Un verano más, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, se niega a irse de vacaciones. Tal y como publicaba EL PAÍS este miércoles, la presidenta cree que los días de descanso son "las vacaciones es una cosa muy buena, pero tiene que ser voluntario. Yo prefiero quedarme trabajando, porque no se me ocurre mejor sitio que estar que aquí trabajando en la Puerta del Sol en lo que queda de julio y agosto"
Los jefes (y las presidentas de comunidades autónomas) no son inmunes a los beneficios de las vacaciones. Pero la renuncia a este descanso no solo le afecta a ella sino que "da comienzo a un efecto de dominó que da forma a las normas culturales" de la empresa, como escribe en Harvard Business Review el psicólogo Ron Friedman. Cuando un jefe se queda trabajando en verano, "genera presión para que el resto de su equipo haga lo mismo", incluso aunque no diga nada. Al final todos acaban con peores resultados, peor estado de ánimo y más ganas de buscarse otro trabajo.
El ejemplo que da un jefe es aún más influyente aún en el caso de un cargo público como el de Cifuentes, ya que su efecto no se limita solo a un departamento o a una empresa en concreto.
Además y como ya explicamos el año pasado, las vacaciones pagadas no son solo un derecho por el que se ha luchado, también son una necesidad. “Las vacaciones son fundamentales y vienen muy bien para la salud”, nos explicaba entonces el doctor Fernando Pérez Escanilla, responsable del área de Salud Pública de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia. Las necesitamos para recuperarnos, descansar e incluso desahogarnos.
Y es que, por mucho que nos guste nuestro trabajo, son muchos los estudios que demuestran que descansar “renueva las reservas de atención y motivación del cerebro, impulsa la productividad y la creatividad” y nos ayuda a “tener ideas e intuiciones originales”, como se detalla en este extenso artículo de Scientific American. No solo eso: gracias al descanso, también “aprendemos del pasado y planificamos el futuro”.
Además de eso, a todas las empresas (y a las Comunidades Autónomas) les interesa que nos tomemos vacaciones. Según explica el neurocientífico Daniel Levitin en su libro The Organized Mind, un estudio interno de la auditora Ernst & Young (que no tiene fama de ser un peligroso sindicato comunista, precisamente), mostró que si un empleado se tomaba más vacaciones que el año anterior, mejoraba la valoración que hacían de ellos sus supervisores. Y cuantas más vacaciones, más años aguantaban en la empresa.
También hay que tomarse días libres a lo largo del año
El descanso no solo es necesario en verano. También cuenta para los fines de semana y el resto de festivos. Según un estudio también citado por Scientific American, los efectos de unas vacaciones de entre siete y nueve días desaparecen en solo una semana, sin que un descanso más largo tenga unos efectos mucho más sostenidos en el tiempo. Es decir, es conveniente tomarse más días libres a lo largo del año o, según el caso y las preferencias, dividirse las vacaciones en periodos breves.
El verano pasado también publicamos un artículo en defensa de los fines de semana de tres días: suponen un ahorro de costes y una reducción de las emisiones de carbono, sin que esto suponga peores resultados empresariales, a juzgar por la experiencia de los funcionarios del Estado de Utah y de compañías privadas como Treehouse, Basecamp y algunas de las tiendas de Uniqlo.
Algunas de estas empresas mantienen las 40 horas semanales en estos cuatro días, pero otras las recortan hasta las 32. El hecho de que las compañías se vean beneficiadas por un recorte de las horas de trabajo no deberían sorprendernos: ya ha pasado antes. En Science of Us se cita a la directora de la revista Harvard Business Review, Sarah Green Carmichael, que recordó que “en el siglo XIX, cuando los sindicatos obligaron a los dueños de las fábricas a limitar la jornada laboral a 10 (y después ocho) horas, la dirección se sorprendió al descubrir que la producción se incrementó… Y que disminuyó el número de errores caros y de accidentes”.
Si alguien opina que ya tenemos suficientes vacaciones, convendría recordar que España ni siquiera es el país con más días libres, tal y como recordaba este artículo de EL PAÍS que recogía datos del Banco Mundial: Finlandia y Francia garantizan al menos 30 días al año, entre otros países que no forman parte de la Unión Europea. Reino Unido ocupa la segunda posición en Europa, con 28 días, seguido por Italia con 26. Después vienen Austria, Dinamarca, Luxemburgo, Eslovaquia y Suecia con 25. Alemania ofrece 24 días, al igual que Estonia, Islandia y Malta. En otros países, como Grecia, el número de días puede variar según la antigüedad del empleado. (Pincha en el gráfico para verlo ampliado).
Las horas extra no son necesarias
Trabajar más horas no significa trabajar mejor. Según un estudio de la Universidad de Stanford llevado a cabo entre los empleados de una fábrica británica de munición, cuando alguien trabaja 70 horas hace lo mismo que si hubiera trabajado 56. Esas 14 horas de más son una pérdida de tiempo. Los resultados también empeoran si no hay días de descanso en toda la semana.
De hecho, en un artículo sobre el derecho a la desconexión aprobado en Francia en enero de este año, Consuelo Chacartegui, vicedecana de la facultad de derecho de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona recordaba que En España se prolonga la jornada laboral sin que se paguen las horas extra de forma sistemática”. Se premia el presentismo a pesar de que este trabajo no remunerado provoca “un mayor estrés y una caída de la productividad”, además de ser una "fuente de conflictos laborales".
Es decir, si alguien te dice que sale cada día tarde del trabajo y que suele trabajar los fines de semana desde casa, hay algo seguro: trabaja mucho, pero trabaja mal. Y probablemente exagera: según otro estudio, tendemos a sobreestimar en un 5% o un 10% las horas que trabajamos cada semana. El porcentaje es de más del 20% para quienes aseguran pasarse más de 75 horas en su puesto de trabajo.
La menor productividad es lo de menos, claro. Trabajar horas extra supone un incremento en el riesgo de enfermedades cardiovasculares, depresión, alcoholismo e incremento de peso, entre otros efectos negativos que recoge Inc. Y eso por no hablar de las consecuencias personales y familiares.
No somos imprescindibles
La palabra “trabajo” tiene una etimología preciosa y precisa. Según recoge Juan Gil en su 300 historias de palabras, aparece en nuestra lengua a finales del siglo XII, con origen en el latín vulgar tripaliāre, que significa "torturar". Su significado primitivo fue el de “molestia, dificultad o sufrimiento” y solo después adquirió su sentido hoy habitual, que en realidad es más o menos el mismo que entonces.
Las vacaciones son necesarias también para aquellos que disfrutan de su trabajo. De hecho, todo indica que quienes no cogen vacaciones trabajan peor de lo que creen y, además, no viven tan bien (ni durante tantos años) como creen.
Además de eso, esta actitud tiene un punto de vanidad: la de creerse imprescindible. Y en una oficina o en una fábrica, nadie lo es. Pero sí lo somos para nuestra familia y para nuestros amigos. Hay que irse de vacaciones y, como aconsejaba el filósofo Fernando Savater a sus lectores, "a poco que puedan, háganme caso: no vuelvan jamás...".
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