicas frías: cerveza, sangría, tinto de verano... Para despertar al día siguiente con la desagradable sorpresa de un resacón de campeonato. A menudo se tiene la sensación de que con el calor la resaca es incluso peor que en invierno. Pero ¿es así? ¿El alcohol afecta más cuando la temperatura es más alta?
Así no te hidratas
“Cuando hace calor, el organismo tiende a deshidratarse”, explica el doctor David Rodríguez, profesor de la Universidad de Salamanca y autor del libro Alcohol y cerebro. “Perdemos mucho líquido, ya que el sudor ayuda a bajar la temperatura de nuestro cuerpo”. Perdemos agua sin darnos cuenta y aunque no lo parezca, al no haber gotas o sudoración continua”. A esto se le une que nuestro metabolismo está más activo, “ya que nuestro mecanismo de termorregulación tiene que trabajar más” para mantener la temperatura corporal.
El alcohol pone trabas a ambos procesos: por un lado, es diurético, lo que contribuye aún más a la deshidratación, ya que eliminamos más agua al orinar; por el otro, “estamos sometiendo al metabolismo al procesamiento de una sustancia extra”, con lo que dificultamos su trabajo.
Además de eso y como tenemos calor, es fácil “beber más cantidad”, con lo que entramos en un círculo vicioso que acaba al día siguiente con dolor de cabeza, náuseas y lamentos. Todo esto se ha de sufrir a 38 grados, sumando un nuevo inconveniente: “Al malestar propio le unes el malestar externo”.
Y si al calor habitual le sumamos una ola de calor, nos encontramos con que "hay que extremar las medidas".
La cerveza no sustituye al agua
Por mucho que la cerveza o el tinto de verano estén fríos, lo que realmente funciona para combatir el calor es el agua. “Tenemos que mantenernos hidratados y evitar la exposición al sol, lo que parece bastante lógico. También ayudan las comidas ligeras. Es mejor comer más veces al día, pero menos cantidad cada vez, que hacer comidas copiosas”.
Es cierto que la cerveza, por ejemplo, tiene mucha agua y se sirve fría, pero también tiene alcohol: “No podemos usar las bebidas alcohólicas como un sustituto del agua”.
De hecho, aparte de propiciar las resacas, las bebidas alcohólicas pueden incrementar el riesgo de sufrir un golpe de calor. Esto ocurre cuando el organismo no puede regular su temperatura y llega a los 40 grados. Es más fácil que se dé esta situación, explica Rodríguez, si en lugar de ayudar al metabolismo con agua, le damos más trabajo con una de estas bebidas, que además contribuyen a la deshidratación.
Entonces, ¿no puedo beberme una cervecita?
Aunque a menudo se dice que el alcohol en pequeñas cantidades tiene efectos positivos, Rodríguez es muy escéptico. El posible beneficio a dosis bajas (el equivalente a una copa de vino) es dudoso y solo se aplicaría al sistema cardiovascular. Es mejor caminar 30 minutos al día que beberse esa copa y es mejor comer uvas que beber vino tinto.
No es que Rodríguez esté por implantar la ley seca, solo quiere que afrontemos su consumo sin excusas: “Siempre que queremos beber alcohol lo intentamos justificar con alguna finalidad. Hay que ser honestos y admitir que nos gusta”.
Lo siento, pero ya he pedido una caña, ¿ahora qué hago?
Una vez hemos decidido que a pesar de todo queremos una cerveza, tenemos que ser lo suficientemente sensatos como para recordar que necesitamos hidratarnos y que las bebidas alcohólicas no nos van a servir.
Es decir, si vamos a beber, también tenemos que acordarnos del agua. Por ejemplo, podemos beber entre copa y copa, ya que “mientras bebemos agua, no bebemos alcohol”, y beber agua antes de acostarnos. Beber más lentamente también ayuda a que las resacas sean más llevaderas.
"La hidratación no palía los efectos del alcohol -advierte Rodríguez-, pero es saludable y necesaria en sí misma". No es que nos vayamos a encontrar mejor si bebemos agua, sino que aún nos encontraremos peor si no la bebemos.
De todas formas, Rodríguez desconfía de estas estrategias porque cuando bebemos nos cuesta más ponerlas en práctica. Beber afecta especialmente a la corteza prefrontal, que es la región del cerebro que planifica y evalúa riesgos y beneficios. Cuando bebemos, su actividad es mucho menor, por lo que tomamos decisiones haciendo valoraciones a corto plazo. Es decir, “tenemos más relajado el sistema de tolerancia” y no vemos ningún mal en tomarnos una copa más. En conclusión, “es muy difícil establecer límites”.
“El alcohol no es recomendable en ninguna dosis -avisa-. La OMS dice que cuanto menos bebamos, mejor. Y hay que tener en cuenta que la cantidad de la dosis influye sobre los efectos y que además es una sustancia adictiva”.
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