Cómo la memoria engaña a los testigos de un delito

Los recuerdos falsos pueden nacer desde el mismo instante en que observamos un delito

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Amanda Espuela
Amanda Espuela

El martes 28 de enero de 1986, a los pocos segundos de su lanzamiento, se desintegró el transbordador espacial Challenger. Fue un acontecimiento que marcó la memoria de muchísimos estadounidenses, el clásico momento que, años después, la gente recuerda con voz de veterano en mil guerras: "Recuerdo perfectamente lo que estaba haciendo cuando lo del Challenger...".

Sin perder tiempo, al día siguiente de la explosión, el científico Ulric Neisser preguntó a sus alumnos qué estaban haciendo cuando se enteraron. Y al repetir la pregunta a los mismos alumnos tres años más tarde, se encontró con que "menos del 7% de las segundas respuestas eran iguales que las primeras" y con que "el 25% eran erróneas en todos los detalles significativos", según recuerda Kathryn Schulz en su libro En defensa del error.

Si nuestra memoria nos pone la zancadilla en una conversación entre amigos, las consecuencias serán minúsculas. Como mucho, criarás fama de exagerado. Pero hay un momento en el que nuestra memoria se vuelve poderosa y temible, como un semidiós barbudo que juega con el futuro de los demás. Es el caso de los testigos que prestan declaración en los tribunales.

Tendemos a pensar que la memoria funciona como una cámara de vídeo, por lo que los jurados conceden la máxima importancia a la declaración de los testigos presenciales. Sin embargo, los fallos de la memoria son tan graves que, en muchas ocasiones, los abogados invitan a científicos expertos a que participen en los juicios para recordarnos que, digan lo que digan los testigos, por muy bienintencionados que sean, debemos cogerlo con pinzas.

La aportación de estos psicólogos expertos no siempre es bienvenida. Imaginemos la situación. La policía ha capturado a uno de los criminales más buscados, uno de los que aparecen en los carteles que cuelgan de las comisarías. La sociedad se congratula con la convicción de que, tras su encierro, el mundo es un lugar más seguro. Su posible condena depende del testimonio de un testigo que afirma: "No tengo duda de que es el culpable". Y, entonces, aparece algún experto, generalmente convocado por la defensa del acusado, para recordarnos que "sí, el testigo está convencido, pero eso no significa que nos esté contando lo que ocurrió, porque la memoria es imperfecta".

Elizabeth Loftus es una de estas expertas que declara en los juicios. En una ocasión, debido a su labor, un fiscal se encaró con ella en los pasillos de un juzgado y le gritó: "No eres más que una puta", según cuenta la propia autora en sus interesantísimas memorias, Juicio a la memoria.

La participación de Loftus en los juicios no busca que nuestras calles sean más inseguras, sino que responde a las palabras del jurista del siglo XIX William Blackstone, que decía que más vale dejar libres a diez culpables que condenar a un solo inocente. Se trata de un problema real.

Innocence Project, una organización estadounidense que usa las pruebas de ADN para sacar de la cárcel a inocentes que cumplen condena, ha comprobado que "las falsas identificaciones son la principal causa de las condenas erróneas en más del 75% de los casos", explica el experto Antonio Manzanero en su libro Memoria de testigos.

A continuación, repasaremos tres casos históricos para explicar cómo nos engaña nuestra memoria:

La fase de adquisición

La noche caía en una zona rural de Montana cuando dos cazadores de osos, después de muchas horas a la intemperie, volvían a casa agotados y hambrientos. De repente, en el margen de un sendero, percibieron que algo grande se movía y hacía ruido. Pensaron que se trataba de un oso, por lo que descargaron sus escopetas contra lo que resultó ser una tienda de campaña amarilla ocupada por una pareja que hacía el amor. El desenlace fue de lo más trágico: uno de los cartuchos acabó con la vida de una mujer y el joven que disparó la escopeta acabó suicidándose, según cuenta Loftus en su libro.

Por supuesto, nos encontramos ante un caso tremendamente desafortunado. Pero nos sirve para explicar cómo el funcionamiento irregular de algunos procesos cognitivos explica el nacimiento de algunos recuerdos falsos.

En este caso, el proceso cognitivo al que nos referimos es la percepción. De no haber apretado el gatillo y si hubiesen pasado de largo, los cazadores podrían contar durante el resto de sus vidas que, un buen día, en el camino a casa después de una larga jornada de caza, se habían cruzado con un oso. Y lo harían totalmente convencidos de la veracidad de su recuerdo, sin tener en cuenta que el cansancio, la sugestión o la mala iluminación, entre otras posibles razones, trastocaban su percepción.

Otro proceso cognitivo que puede estar en la génesis de un recuerdo falso es la atención. Pensemos, por un momento, que nos están apuntando con un arma. En una situación tan apurada, nuestro cerebro volcará todos nuestros recuersos atencionales en procesar la información relacionada con el arma, por pura supervivencia. Esto hará que nos cueste más identificar y describir a la persona que sostiene el arma, porque, al fin y al cabo, nuestra atención es finita.

Esta situación, conocida como "efecto del foco del arma", no es la única que puede alterar nuestra atención. Está demostrado que en las situaciones de estrés y ansiedad, y cualquier delito lo es, somos capaces de procesar menos información, lo que generalmente provoca que "nuestras huellas de memoria sean más débiles, generales y ambiguas", según nos cuenta Antonio Manzanero en conversación telefónica.

La fase de retención

El experto en memoria australiano Donald Thomson se convirtió en protagonista de una historia sorprendente. Sin ningún preámbulo, la policía lo arrestó y lo condujo a una rueda de reconocimiento. En ella, una mujer lo identificó como el hombre que la había violado. Al conocer los hechos por los que se le acusaban, Thomson cayó en la cuenta de que, en el momento de la violación, estaba participando en un debate televisivo en directo -paradójicamente- sobre la fiabilidad de los testigos presenciales y en compañía de un policía. Los investigadores concluyeron que la víctima de la violación estaba viendo ese mismo debate justo antes de la violación, y que por eso había confundido los rostros de su agresor y del experto.

Es un caso, otra vez extremo, de los que se conoce como "transferencia inconsciente", mecanismo por el que mezclamos las caras de las personas que hemos visto antes o después de convertirnos en víctimas o testigos. En un caso más común, no sería extraño que una víctima confundiera la cara de su agresor con la de una persona de los servicios sanitarios que le han atendido. Este baile de rostros es un fenómeno que se produce durante la segunda fase de la memoria, la de la retención. Pero no es el único.

La información sobre el suceso que recibamos a posteriori también nos influye, y mucho. Cuando nuestra huella de memoria es débil, tendemos a llenar sus vacíos con información procedente de otras fuentes. Por ejemplo, si en algún momento escuchamos que un atracador medía un metro ochenta, lo más seguro es que, si no estábamos seguros, nos convenzamos de que esa era su altura. En la misma línea, si nos enseñan fotos de un sospechoso, es probable que en las identificaciones posteriores, siempre lo señalemos como culpable, aunque en realidad estemos identificando al sospechoso y no al culpable.

Otra forma de rellenar las lagunas de la memoria es con nuestros estereotipos y nuestros prejuicios. Por ejemplo, se ha comprobado que, tras un accidente de tráfico, tendemos a atribuir al coche más o menos velocidad según lo conduzca un hombre o una mujer.

La fase de recuperación

Durante tres décadas, John Demjanjuk no fue más que un mecánico de origen europeo afincado en la localidad estadounidense de Cleveland. Sin embargo, en 1975, las autoridades estadounidenses recibieron un listado de posibles criminales nazis en la que figuraba su apellido. Y, poco después, apareció una ficha procedente de unos archivos soviéticos con una foto de Demjanjuk, con su número de identificación como miembro de las SS y con su verdadero nombre: Ivan.

Ivan Demjanjuk, de quien se sospechaba que había sido guardián en el campo de concentración de Sobibór, fue extraditado a Israel para ser juzgado como criminal nazi. Y algunos supervivientes de los campos de concentración empezaron a señalarlo, pero no como guardián en Sobibór, sino como Iván el Terrible, el encargado de accionar las cámaras de gas que acabaron con la vida de un millón de judíos en Treblinka.

Dos de los supervivientes que le identificaron habían afirmado años atrás que Iván el Terrible había muerto en un motín dentro del propio campo. Finalmente, John Demjanjuk, o Ivan Demjanjuk, o Ivan el Terrible fue condenado a muerte gracias por el testimonio de cinco supervivientes. Sin embargo, años después, tras la caída de la Unión Soviética, aparecieron nuevos documentos, que ahora sí, apuntaban a la verdadera identidad del condenado. El enigmático hombre era Ivan Marchenko, quien acabó condenado en 2011, a sus 91 años, como guardián del campo de Sobibór, tal y como se sospechaba al principio.

¿A qué se debió que cinco supervivientes lo identificaran erróneamente? Las razones pueden ser muchas, y Willem Wagenaar, el psicólogo forense que participó en el caso, escribió un libro sobre ello llamado Identifying Ivan. Una de las razones pudo ser el anuncio en prensa que publicaron los investigadores israelíes con el siguiente mensaje: "La Unidad de Investigación de Criminales Nazis está llevando a cabo una investigación contra los ucranianos Ivan Demjanjuk y Fedor Fedorenko. Se solicita que los supervivientes de los campos de concentración de Sobibor y de Treblinka acudan al Cuartel General de la Policía".

Los supervivientes desconocían el apellido de Ivan el Terrible. Y, al leer el nombre de Ivan Demjanjuk asociado con el campo de Treblinka, pudieron convencerse de que se trataba del mismo Ivan. Seguramente haya muchas más razones, pero esta historia sirve para ilustrar la importancia de la forma en que se nos pide que recuperemos la información. Por ejemplo, se ha demostrado que, si en una rueda de reconocimiento alguien nos pregunta "¿quién es el culpable?", tenemos más probabilidades de señalar a alquien, aunque sea equivocadamente, que si nos preguntan "¿está el culpable en el grupo?".

En el caso de Ivan Marchenko hay muchos más factores que pudieron influir en su desenlace. Por ejemplo, el tiempo transcurrido desde los hechos. Cada vez que recuerdas un hecho lo reconstruyes y, por tanto, lo alteras. Cuantas más veces lo reconstruyas a lo largo del tiempo, mayores probabilidades de alejarse del original. A este mecanismo, que convierte nuestra memoria en un teléfono escacharrado, se le conoce como recuperación múltiple.

Además, tengamos en cuenta que los supervivientes mantuvieron contacto entre ellos durante las identificaciones, por lo que pudieron convencerse mutuamente de estar ante el sanguinario torturador. Y, por último, también existe el sesgo de la identificación positiva, que, por nuestro afán de complacer a los investigadores, o de acabar con una historia que nos ha martirizado durante mucho tiempo, puede llevarnos a una identificación precipitada.

Hasta ahora, hemos hablado de cazadores de osos estadounidenses, de expertos australianos y de nazis ucranianos. Todo muy lejano. Sin embargo, en España también tenemos un buen historial de identificaciones erróneas. Además de los trabajos de especialistas como Antonio Manzanero o Margarita Diges, el documental 'El quinto por la izquierda' profundiza en dos identificaciones falsas ocurridas en España.

Pero siguen siendo importantes...

Las pruebas de ADN han traído algunos avances a la investigación criminal, como ha demostrado sobradamente la labor de Innocence Project, la organización que se dedica a sacar a presos inocentes del corredor de la muerte. Sin embargo, no olvidemos que, en la mayoría de los casos, no hay un rastro biológico que pueda analizarse. Y, en caso de haberlo, puede que no sea contrastable con la información disponible en las bases de datos policiales. También existe la posibilidad de que ni siquiera exista una prueba material, lo que hará que muchas decisiones judiciales sigan dependiendo, exclusivamente, de la declaración de los testigos presenciales.

"Sería un error trágico que, por evitar los riesgos inherentes a la identificación, se prescindiera totalmente de la declaración de testigos presenciales, porque muchas veces, como en tantos casos de violación, es la única prueba disponible y el testimonio es acertado casi siempre", nos dice Antonio Manzanero por teléfono sobre la importancia que, pese a todo, aún tienen las identificaciones en los juzgados. Por tanto, aunque no sea la cámara de vídeo que muchas veces creemos, y aunque convenga coger los recuerdos con pinzas, conocer bien nuestra memoria será un buen camino para evitar errores judiciales.

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