Inventos que cambiaron nuestras vacaciones: la audioguía

La del Museo del Prado incluye información sobre 272 obras en 13 idiomas

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Ilustración de Anabel Bueno a partir de una foto de Getty.
Ilustración de Anabel Bueno a partir de una foto de Getty.

No falla. Si visitas París, seguramente hagas una foto a la pirámide situada en el patio central del Louvre; si Nueva York es tu destino vacacional, apostamos a que el reflejo de la fachada del MoMA se colará en tus stories; y si vas a Madrid y visitas el Museo del Prado, compartirás en tus redes que Velázquez (el que pintó guapa a la infanta Margarita) te ha dado la bienvenida a la pinacoteca española. De hacer estas fotos a entrar en el museo solo hay un paso. Y de tener la entrada en la mano a alquilar una audioguía que te explique las obras, otro más.

Al margen del turista que valora concienzudo ese desembolso extra (en torno a 4 euros), la cultura está de enhorabuena: cada vez hay más gente que elige recorrer los museos con una audioguía explicativa. Desde el museo Reina Sofía cuentan a Verne que de 2013 a 2017 se han duplicado su alquiler. Los idiomas preferidos del último año fueron el español, el inglés y el italiano, al igual que en el Museo del Prado, donde destaca que el servicio más contratado de audioguías es el que combina la colección permanente y las temporales. El 56% de los visitantes que alquilaron una audioguía en el Prado en 2017 pagaron 6 euros por ese doble servicio. En total, el año pasado se alquilaron en el museo madrileño 218.018 audioguías, siendo octubre el mes más rentable.

Las audioguías nacieron a mitad del siglo pasado. En 1952 el Stedelijk Museum de Amsterdam dio la oportunidad a sus visitantes de controlar su experiencia. Gracias a un sistema de radio de onda corta creado por Phillips, sus visitantes podían ampliar la información de los paneles y los catálogos impresos, considerados los predecesores de estas audioguías.

El invento de Phillips no tuvo continuidad y hubo que esperar a los avances de finales de los 70 y los 80 para desarrollar este servicio. Desde entonces se han incorporado muchas mejoras, tecnológicas y de contenido, hasta llegar a los aparatos que hoy encontramos en los centros culturales. Aunque parezca que llevan toda la vida con nosotros, las audioguías son un servicio relativamente joven. Al Museo del Prado llegaron en 2002, con información de 50 obras y en cinco idiomas. Si hoy alquilamos una audioguía, podemos conocer 272 obras y elegir entre 13 idiomas.

David Noguerales, responsable de la empresa Flexiguía, la actual encargada (gracias a ganar un concurso público) de elaborar las audioguías del Prado, opina que lo más importante no es la parte tecnológica, sino el guion. “No hay una fórmula secreta para crear la audioguía perfecta, pero hay que intentar enganchar a la audiencia y eso solo se consigue contando una buena historia”, cuenta a Verne.

Noguerales cree que la interactividad, el dinamismo y darle al visitante el poder de que su autoguía sea como “una varita mágica” es el futuro de este invento. Algunos museos ya cuentan con su propia app para que los turistas puedan personalizar su visita y disfrutarla sin necesidad de soltar su smartphone.

Además de la audioguía que todos conocemos, el cacharro de plástico que pasa de oreja a oreja contándote lo más interesante del museo, también existen sistemas adaptados a distintas necesidades (y, generalmente, se prestan gratuitamente). Algunos de ellos son: las signoguías, una herramienta explicativa que combina vídeo, texto y audio en un mismo reproductor, las audioguías con bucle magnético, para los que utilizan audífonos, y las guías con autodescripción sonora más detallada para los discapacitados visuales.

Estas incorporaciones más recientes han sido fruto de estudiar quiénes son los visitantes de los museos y qué necesidades tienen. Como explica la experta en gestión cultural Marcela Rosemberg en su blog, está demostrado que los visitantes valoran más tener una buena experiencia que lo novedoso o avanzado que sea el aparato que llevan en la mano.

En 2015 el Museo Británico encargó un estudio para mejorar sus audioguías (patrocinadas por una aerolínea surcoreana) y analizó cómo se movían los visitantes según su nacionalidad, entre otras cosas. Una de las conclusiones que más sorprendieron a todos es cómo actúan los chinos cuando llegan a un museo: primero buscan las obras ‘made in China’ y luego pasan al resto. ¿Por dónde empezarán en el Museo Nacional de China, el segundo centro más visitado el año pasado?

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